Bella elocuencia
Existen espíritus excepcionales cuyo legado intelectual perdura principalmente mediante el recuerdo de su conversación. A estos personajes, más que su obra escrita, su alcurnia o su apariencia, los preserva y embellece la evocación de su elocuencia. Se sabe que tres de los conversadores más eminentes de la historia, Sócrates, Étienne de la Boétie y Samuel Johnson eran feos; sin embargo, su charla los engalanó y los resguardo para la posteridad.Para Platón en el intercambio oral del diálogo, la verdad se va construyendo continuamente, gracias a las preguntas, respuestas y enmiendas de los interlocutores, que van propiciando el ascenso de la charla y la aparición de cada vez mejores recursos de pensamiento y mayor conexión emocional. Este encanto de la charla explica el arrasador carisma del feo Sócrates entre la juventud de su tiempo y el que Platón lo haya elegido como personaje de sus diálogos. Si su amigo La Boétie no hubiera muerto prematuramente, tal vez Montaigne habría sido un ágrafo, pues el motivo por el que decidió escribir y, más que eso, inventar el género ensayístico fue para continuar el diálogo con el amigo difunto, que no destacaba por su guapura, pero si por sus ideas y fina oratoria.James Boswell, en su Vida de Samuel Johnson, emprende la biografía del hombre de letras inglés más influyente del siglo XVIII no sólo a través de sus peripecias vitales o sus libros, sino de sus sobremesas y charlas casuales. Boswell aspiraba a reproducir la conversación de Johnson de la manera más fiel y prolija posible, buscando conservar las inflexiones de su voz, la excentricidad, contundencia y ardor polémico de su estilo y la sabiduría y gracia de sus dichos.En la época de Johnson, una etapa dorada de la conversación en Inglaterra, la capacidad para charlar podía ser un rasgo tan apreciado como el valor, la belleza o la fortuna y muchas mujeres decían fijarse, antes que nada, en la manera de conversar de un hombre. Paradójicamente, el conversador Johnson estaba muy lejos de la etiqueta de la época: no tenía apariencia agradable, ni maneras exquisitas, no transigía por cortesía y solía acaparar la palabra. Boswell señala que, además de su presencia extravagante (muy alto, obeso, con el rostro afeado por la enfermedad y numerosos tics), Johnson: “Habla con aspereza, en voz muy alta, y no presta atención a la opinión de nadie, siendo absolutamente pertinaz en las suyas. Mana de su boca el sentido común en todo lo que dice, y parece poseído de una provisión prodigiosa de conocimientos que no tiene el menor cuidado de comunicar al primero que se le ponga enfrente, aunque con tal obstinación que da a sus parlamentos un aire de falta de gentileza, desagradable e insatisfactorio”. Este excéntrico personaje fascinó, sin embargo, a los más exigentes interlocutores de su era y su ingenio aún depara recompensas para quien se acerque, aunque sea a bocados, a su conversable obra o a los ecos que habitan en el libro de Boswell.AQ