La batalla por el cosmos: cuando Sagan se enfrentó a Velikovsky
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En la década de 1970, mientras la humanidad ponía sus ojos en las estrellas y la carrera espacial estaba en su apogeo, una batalla intelectual se libraba en las aulas y auditorios de las universidades estadounidenses. De un lado un carismático astrónomo de cuello de tortuga y voz pausada llamado Carl Sagan (1934-1996); del otro un controvertido autor de best-seller que había cautivado la imaginación del público con teorías tan extravagantes como populares: Immanuel Velikovsky (1895-1979). Todo comenzó en 1950, cuando Velikovsky, un psicoanalista nacido en Bielorrusia, publicó «Mundos en colisión», un libro que se convertiría en un fenómeno editorial y en la pesadilla de los astrónomos. La premisa era tan audaz como descabellada: Venus era en realidad un cometa expulsado por Júpiter que había pasado cerca de la Tierra, provocando las plagas de Egipto y deteniendo la rotación de nuestro planeta. «Era como si alguien hubiera escrito un best-seller afirmando que la Luna estaba hecha de queso Roquefort», bromearía años después de Carl Sagan. La diferencia es que mucha gente realmente creyó las teorías de Velikovsky. La verdad es que 'Mundos en colisión' se convirtió en un éxito instantáneo. Los lectores quedaron fascinados por la forma en que Velikovsky entrelazaba mitos antiguos, eventos históricos y fenómenos celestiales en una narrativa coherente y emocionante. El problema era que violaba prácticamente todas las leyes conocidas de la física. La comunidad científica reaccionó con horror. Harlow Shapley, director del Observatorio de Harvard, llegó a amenazar con boicotear a Macmillan, la editorial que publicó el libro. La presión fue tal que Macmillan transfirió los derechos a Doubleday, algo sin precedentes para un libro que encabezaba las listas de best-sellers. Carl Sagan, por aquel entonces un joven astrónomo que comenzaba a destacar por su capacidad para comunicar la ciencia al público general, vio en la controversia de Velikovsky un ejemplo perfecto del peligro de la pseudociencia. Para él, el verdadero problema no era que Velikovsky estuviera equivocado, sino que su trabajo representaba una forma de pensamiento anticientífico que podía ser peligrosamente seductora. «Lo fascinante de Velikovsky», escribiría Sagan, «no es que estuviera equivocado en prácticamente todo, sino que logró convencer a tanta gente de que tenía razón». En 1974, la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia organizó un simposio que enfrentaría directamente a Sagan con Velikovsky. El evento, que atrajo una atención mediática sin precedentes, se convirtió en el escenario de uno de los debates más memorables en la historia de la ciencia moderna. Por un lado, estaba el científico riguroso pero carismático, capaz de explicar conceptos complejos con analogías brillantes. Por el otro, el outsider creativo que desafiaba el establishment con teorías que, aunque fantásticas, conectaban con algo profundo en la psique humana. Sagan, armado con datos, ecuaciones y una paciencia infinita, procedió a desmontar sistemáticamente cada una de las afirmaciones de Velikovsky. Calculó la energía necesaria para expulsar a Venus de Júpiter (imposible), la probabilidad de que un planeta cambie su órbita sin desestabilizar todo el sistema solar (nula) y las consecuencias reales de que la Tierra detuviera su rotación (apocalípticas). El astrónomo estadounidense demostró que era posible enfrentar ideas erróneas sin recurrir al ridículo o la condescendencia, estableciendo un modelo para la comunicación científica que perdura hasta hoy. «Es más fácil creer en historias emocionantes que en ecuaciones difíciles», reflexionaría Sagan años después. «Pero el universo no está obligado a ser tan entretenido como nos gustaría». Velikovsky, por su parte, mantuvo sus convicciones hasta su muerte en 1979. Sus seguidores continuaron defendiendo sus teorías, aunque su influencia disminuyó gradualmente frente al peso de la evidencia científica. En la era de las fake news y las teorías conspirativas virales, el enfrentamiento entre Sagan y Velikovsky adquiere una nueva relevancia. Nos recuerda que la batalla entre el pensamiento crítico y las creencias infundadas no es nueva y que la mejor defensa contra la desinformación sigue siendo la educación científica. La controversia también nos enseña algo sobre la importancia de la comunicación científica. Velikovsky triunfó inicialmente porque era un narrador excepcional, pero Sagan demostró que la ciencia real puede ser igual de fascinante cuando se comunica con pasión y claridad.