El Piolet de Oro es español
Alejado de los focos y de la fama, el montañista catalán Jordi Corominas se ha convertido en el mejor alpinista del mundo al recibir el Piolet de Oro, el más alto reconocimiento en su disciplina y un premio a su trayectoria en las alturas durante más de cuarenta años. En sus quince ediciones previas, ningún alpinista español ha recibido el galardón, que lleva el nombre del célebre escalador italiano Walter Bonatti y en cuyo palmarés sobresalen figuras como el transalpino Reinhold Messner, los polacos Voytek Kurtyka y Krzysztof Wielicki o el japonés Yamanoi.
Con 66 años, Corominas, nacido en Barcelona y afincado en Benasque (Huesca) desde principios de los 90, corona una carrera alabada, según el jurado, por su estilo alpino clásico, por sus rutas inéditas y de dificultad técnica, como la del K2 por el pilar suroeste, conocida como la «Magic line», así como por haber encarnado la transición de los alpinistas del siglo XX y los del XXI. «Mi primera reacción al conocer el premio fue pensar si lo aceptaba o no. Pero lo hice no sólo por mí, sino por toda la gente que hace alpinismo en España y en el mundo», relató Corominas a Efe antes de recibir la estatuilla en la gala que se celebró en la localidad italiana de San Martino di Castrozza, enclavada en los Dolomitas.
El escalador catalán confesó haber rechazado galardones porque lo que buscaban era «halagar la vanidad y hay cosas que no les ves sentido. Pero me da igual y sigo en mi cueva», apuntaba en alusión a su refugio en el valle pirenaico, donde ejerce de guía de montaña. Corominas ha recibido el Piolet de Oro sin haber subido nunca el Everest y con «sólo» dos ochomiles en su haber –Dhaulaguiri y K2–, una circunstancia de la que no se arrepiente. «Hay muchas otras montañas que resultan más interesantes. Una vez lo intenté por la cara norte (en 2006), no salió y nunca más me ha interesado», reflexiona con sosiego el escalador barcelonés, quien asegura tener cuerda para rato «mientras el cuerpo funcione».
Sí cierra la puerta a hollar el techo del mundo (8.848 metros) u otra de las trece grandes cimas del Hilamaya: «En principio, no me lo planteo. Hay otras montañas que me interesan más, como unos cuantos siete miles, porque tienen características que van más relacionadas con lo que llamamos alpinismo. El Everest en realidad no es la montaña más importante, ni la más difícil».
«La altura es un parámetro que por sí solo no vale. Lo que cuenta es lo lejana que está la montaña o la pared, cuanto más desconocida, mejor. Hay que intentar hace algo nuevo, con dificultad técnica y que tengas las menos ayudas exteriores posibles. No vale que esté yendo de gente, que te pongan las cuerdas o que uses oxígeno», argumenta en su alegato del alpinismo clásico.
Corominas reconoce que le desagradan las imágenes de las aglomeraciones en el Everest o el Mont Blanc. «Es algo que hemos creado entre todos y que no tiene marcha atrás», añade. Y este fenómeno lo desliga de lo que es el montañismo más puro: «No tienen nada que ver. Son dos mundos totalmente separados. Las colas de la gente es algo que en el alpinismo no se habla para nada».
El nuevo Piolet de Oro rechaza la exposición de sus ascensiones en las redes sociales porque marcarse como objetivo una foto puede resultar «una trampa. Hay que vigilar mucho nuestra vanidad, porque nos puede llevar a cometer errores. Intento tener mi ego lo más controlado posible y que no influya en mis decisiones en la montaña», sostiene. Él ha vivido episodios de peligro en algunas de sus expediciones, si bien antepone la cautela a asumir riesgos que puedan ser fatales. «Si viese tan clara la muerte, me daría media vuelta. No creo en la suerte, sino en la preparación», concluye.