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La «reconversión» de los parques eólicos, un problema ignorado por el Gobierno

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Según la Asociación Empresarial Eólica, la energía eólica es la tecnología que más electricidad genera en España. Nuestro país se sitúa en el quinto puesto mundial en lo que a potencia instalada se refiere, por detrás de China, Estados Unidos, Alemania e India. De hecho, recientemente se ha conocido que, con el impulso de los fondos europeos, pronto se iniciará la reconversión de instalaciones antiguas por otras más potentes –los nuevos aerogeneradores pueden llegar a tener cinco o seis veces más potencia unitaria en kilovatios–. Estos datos permiten deducir que la industria eólica española goza de muy buena salud, pero surge un dilema: ¿estamos experimentando una transición hacia un futuro energético más sostenible o, por el contrario, estamos ante el principio de un gravísimo problema ambiental y de salud pública que afectará a escala internacional debido a las toneladas de residuos que se generarán?

Y es que la vida regulada de un aerogenerador suele ser de 25 años. Habida cuenta que, en nuestro país, los primeros molinos de viento se empezaron a levantar a finales del pasado siglo XX, a día de hoy, miles de ellos comienzan a necesitar un reemplazo. WindEuropa, la agencia eólica europea, estima que en los próximos 2 o 3 años, alrededor de 14.000 palas podrían ser desmanteladas en Europa, lo que generaría entre 40.000 y 60.000 toneladas de residuos.

Aunque ingenieros y compañías eólicas eran conscientes del problema que plantearía la obsolescencia de estas gigantescas piezas tecnológicas, nadie ha dado un paso al frente para plantear soluciones para gestionar de forma sostenible su desmantelamiento. Así lo denuncia Jaime Segarra, presidente de la Comisión de Energía del Colegio Oficial de Ingenieros Industriales de Madrid. ¿El motivo? «Las palas se producían, pero no se procesaban. La industria sabía que este momento llegaría, pero prefirió postergarlo, ignorarlo por su complejidad y alto coste», apunta.

Según los expertos en sostenibilidad, el máximo responsable de liderar la gestión de estos residuos debería ser el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miteco). «Pero si, después de 25 años, no habían previsto que las palas tendrían una vida útil limitada ya que su eliminación sería un problema, no esperamos que ahora tomen las riendas», lamentan. Y detallan: «La cuestión es que, por un lado, la industria prioriza la producción y los beneficios a corto plazo. Por otro, los reguladores no han sido lo suficientemente estrictos en exigir planes claros para la gestión de residuos desde el principio. El resultado es que ahora tenemos una acumulación de materiales que nadie sabe cómo manejar, y los costes para resolver este problema son altísimos».

Desde la Fundación Renovables, su responsable de tecnologías renovables reclama dejar de tomar decisiones pensando solo en el corto plazo. «Cada nueva tecnología que desarrollamos debe venir acompañada de una estrategia clara para el manejo de sus residuos. Si no lo hacemos, lo que hoy consideramos un avance puede convertirse mañana en un problema ambiental de proporciones gigantescas», asegura Ladislao Montiel.

¿El reciclaje es una solución?

Entonces, ¿qué ocurrirá con todas estas toneladas de residuos? ¿El reciclaje sería la solución al problema? Precisamente, ese es el dilema porque algunos componentes no se pueden reciclar o, hacerlo, conlleva altos costes económicos. Hasta ahora, la solución más económica ha sido enterrarlas o acumularlas en los denominados «cementerios de palas». De hecho, son una realidad en muchos países suponiendo un importante desperdicio de recursos que se aleja de los criterios de sostenibilidad y circularidad que imperan en el sector eólico. Pero, además, plantean un problema para la salud de los ciudadanos. La evidencia científica avala esta realidad pese a que las grandes compañías energéticas afirman que las palas son inertes y constituyen residuos seguros para los vertederos.

Algunos de los materiales con los que están fabricadas son perjudiciales para el medioambiente y para la salud. Es el caso del bisfenol A (BPA), una molécula química industrial que se ha utilizado para fabricar ciertos plásticos y resinas desde los años cincuenta, ya sea como policarbonato y resinas epoxi. Su principal función es dar dureza y transparencia a los materiales. Tiene propiedades únicas: dureza, ligereza, resistencia a la fatiga, buena adherencia y ausencia de contracción tras el enfriamiento. Esto la ha convertido en un aliado para los fabricantes de palas de estos molinos de viento. De hecho, cada pala de un aerogenerador contiene un 2,5% de termoplástico y resinas epoxi.

El ingeniero lo explica así: «En los primeros parques eólicos, el material contenía mucho asbesto, similar al amianto. Es una fibra que, cuando se libera, puede volar, inhalarse y causar problemas de salud. Para mantener eso controlado, se usaban pinturas y productos especiales que, en ese momento, eran totalmente legales y cumplían las normativas, pero ahora se ha descubierto que son dañinos, como el bisfenol A. Al romper las palas para procesarlas, ese material queda expuesto, lo que genera riesgo de contaminación tanto por las pinturas y barnices como por la fibra en sí».

Estudios epidemiológicos asocian niveles de bisfenol A en orina con enfermedades como déficit de atención, desarrollo neuroconductual de los niños, bajo peso al nacer, infertilidad y tumores hormonodependientes como el cáncer de mama y enfermedades ginecológicas. «Uno de los efectos indeseables más importante es su acción sobre el sistema inmune. Y es que el BPA disminuye la eficacia de las vacunas», comenta Nicolás Olea, catedrático Radiología y Medicina Física de la Universidad de Granada, médico en el Hospital Clínico San Cecilio de esta ciudad y uno de los investigadores más prestigiosos de nuestro país en el estudio del efecto de las sustancias químicas en la salud.

El bisfenol A llega a la población a través del agua. «Al abandonar estas palas en el campo, los acuíferos son propensos a la contaminación del bisfenol A y éste, a través de fuentes subterráneas o superficiales, llega a la población a través del consumo de agua», asegura el médico. Y denuncia: «Las compañías eólicas y la administración han estado escondiendo el problema debajo de la alfombra y ahora están contribuyendo a una exposición humana masiva al bisfenol A».

Asociaciones como la europea WindEurope abogan por que se prohíba el depósito en vertedero de las palas de aerogeneradores en toda Europa a partir de 2025. Esto significaría que la industria eólica se comprometería a reciclar o recuperar el 100% de las palas que quedaran fuera de servicio. Sin embargo, en España, hay toneladas de bisfenol A repartidas por el campo, y aún no existe un sistema seguro para eliminarlas para mejorar el impacto ambiental de la energía eólica y garantizar la sostenibilidad del sector a largo plazo. También para no seguir provocando afecciones de salud.

Según Nicolás Olea, en el caso del bisfenol A, una vez formada la molécula, solo se puede destruir a través de la incineración. Sin embargo, este proceso supone un elevado impacto en la huella de carbono y en la salud humana. «A diferencia de los termoplásticos, que pueden derretirse y reutilizarse, el bisfenol A es termoestable: el calor lo quema, no lo derrite», explica el doctor. De hecho, estudios realizados por el Instituto de Salud Carlos III muestran un aumento significativo de cáncer y mortalidad en un radio de 20 a 60 kilómetros alrededor de incineradoras. «Llamar a la incineración valorización energética es un eufemismo. Estos trabajos deberían ser una llamada de atención», señala Olea.

Según los expertos, la solución ideal sería incorporar, desde el diseño mismo de las palas, tanto tecnologías como materiales reciclables o biodegradables. Por ejemplo, ya se están dando pasos en la creación de resinas más sostenibles que puedan descomponerse sin liberar sustancias tóxicas. Sin embargo, los expertos aseguran que implementar estas soluciones a gran escala llevará tiempo.

«Además, es imprescindible que existan políticas públicas más estrictas y que exijan responsabilidades claras a los fabricantes y operadores de aerogeneradores», señala Nicolás Olea. «Sin regulación estricta y vigilancia, las empresas buscarán minimizar costes, incluso a costa del medio ambiente o de nuestra salud. Por eso, los gobiernos deben actuar como árbitros, estableciendo reglas claras y penalizando a quienes no las cumplan. Además, como sociedad, debemos exigir transparencia y responsabilidad tanto a las empresas como a los gobiernos. Esto no es solo un problema técnico; es una cuestión de ética y de respeto por el medio ambiente y las futuras generaciones», concluye.