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Consejos sabios para el 2025

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De todos los buenos y no tan buenos deseos de año nuevo que pasaron estos días por mis ojos, el de Peggy Noonan fue el que más me llegó.

Dice cosas que a mí me hubiera gustado decir, sin tener que mentir ni plagiar a nadie. Apareció en las páginas del Wall Street Journal el 2 de enero.

Noonan es una consumada escritora y columnista norteamericana, autora de varios libros sobre política, historia y cultura, y fue galardonada con el Premio Pulitzer por sus incisivos análisis en la campaña del 2016.

Tiempo atrás, trabajó en la Casa Blanca como escritora principal de discursos presidenciales (Reagan), pero no sé exactamente cuál es su verdadera filiación (ni me importa). No necesariamente debo coincidir con ella en todo para apreciar su buena pluma. Su desiderata es universal para el año que comienza y para todos los demás.

Los letreros del camino

Dice, entre otras verdades, que se deben leer los signos posteados a lo largo del camino de la sabiduría, sobre todo los sembrados con ahínco por autores como F. Scott Fitzgerald, C. S. Lewis, David Foster Wallace e, irónicamente, el sicólogo de la abuela italiana de una de sus amistades más dilectas. Empiezo por la última, que es el final y el principio de todo lo demás.

La abuela, a sus ochenta años, le confesó al terapeuta que deseaba aprender italiano, pero temía perder su tiempo por lo poco que le quedaba de vida. El muy ladino, como buen mediterráneo, le contestó: “Igual vas a morir, sabiendo italiano o desconociéndolo. Pero ¿cuál sería una muerte mejor?“. La anciana sonrió. Yo también, cuando lo leí. À mon âge, dicen los franceses, quiero retomar mis estudios de francés, abandonados por desidia en algún recodo del camino. Como Peggy, creo que nunca es tarde para emprender lo que verdaderamente se ama.

En su bien surtido bazar literario, encontré otras cosas simples y sagaces a la vez. Una de ellas es saber qué aconsejar, con sensatez, a una pareja a las puertas de la iglesia. Lo único que se les puede decir, agrega, es que Dios es real y que los bebés son la única verdad.

Me recuerda el hermoso poema hecho canción de Maná y Shakira para rescatar a todas las criaturitas. I believe in babes, también canta Kenny Rogers acompañado de su guitarra. ¡Lo máximo!

¿Y qué decir de la fuerza motriz que realmente mueve al mundo? No hay que vender humo ni elaborar complicadas teorías ni modelos económicos que abundan por doquier.

Lo que verdaderamente lo mueve, insiste, es el trabajo honesto de hombres y mujeres para ganarse la vida. (It makes the world go round). Aconseja, por tanto, que todos debemos llevar nuestros talentos al mercado, por más modestos que sean, pues solo ahí les darán su justo valor.

Yo coincidiría con los tres (tristes tigres) que ganaron el último Nobel de Economía, cuyas recomendaciones no han sabido ser bien leías por los socialistas, incapaces de ver en el esfuerzo individual la madre del cordero. No debemos creer en los cantos de sirena de la izquierda trasnochada.

En la misma vena, ¿cuál debería ser la primera lección que habrían de recibir, al entrar, los estudiantes de colegios y universidades? ¡Leer a granel! Lean todo cuanto puedan —dice—, cuestionen con buenas razones el adoctrinamiento de la educación sindicalizada (dejar que la educación la controlen los padres de familia y no los burócratas) y evitar dejarse seducir por la información fácil y ligera de las redes sociales.

Lo que ahí absorban los dejará anquilosados en el mismo sitio, sin poder atesorar nada imperecedero. Tik, tok, tik, tok! Ver a influencers mostrar bustos y caderas, deshacerse en acrobacias agraciadas o recitar frases entresacadas de textos más profundos, les darán instantes de entretención, pero no los hará avanzar.

Es la forma más inocua de perder el tiempo, diría Cutito Larrinaga. Si quieren avanzar por el camino del saber y llegar finalmente a puerto seguro, deberán quemarse las pestañas. No hay de otra, dice un refrán popular.

El vil metal

En cuanto a la seguridad personal, advierte que es algo más que alcanzar la estabilidad financiera; es aprender a dar pasos firmes, sin titubear ante los vendavales, y, ojalá, no dejarse influir por las adulaciones electorales.

Hagan lo que deban hacer, ojalá, a su manera, o mejor aún, a lo Frank Sinatra (My Way) para que, al peinar canas y volver la vista atrás, puedan hacerlo con la mirada fiera y las alas abiertas para el vuelo, como los errantes pájaros marinos de Julián Marchena.

La envidia, dice, es mala compañera de viaje. Por eso, invita a sus lectores a jamás deslumbrarse con la riqueza acumulada por otros, ni indagar cómo hicieron su dinero (tal vez a la buena; tal vez no).

Hace un siglo, agrega, F. Scott Fitzgerald aseguró que los ricos eran diferentes de nosotros. ¡Es cierto! Pero descarta la satírica frase de Ernest Hemingway cuando quiso, sin razón, bajarle el piso: “Claro, los ricos tienen plata y nosotros no…”.

Y ahí es donde redime a Fitzgerald, porque la experiencia demuestra que los ricos son fuertes donde nosotros somos débiles, pero duros donde solemos flaquear. Esto lo aplica especialmente a la política estadounidense: suave ante el crimen, el populismo sindical educativo y la migración ilegítima y desordenada, temas ante los cuales debería ser más dura, pero, irónicamente, es insuficientemente rigurosa frente a la ilegalidad y criminalidad que, casi por definición, exime de sus efectos a los ricos y castiga más a los pobres. El dinero cambia a la gente porque cambian sus propias experiencias.

También hay algo para las figuras públicas y los políticos de profesión, muchos de los cuales emprenderán este año sus frenéticas carreras para llegar a presidir. Y una vez en Zapote, pretenderán que el público los comprenda y los absuelva.

Es un error, dice, pues el público no quiere realmente saber de sus debilidades ni, mucho menos, sus cuitas habituales, sino simplemente que hagan bien su trabajo. Eso les bastará para saberse explicar. Tiempo habrá para que el electorado los entienda y la historia los redima, si es que lo llegan a merecer. Con eso, Peggy Noonan y nosotros nos daríamos por satisfechos. ¿Será mucho pedir?

jorge.guardiaquiros@yahoo.com

Jorge Guardia Quirós es abogado y economista.