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Horario de Jean Meyer

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Si a un europeo o a un estadunidense cultivado le preguntamos si considera que Rusia forma parte de Occidente, dirá: “Sí, pero…” Y lo mismo si le preguntamos por México: “Sí, pero…” Y de ambas colindancias se ha ocupado Jean Meyer, quien ahora cierra una admirable trilogía: Rusia y sus imperios, 1894-1991 (FCE, 1997) Historia religiosa de Rusia y sus imperios (Siglo XXI, 2022) y el recientísimo Una guerra ortodoxa. Rusia, Ucrania y la religión, 1988-2024 (Bonilla Artigas Editores, 2024).A sus lectores nos urgía ver este último tomo de la trilogía. La situación contemporánea. Y no es una historia lineal: este libro lleva una útil cronología al inicio y se sigue de estudios que precisan cambios de foco. De pronto, un close up para explicar un hecho, o un documento específico, de pronto un paneo para un trayecto, o un zoom out para un periodo histórico. Distintos recursos que procuran el máximo entendimiento de una historia más compleja que sus hechos visibles.Pongo una analogía. Un reloj analógico, con sus tres manecillas: horario, minutero, segundero. Si pensamos la historia, veríamos que eso, lo que llamamos Occidente, obedece a una mentalidad indoeuropea de tres órdenes: la soberana (que se ocupa de los asuntos sagrados y jurídicos), la del poder guerrero y la de las actividades productivas. Así como la manecilla horaria, la función soberana es lenta y no hay ojo humano que discierna su movimiento; la del poder puede verse avanzar si se aguza la mirada y el segundero es rápido y no se deja fijar bajo el ojo. Son tres ritmos que concuerdan en la realidad, pero que se mueven con muy distinta dinámica.Nuestra época es ducha en velocidad, y acelera. Tenemos herramientas estupendas para saber tipos de cambio monetario en segundos, averiguamos casi instantáneamente cualquier dato en Google y accedemos a un océano de mercancías en unas cuantas teclas. Nos toma considerablemente más tiempo entender cambios políticos, formarnos nociones de acciones bélicas, declaraciones diplomáticas, pero los percibimos como cambios constantes. Pero queda pendiente todo un universo conceptual, mucho más abstracto y menos dependiente de la actividad cotidiana. Aquel donde hallamos nuestras ideas de justicia, de bien y mal, las cosas que juzgamos básicas y que no se dejan comerciar en el tráfago de los días. Es un ámbito sagrado. Por supuesto, también va cambiando en el tiempo, pero sus transformaciones obedecen a un ritmo lentísimo.La historia religiosa es una disciplina que no depende de las intemperies y no se entrega a historiadores con prisa. Demanda una sabiduría que solamente se adquiere con tiempo y cultivo. Siempre puedo ver el rostro de una persona; muchas veces, si hablo su lengua, puedo entender lo que dice, pero conocer su modo de pensar, los conceptos y palabras que conforman su visión del mundo, lo que considera justo, lo que espera en general de la vida, requiere una de dos: o ser parte del mismo grupo histórico, o dedicar décadas de lectura, observación, conversaciones. Jean Meyer no es ruso ni ucraniano. Es mexicano nacido en Francia y francés radicado en México. Su ruso es lengua adquirida hace décadas.Todos los días hay noticias, artículos y reportajes sobre Ucrania y sobre Rusia. Los hay estupendamente informados y valiosos, pero casi sin excepción, deudores del minutero: la política y la guerra. Incluso expertos en tema religioso terminan cediendo al tiempo más breve del minutero. Pero no hallo a nadie que de verdad pudiera entrar al corazón lento de esta historia de la atrocidad que Rusia comete contra Ucrania. Y esto lo digo yo, porque si bien parece que Meyer no discreparía, su acercamiento y su explicación jamás pierden esa sensatez de los sabios: show, don’t tell. No opina: muestra los hechos y el juicio es cosa del lector que, si lee, no puede sino convenir. La Iglesia Ortodoxa Rusa se ha transformado, como dijo Adamsky, en una “Ortodoxia Nuclear”. Es un libro con una cantidad de información monstruosa (no es juicio; es descripción), tomada de libros, revistas, periódicos, televisión, del ruso, inglés, francés, alemán y algunas cositas en español. No es el libro de alguien que se puso a trabajar a raíz de la agresión de Rusia contra Ucrania. Viene de mucho antes y de muy lejos. Por eso mismo, también va mucho más allá que los reportajes y análisis políticos. Es una perspectiva desde el lugar menos inestable de la civilización que, con todo, sufre de cismas cuyo alcance no se puede colegir todavía.AQ