La casa Raimondi
Por: Eduardo González Viaña
El día de Navidad de 1860, Timoteo Espinoza, un campesino chavín, tuvo la idea de invitar a su casa a un joven científico italiano llamado Antonio Raimondi, quien se encontraba en el pueblo haciendo estudios, difíciles de entender, sobre animales y plantas.
La esposa de Timoteo se había esmerado en preparar una cena suculenta y colocó la olla con el potaje sobre la mesa de piedra alrededor de la cual se sentarían.
Sin embargo, al momento de levantar la cuchara, el barbado extranjero se quedó inmóvil. Dejó los cubiertos a un lado y comenzó a observar la mesa con total asombro.
“¡Esto es increíble!”, dijo.
Aquella mesa era, en realidad, una losa rectangular de granito con casi dos metros de largo. Raimondi la palpó. Pasó sus dedos sobre diseños que —según su ojo e intuición de investigador le decían— alguien había esculpido allí hacía mucho tiempo (200 años antes de Cristo, según se sabría después), y dijo:
“Esta es una mesa sagrada”.
Gracias al buen gusto de Timoteo, en esos momentos se salvó para la posteridad el documento que mejor refleja el pensamiento religioso chavín y, como las tablas de la ley de Moisés, la más antigua expresión cosmogónica del hemisferio occidental.
La estela de chavín representa a un sujeto antropomorfo con rostro y múltiples manos de felino. Su valor artístico es, además, tan grande como lo es su significación histórica.
La losa de granito de 1,98 por 74 cm simboliza la divinidad chavín y tiene gran semejanza con el señor Viracocha que nos contempla desde hace milenios en la puerta del Sol de Tiawanaku. Se le denomina hoy estela Raimondi en homenaje al científico italiano Antonio Raimondi (1824-1890), quien vino a nuestra patria, y no la dejó más, para investigar su naturaleza, su geografía y su historia.
Escritor, explorador y catedrático, Raimondi escribió una obra llamada El Perú, que viene a ser el acta de bautizo de nuestro país. Nadie antes ni después ha descrito las plantas y las aves de esta tierra como él lo hizo. Muchas de estas especies también llevan ahora su apellido.
Después de una vida de investigador incansable, Antonio Raimondi pasó sus últimos años en una soberbia casa colonial de San Pedro de Lloc, en la que lo albergó su paisano Alessandro Arrigoni. Ambos eran perseguidos políticos. Provenían del mismo sueño, la revolución de 1848 llamada ‘La primavera de los pueblos’, que sacudió Europa y significó la aparición del movimiento obrero. Derrotados en Italia, Raimondi y los suyos viajaron a América.
Actualmente, en San Pedro de Lloc se erige la casa-museo Antonio Raimondi, que guarda memoria de todos los descubrimientos hechos por el insigne explorador. La he visitado en estos días y gracias a la gentileza de su director, Marvin Sánchez, he podido volver a caminar por las páginas del Perú a través de los acuciosos ojos de este noble científico. La Municipalidad Provincial de Pacasmayo la administra y recibe el apoyo de diversas entidades (no todas las que deberían hacerlo) y del arquitecto Héctor Ayllón Rémar.
La estela Raimondi ha tenido mucha suerte. Timoteo Espinoza, al convertirla en una mesa de su uso doméstico, la salvó de caer en manos de los interesados en recoger materiales de construcción. Además, en 1881, cuando los soldados chilenos invadieron la zona donde se encontraba la estela, ante el estrépito de sus caballos, el monolito cayó al suelo y así se salvó de la barbarie.
Hoy se encuentra en el Museo Nacional de Antropología de Pueblo Libre (Lima). Sin embargo, aquí va un aviso para los interesados: el museo de Lima será cerrado en marzo por reparaciones y permanecerá así tres años.
De Antonio Raimondi es conocida la frase según la cual “el Perú es un mendigo sentado en un banco de oro”. La casa-museo, al lado de un gran retrato del sabio, publica otra que dice: “No hay que perder la fe. El Perú tiene escrito en el libro del destino un porvenir grandioso. La rodilla que su pecho oprime no es bastante para arrancarle sus condiciones de gran vitalidad. Más tarde o más temprano, se pondrá de pie…”.
Dios lo escuche.
*Escritor. Autor de El poder de la ilusión, sus memorias.