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El Puccini más extremo

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Abc.es 
Llegaba por primera vez a Sevilla esta ópera de Puccini, algo insólito en un autor de tanto éxito y de un catálogo operístico de mediano tamaño. Y, además, sorprende por el hecho de que se haya escogido tan desgarradora ópera para apostar por la revivificación de la antigua Fábrica de Artillería como espacio cultural de primer orden, después de años intentando integrarlo en la vida cultural de la ciudad (es un sitio enorme y céntrico). El lleno de su aforo de 310 localidades durante los tres días que estará en escena, ya habla del interés despertado, y puede que aparte de la novedad del espacio, del género operístico en sí mismo, el hecho de oír estrenar este título en Sevilla haya colaborado a su atractivo. Pero indudablemente también la participación del maestro sanluqueño Juan García Rodríguez -sobrino de nuestro admirado pianista y director orquestal Juan Rodríguez Romero - al frente de 'su' Orquesta Zahir Ensemble , acostumbrada a dominar las intrincadas partituras de la música contemporánea. Cuando Giovacchino Forzano le propuso a Puccini el libreto de 'Suor Angelica' se alegró enormemente de haber encontrado «el tema místico con el que tanto había soñado» . Aunque no sabemos hasta qué punto el compositor era religioso, místico o simplemente buscaba un desgarrador dramatismo, sí es seguro que el escenario elegido le iba de ensueño, ya que las grandes naves renovadas con sus amplias arcadas daban ese sabor antiguo que en la noche se podía confundir con una arquitectura conventual, con una techumbre de madera muy angulosa, que favorecía una acústica clara y transparente. Además, Puccini habla de una escena vacía, que aquí se llenó exclusivamente de cuencos naranjas con velas y un trapo que sirvió para casi todo. Ah, y mucha inteligencia de Davide Garattini Raimondi para ilustrarnos con convicción durante el devastador viaje . Y eso que tal vez la inclusión de 'Crisantemi' a modo de preludio, aunque oportuno por su carácter íntimo y luctuoso, sirvió más bien para hacer 'espoiler' a quienes desconocieran la historia, mientras que Puccini prefiere ir desvelándolo lentamente hacia el final. Por lo demás, la iluminación junto a los movimientos calculados y acordes con el desarrollo narrativo, tan simbólicos, tan sugerentes… tan desnudos como cargados de imaginación, nos llevaban hasta una lectura viva y muy atenta del texto . Aunque sobresalgan las voces de Suor Angelica y la Zia Principessa, ( Buendía y Orueta ), las del resto de las siete religiosas es tan atractivo, inspirador y sugestivo como el de las protagonistas. Hablamos de cantantes muy jóvenes, con una técnica capaz de convencernos de que cantan así de bien gracias a sus voces frescas, naturales, brillantes y llenas de vida. A todas las oímos a solas y por grupos, porque la obra tiene muchos momentos bellísimos, como el de la fuente dorada recordada por Sor Genoveva (Faus) , desenvuelta, alborozada, chispeante, o el sexteto de voces que le siguió. O la glotona Dolcina , de registro diverso y encantador ( Yue He ), la 'rebelde' Osmina (Zamfira) o la autoridad de la mezzo abadesa (López) . Y perfumando el canto con su ramillete de voces rosas y frescas Naranjo, Murton y Kaiiashko . Por cierto: reparto completamente femenino, sin cuotas ni falta. La tía princesa cruel necesitaba de una voz severa, distante, capaz de renegar de su sangre para seguir en lo alto del escalafón social. Y lo tuvo en la voz de Laura Orueta . Pero desde 'Senza Mamma' , Carmen Buendía debía iniciar un aria, que discurriría por un intermezzo hasta explosionar finalmente en gritos de arrepentimiento y desesperación, agudos cenitales, enormes, junto a otros finos y delicados de generoso 'fiato', momentos extremos y hasta lóbregos como hay pocos en el género operístico. No sabemos cómo aguantará la soprano jiennense tres días seguidos así, pero Puccini las deja exhaustas: hasta cuando salen a saludar no les ha dado tiempo a sacudirse el personaje del cuerpo. Qué grandísima actuación. Por último, la orquesta quedó muy reducida, más aún que en la versión que empequeñeció Héctor Panizza. Es cierto que Puccini fue un gran orquestador, y el colorido de sus óperas es tan importante como el acierto de sus melodías; pero también domina la armonía como pocos, y con un estilo más que reconocible. Pero es que la inocencia/maldad condensada en la ópera tiene tanta fuerza que se ve representada por la intensidad o el color de la cuerda (dos violines, violonchelo y contrabajo), los floreos de la flauta, la muy reducida percusión y el todo en uno del órgano. Nada de todo esto hubiera salido con tal vigor si no hubiese sido por la dirección minuciosa, delicada o hercúlea de García Rodríguez. Salimos impactados.