Afuera los sillones y la mesa, que este inmenso portal ocupa toda la sala de doña Grace
En esta casa no hay sillones ni mesa ni sillas. En su lugar hay gallinas, ovejas y un parque de diversiones. Y no, nada de esto se encuentra en el patio, por el contrario, todo eso (y más) está en plena sala.
No es que doña Grace Oviedo no tenga sillones, o se niegue a tener muebles, sino que ella necesita tener la sala de su casa desocupada entre setiembre y diciembre, y eso conlleva “desaparecer” todo lo que hay allí.
¿Por qué? Al portal hay que hacerle espacio, uno muy grande, para que pueda acomodar las decenas de aldeanos y las más de 100 ovejas que ha ido coleccionando.
En realidad, los sillones sí están en este espacio de la casa, pero encontrarlos a simple vista es tarea casi imposible.
¿Cómo se esconde un sillón en una sala? La respuesta es muy sencilla: se les coloca una tabla encima y se acomodan de forma tal que sirva como la base del portal, luego se cubre con tela negra o con cualquier otro material, con el fin de que no se vean durante los meses que dura la temporada navideña en su casa.
Todo comenzó hace aproximadamente 15 años, cuando doña Grace se pasó de casa y vio que la sala era lo suficientemente amplia como para hacer un portal como lo había soñado toda la vida: uno muy grande.
Se quedó sin trabajo... y cumplió su sueño de Navidad
“Cuando comencé, me acuerdo de que decía: ‘¿Cómo puedo hacer el portal?’. Sabía que lo quería hacer en alto y bien lindo, pero es que no tenía una mesa ni nada para hacerlo como quería y yo decía: ‘Diosito, ayúdame’. En eso me quedo viendo los sillones y digo: ‘Ah no. Aquí es poniendo los sillones, me consigo una tabla y los pego’ y, de verdad, puse los dos sillones, me conseguí una tabla grandísima, la puse encima y así empecé a montar la base”, recuerda.
Sin embargo, los sillones no eran lo suficientemente grandes para levantar lo que ella se imaginaba, entonces empezó a buscar cajas de cartón y las colocó de forma tal que sirvieran como base para su anhelado pasito. Poco a poco, su anhelo fue tomando la forma que ella había imaginado.
Ya que hacer un portal bien grande siempre fue una de sus mayores ilusiones, verlo materializado cada año es volver a cumplir el sueño de doña Grace.
Aquel primer año, esta amante empedernida de la Navidad hizo el portal como hasta la mitad de la sala, pero estaba segura de que al año siguiente podía hacerlo mucho más grande. Sin pensarlo dos veces, se fue a comprar una mesa, que junto a los sillones y las cajas, le iba a permitir cumplir lo que se propuso.
Días después de que colocó su pasito, mientras caminaba por el barrio, doña Grace pasó por una casa que la enamoró, pues en el corredor habían montado algo que ella nunca había visto: una villa.
“Me quedé viendo y en mis adentros decía: ‘Qué lindo eso’. En ese momento salió la señora y le dije que qué bonito; ella me invitó a pasar para que la viera de cerca y me acuerdo que yo le decía que también quería hacer una, pero que ni siquiera tenía casitas. Ella me dijo que había empezado igual, que al principio no tenía nada, pero que poco a poco fue comprando casitas hasta llegar a tener su villa”, narra.
Se propuso comprar casitas y figuras que le sirvieran para poder hacer su propia villa y, poco a poco, fue tomando forma. Hoy incluye no solo casas, sino que tiene tiendas y hasta un parque de diversiones, pues sus hijos comenzaron a ayudarle a armar su colección.
“En aquellos primeros años compraba guata y todas esas carajadas que se le ponen y lo hacía en pequeñito. A partir de entonces me fui comprando cositas. Primero una cosita, luego otra y otra, y ya mis hijos me compraban y me traían. Yo iba a almacenes y compraba cuando ponían las cosas en oferta”, detalla.
Ahora en la sala de su casa no hay espacio para nada más, pues tanto el pasito como la villa abarcan desde la puerta hasta la cocina. La única excepción que tuvo que hacer después de una negociación con su hijo Alex y su nieto Allen, con quienes vive, fue dejar un pequeño espacio entre la villa y la pared, pues detrás de esta se encuentra el Wi-Fi. Aunque a ella no le interesa mucho, a ellos sí y temía que fueran a “travesearlo” y le destruyeran la villa.
Un portal que se ve, pero no se toca
Ella no tiene ni la menor idea de cuántas piezas tiene su portal, solamente sabe que reúne a más de 100 ovejas, porque hace un par de años las contó y, cuando vio que tenía 99, se fue a comprar una para llegar a la centena.
La número 100 no es una oveja cualquiera: es una oveja negra que, para ella, tiene un significado espiritual muy importante e incluso se ve reflejada en ella. Cada Navidad lo recuerda.
“Cuando tenía 99, me acordé de la oveja perdida y me fui para un chinamo a comprar la que me faltaba para las 100 y veo una ovejita negra. En ese momento, dije: ‘Esta oveja la compro porque esta soy yo’ y la compré. No obstante, el año pasado le compré más y este año también, entonces otra vez no sé cuántas ovejas tengo”, comenta entre risas.
Esta señora de 67 años le compra figuras nuevas a su portal todos los años. Su interés no es que se vea más grande, sino ofrecerle un tributo al Niñito. Según revela, desde que estaba muy pequeña, su mamá le enseñó que la Navidad era para celebrar el cumpleaños de Jesús y había que darle un regalo; por ello, cada vez que compra una gallina, un aldeano o un pato nuevo, primero se lo ofrece al Niño, quien se encuentra en el piso más alto de su pasito.
La creadora de este singular homenaje procura que su portal tenga un orden. El de este año tiene dos pisos y en el de arriba solamente se encuentran María y José en una casita, esperando el nacimiento de Jesús.
En el otro piso reposan las demás figuras, las cuales son difíciles de contar, pero sí se puede apreciar es que están distribuidas dependiendo de su función. De esta forma, primero está el enorme rebaño de ovejas con los pastores y luego están las gallinas, los pavorreales, los patos, los aldeanos y una vaca de plástico.
De acuerdo con doña Grace, la vaca fue un regalo de su nieto cuando estaba pequeñito. Aunque es de plástico y no se parece al resto de figuras, tiene un valor sentimental importante, incluso el ahora adolescente siempre le pregunta que si puso el animalito que le regaló cuando era todavía niño.
El portal también resguarda figuras que le regalan vecinos, familiares y amigos cada vez que llegan a su casa para ver cómo le quedó el pasito. Según explica, su hogar es bastante concurrido en esta época, precisamente porque a sus conocidos les gusta ver el gran portal.
“Me encanta que la gente venga, que traigan chiquillos y todo, solo les advierto que vean todo lo que quieran, pero que no me toquen el Niñito ni el portal ni nada. Tampoco se toca nada de la villa, porque, Dios guarde, luego me quiebran algo. Hasta les advierto a mis hijos”, dice.
De hecho, no deja que nadie la ayude a hacer su portal, ella prefiere ser la única en armarlo, pues le gusta que todo quede a su manera. Comienza a sacar “chunches” desde agosto, pues le gusta tenerlo todo listo para comenzar a colocar las figuras a mediados de setiembre. Desde ese momento lanza la advertencia: “Ya viene el Niño y la sala es de él”.
Este año duró cuatro días haciendo el portal y cuatro más armando la villa. Empezó el 15 de setiembre.
“Cuando ya tengo todo listo, me siento a verlo y digo: ‘Gracias, Señor, por darme un año más’. Claro, termino que no aguanto nada, me acuesto y duro como una semana para reponerme, porque la villa lleva mucha cosita pequeña y tiene que tratarse con delicadeza: sacar pieza por pieza de las cajas. No puedo hacerlo todo al mismo tiempo, tengo que ir por partes porque si no me vuelvo loca y no termino”, apunta.
El tiempo que tarda ahora es muchísimo más al del primer año, cuando duró tan solo un día. En aquella ocasión empezó a las 7 a. m. y, aunque lo terminó de noche, estaba muy emocionada. En los años siguientes duró dos o tres días, pero ya va por cuatro y bromea diciendo que “el otro año, aunque sea con bastón y andadera, pero yo lo hago”.
Una colección de años para el portal
Para llegar a tener la cantidad de animales, aldeanos, casas, árboles y demás decoración para su portal y la villa, doña Grace tiene años de buscar ofertas después de Navidad, cuando ponen en descuento la mercadería de la época.
“Antes iba y apartaba casitas, compraba unas ovejitas que venían en cajas de seis y así me fui haciendo de cositas. Luego, mis hijos me empezaron a traer animalitos y otras cositas para las villas. Ahora, lo que yo hago es que voy a almacenes de Coronado, Tibás y Moravia a principio de año, cuando todo está en descuento, entonces me puedo comprar más chunches”, relata.
Como sabe que en ocasiones consigue ediciones limitadas de lo que compra, trata de cuidar cada pieza como “sus ojos”: las guarda una a una en cajas aparte y luego las coloca en un mueble.
Pese a su cuidado, en el 2023 se le quebraron algunos de sus aldeanos favoritos. Ella se negó a botarlos y optó por pegarlos con goma loca.
“Los compré hace dos años en un almacén y, cuando los vi, me volví loca. Decía: ‘Quiero poner ya el portal’. Eran muy lindos: unos estaban arando la tierra, también estaba el panadero; son aldeanos que ya no se consiguen”, asegura.
Lo que sí espera hallar en los próximos dos meses son otros animales y nuevas casitas, porque desde ya planea ampliar su pasito el próximo año. Necesita una mesa porque su plan para el 2025 es quitar el árbol de Navidad y utilizar ese espacio en el pasito.
“A mí lo que me importa es el portal: quiero hacerlo de toda, toda, la sala. Quiero quitar el árbol y usar ese espacio, pero, diay, este año ya no pude. Seguro dice Diosito: ‘Espérese al año entrante, tenga paciencia’. Entonces el año entrante, si Dios quiere, sí lo voy a llegar hasta la pared, para poder ponerle más chunches”, afirma.
Eso sí, doña Grace tiene claro que nunca sacará ninguna parte del portal fuera de su casa, por más grande que lo quiera hacer.
“He escuchado a personas que dicen que van a hacer el portal en el corredor porque no tienen campo en la casa, pero uno nunca puede decir eso, porque es para el Niñito. Aunque sea en una mesita lo pueden poner, pero nunca hay que decirle que para él no hay campo, porque él es el que nos da todo, todo el año, toda la vida”, dice.
Mientras acomoda un arbolito de la villa que se cayó, doña Grace observa con admiración lo que construyó este año: un pasito admirado por muchos y, sobre todo, amado por ella.
Su única preocupación ahora es que en pocos días deberá quitar la villa, pues necesita campo para hacer el rezo del Niño (a inicios de enero del 2025) de lo contrario, a su sala no podrá entrar nadie.