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Vivir en sociedad entre idiotas y merecidos

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En este artículo reflexionaré sobre dos tipos de personalidades que observo en la sociedad costarricense y que, desde mi ángulo visual, producen tremendos daños a la democracia, al Estado social de derecho, a la vida en sociedad en general: los idiotas y los merecidos. En el primer caso, especialmente, no aplicaré acepciones peyorativas de uso actual y cotidiano.

Lamentablemente, en todo lado llueve, lo que quiere decir que semejantes personajes no son exclusivos de esta tierra. Pululan por todos lados. No es que antes no los hubiera, solo que eran menos.

Para fines de este artículo, retomaré el significado original de la palabra idiota según los antiguos griegos. Para ellos, el idiota era esa persona que solo se ocupaba de lo suyo y no se involucraba en la vida pública, ergo en la política. Como valoraban de forma superlativa la participación cívica como cimiento fundamental de la democracia, se esperaba que todos los ciudadanos estuvieran interesados y versados en los asuntos públicos. Mantenerse al margen de ello era un signo de ignorancia, de falta de educación, de desinformación y de abandono del deber: signo de idiotez.

Por su parte, el “merecido”, para fines de este ensayo, describe a quien exige derechos y privilegios, casi que por el solo hecho de existir, de haber nacido, sin reconocer deberes ni contribuciones. Por cierto, el artículo de la profesora Isabel Gamboa Barboza del 15 de diciembre (Que vivan los estudiantes) nos ofrece una muestra de estos individuos a través de la descripción de algunos estudiantes, cada vez más frecuentes. Pero igual los tenemos en todos los estratos y estamentos de la sociedad; trascienden lo socioeconómico y educativo, o lo rural y lo urbano.

En la sociedad contemporánea, donde la tecnología ha reducido las distancias y multiplicado las oportunidades para la comunicación, parecería que deberíamos ser testigos de una civilización más cohesionada y empática. Sin embargo, esta aspiración choca con estas dos figuras que, desde su particularidad, erosionan los pilares de una sociedad funcional. El ensimismamiento del idiota, y la voracidad del merecido, obstaculizan la búsqueda de un desarrollo colectivo sostenible y justo.

Si bien cada fenómeno tiene sus propias manifestaciones y causas, idiotas y merecidos comparten un denominador común: una visión descontextualizada y egocéntrica de la vida en sociedad.

Prejuicios

La figura del idiota en el siglo XXI se ha adaptado muy bien a la era digital; incluso, por qué no, se ha exacerbado como causa de las redes sociales: el idiota de hoy no se desconecta del mundo por falta de información, sino por exceso de opciones que lo sumergen en burbujas personalizadas. Las redes sociales, diseñadas para optimizar la interacción, paradójicamente fomentan un aislamiento ideológico y emocional. En lugar de contribuir al debate público, este nuevo idiota opta por el consumo pasivo o por la difusión de discursos que refuercen sus prejuicios.

En Costa Rica, este fenómeno es evidente en la indiferencia hacia problemáticas importantes y urgentes como tan visibles como la corrupción, el incremento en la violencia y el narcotráfico, el desastre del sistema educativo público preuniversitario, el desmantelamiento de la Caja Costarricense de Seguro Social, por citar algunos muy evidentes, teniendo claro que el daño sistemático a la democracia y al Estado social de derecho es cosa que a pocos importa. Muchos prefieren ignorar las crisis que afectan al país mientras invierten tiempo y energía en trivialidades.

Podría citar datos de encuestas realizadas por institutos de la Universidad de Costa Rica (UCR) o de la Universidad Nacional (UNA), de organismos y organizaciones internacionales, así como de empresas privadas, en que se mide cómo, cada día más, los temas de la vida política, de la vida en sociedad, le son ajenos a una importante mayoría de las personas. Pero me voy a las encuestas más relevantes y reveladoras: las elecciones nacionales para escoger la fórmula presidencial del país, y las cantonales.

El abstencionismo en las elecciones presidenciales muestra una tendencia creciente, especialmente a partir de 1999, en que se supera el 30% del padrón, pero con especial magnitud en las últimas dos, superando el 40%. Ello permitió, por ejemplo, que un candidato que obtuvo menos del 10% del padrón en la primera ronda electoral, alcanzara la presidencia de la República en la segunda ronda. Un cuadro no muy distinto, sino es que peor, nos pintan las elecciones municipales, cuyo abstencionismo ha superado el 60% desde que se realizan las elecciones de forma separada, aunque sí se muestra una tendencia a la baja.

Si la forma más sencilla de ejercer la libertad democrática que es el voto no se ejerce a plenitud, es fácil concluir la clase de compromiso que estamos teniendo, en el conjunto, por lo que ocurre con nuestra sociedad, a todos sus niveles. En muchos lugares, con mayor fuerza. Qué decir, entonces, de la escasa participación en las asociaciones comunales, asadas, juntas escolares o de salud, etc. Somos víctimas del bien sabido “cada quién en su casa y Dios en la de todos”. Ah, pero si lo que deciden y hacen los demás me afecta, ahí sí reclamo y berreo. ¡Vaya cinismo!

Meritocracia

El merecido, por otro lado, encarna una peligrosa distorsión de la meritocracia. Mientras que esta última se basa en la idea de que los logros deben corresponder a los esfuerzos y capacidades individuales, el merecido se aferra a la creencia de que su simple existencia le garantiza privilegios. Esta actitud, profundamente enraizada en el individualismo extremo, se refleja en demandas desproporcionadas que desatienden el bienestar colectivo.

Un ejemplo claro, en el contexto costarricense, es el de aquellos que exigen servicios públicos de calidad sin contribuir mediante impuestos justos o respetar los bienes comunes. Esta actitud también se manifiesta en el ámbito laboral, donde algunos empleados esperan ascensos o beneficios sin demostrar compromiso ni desempeño destacado. Asimismo, de estudiantes que no dan su mejor esfuerzo en las aulas de escuelas, colegios o universidades. En la esfera política, el merecido también prolifera: ya sacarán ustedes sus conclusiones de quiénes son y cómo lo hacen.

Los merecidos, en general, ven el Estado como un proveedor ilimitado de recursos, pero evitan cualquier acción que implique sacrificio personal.

En el ámbito económico, estas actitudes también tienen efectos negativos. La desconexión del idiota limita la capacidad de innovación y cooperación, mientras que el comportamiento del merecido incrementa la ineficiencia en la asignación de recursos. Ambas figuras, en última instancia, frenan el progreso hacia una sociedad más próspera y equitativa.

Repercusiones sistemáticas

La presencia de idiotas y merecidos en una sociedad genera frustración individual, así como repercusiones sistémicas. Ambos contribuyen a la fragmentación social, debilitando la sociabilidad, o sea, la capacidad y habilidad de asociarse, interactuar y formar relaciones con otros.

El idiota, al desentenderse de los problemas colectivos, deja un vacío en los espacios de decisión pública. Esto permite que grupos con intereses particulares ocupen esos espacios, promoviendo agendas que no necesariamente benefician al conjunto de la población. El merecido, por su parte, exacerba las tensiones sociales al exigir privilegios que otros perciben como inmerecidos, generando resentimiento y polarización; especialmente si alguna estructura le concede tales prerrogativas.

Superar estas dinámicas requiere un esfuerzo colectivo para fomentar una ciudadanía activa y comprometida. Para ello, es fundamental educar —en todos los niveles— para la participación; promover habilidades críticas y valores que incentiven el involucramiento en los asuntos públicos. Además, fortalecer las instituciones democráticas para garantizar que las voces de todos los sectores sean escuchadas y valoradas.

juan.romero.zuniga@una.ac.cr

Juan José Romero Zúñiga es médico veterinario, profesor de Epidemiología en la UNA y la UCR. Ha publicado aproximadamente 140 artículos científicos en revistas especializadas.