La esperanza como palabra y misión
Entre las “palabras del año” que por esta época destacan respetables organizaciones, dos resaltan por su fuerza. La revista inglesa The Economist, perturbada por Donald Trump y su equipo, seleccionó kakistocracia: el gobierno de los peores. Los diccionarios Oxford se inclinaron por una frase: podredumbre cerebral (o brain rot, en inglés). Se refiere al deterioro de la capacidad intelectual por el hiperconsumo de contenidos falsos o triviales, particularmente en línea.
El Merriam Webster, de Estados Unidos, escogió polarización; el Mcquaire, de Australia, compuso el neologismo enshittification, traducido como mierdificación, para señalar el tóxico deterioro de productos, servicios y mensajes. La Fundación del Español Urgente, tras las mortíferas inundaciones en Valencia, escogió dana, un idiosincrático acrónimo acuñado por la agencia meteorológica española como “depresión aislada en niveles altos”.
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Todos esos vocablos, algunos muy cercanos en sus corrosivas y tangibles implicaciones, exponen un año de desastres, desafíos, deterioros y desesperanzas. A la vez, plantean una pregunta: ¿cuáles serán las palabras que sigan? Mejor, ¿cuál o cuáles deberían ser? El martes, al abrir la Puerta Santa de la basílica de San Pedro e inaugurar así el Jubileo Ordinario del 2025, el papa Francisco propuso la esperanza. Anida en el corazón de toda persona “como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana”, y en su concepción cristiana “no engaña ni defrauda”.
A partir de ella, invitó a la paciencia, a la perseverancia y a leer el “signo de los tiempos”. Para hacerlo con realismo y sin evasiones, recomendó “poner atención a todo lo bueno que hay en el mundo, para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia”.
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Las “palabras del año” se refieren a lo que ya fue; la exhortación del papa, a lo que debería ser. Las primeras son descriptivas; la suya, normativa. Se trata de un llamado e ejercer la autonomía de la voluntad, base de la ética. No hay que ser creyente para suscribirlo. Solo desde los propósitos personales y colectivos bien articulados podremos neutralizar la kakistocracia, la podredumbre cerebral, la polarización y la mierdificación que tanto agobian. He aquí una buena tarea para el año que viene. Suerte.
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