La buena imagen
Muchos luchan por tener una buena imagen, unos cuantos lo consiguen, a otros les da igual, pero es humano eso de presentarse ante el espejo y desear que la imagen que devuelva sea, cuando menos, agradable. Hay gente que hace de ello una profesión y se convierten en referentes para quienes desean imitar ese aspecto físico, ignorando que no es cuestión fácil a no ser que uno se emplee a fondo en ello y que forme parte, en cierto sentido, de la profesión que desempeña por estar cara al público o lo que fuere.
Otros chanchullean con lo que hoy se ha dado en llamar “influencers” y viven del cuento con todo prestado o regalado porque el papanatismo humano hace que la mente quede absorta en lo que uno quisiera aparentar, esos “wannabes” que carecen de personalidad o de carisma ignorando que se puede ser alto, bajo, torpe, rubio y hasta feo, pero que la chispa que da el carisma le confiere también ese empujón que obra la magia que permite gustar a todos. Hay quienes consideran que cuidar las arrugas, los kilos, la flaccidez o la papada es una tiranía, cuando hay gente que vive de tener buena pinta y conseguir trabajo, pongamos por caso una actriz, quien de su aspecto físico depende que la contraten o no para un papel u otro. Porque es mucho más fácil avejentar y poner feo a alguien que embellecerlo y quitarle arrugas o pellejos.
Me estoy acercando al momento de poner un ejemplo palpable, y creo que es ya hora de decir que pienso en Demi Moore, a quien vimos en los Globos de Oro verdaderamente esplendorosa, envidiablemente tersa y firme y bien cuidada, como si todavía estuviese en la treintena. Cuidarse es una opción, tener buenos resultados es otra cosa y pretender imitar a las estrellas podría llevarnos a la frustración, porque no todo el mundo tiene a su alcance los avances estéticos que puedan utilizar, ni todas las pieles responden de igual manera a las manos del especialista. En la medida de nuestras posibilidades, intentarlo mínimamente no me parece mal, incluso lo veo más que razonable.