Una diplomacia errática
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Las relaciones diplomáticas dirigidas por el Gobierno de Pedro Sánchez tienen un rastro de conflictividad y torpeza en todas las áreas de interés exterior de España. Con Iberoamérica, el Ejecutivo no tiene iniciativa alguna, su papel mediador con Europa es nulo y ha generado crisis gratuitas –un simple enfado de Sánchez– con países como Argentina. Venezuela es el escenario de la contemporización del Gobierno con una de las peores dictaduras de la región, fruto, entre otras causas, de la oscura labor, en todos los órdenes, del expresidente Rodríguez Zapatero. En el norte de África, las cesiones a Marruecos se justificaron con contraprestaciones que siguen pendientes, como el flujo aduanero con Ceuta y Melilla, y costaron una quiebra de relaciones con Argelia, aprovechada por otros países mediterráneos para ocupar el vacío español. En el ámbito europeo, el creciente protagonismo de Giorgia Meloni contrasta con la pobre proyección de Sánchez en Europa, retratada en su intervención en la Eurocámara para hacer balance de su presidencia comunitaria. De sus palabras solo se recuerda su impertinente referencia al III Reich cuando se dirigió al líder conservador alemán, Manfred Weber. La victoria de Donald Trump augura un futuro difícil en las relaciones de España con Washington, ya enturbiadas por la decisión del Ejecutivo de denegar el atraque en puertos españoles a buques que, sin pruebas concluyentes, sospecha que transportan armas destinadas a Israel. En una escalada que no ha tocado techo , Estados Unidos acusa a España de vulnerar los acuerdos de cooperación marítima, esenciales para garantizar la ayuda militar y el comercio bilateral. En este contexto de diplomacia errática, destaca la depresión de las relaciones con Francia. La ausencia de las instituciones españolas en la inauguración de la catedral de Notre Dame de París, el pasado día 7, al margen de las concretas causas que puedan explicarla, es el reflejo de un enfriamiento en la interlocución bilateral. La ausencia de embajador en la legación francesa en Madrid, desde que se jubilara el anterior representante galo hace cuatro meses, es expresiva de esta indeseable situación. A este punto no se ha llegado de forma espontánea, sino por decisiones concretas. Por ejemplo, el Gobierno de Pedro Sánchez firmó precipitadamente un acuerdo de amistad con Francia, en enero de 2023, con un compromiso que bordeada la ilegalidad: la presencia de un representante del Gobierno francés en un Consejo de Ministros español. Para que este pacto pueda ser efectivo, ha tenido que modificarse la Ley del Gobierno, de 1997, con una enmienda 'intrusa' en la recientemente aprobada ley de Eficiencia Procesal. Dice mucho de la dejadez del Ejecutivo a la hora de cuidar sus relaciones con Francia que haya tardado casi dos años en reparar esa torpe previsión legal. En esta cadena de errores e imprudencias, no podía faltar el actual ministro de Transportes, Óscar Puente. Al margen de los ataques a la empresa ferroviaria gala Ouigo, en plena crisis de gestión de Renfe y Adif, Puente no dudó en sede parlamentaria, hace unos días, en regodearse con la inestabilidad política de Francia y la sucesión de ministros homólogos galos. Es cierto que las conexiones con Francia son mejorables y que la respuesta francesa está marcada por la pasividad, pero echar leña al fuego no es recomendable. Menos aún, perteneciendo Puente a un Gobierno que sigue sin poder aprobar, por segundo año, los presupuestos del Estado. A todo esto, se supone que en el Consejo de Ministros que preside Sánchez hay un ministro de Asuntos Exteriores , pero no lo parece.