'El murciélago': la espera bien ha merecido la pena
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Con casi una semana de distancia, dos Strauss convergían en la programación del Maestranza, dos estilos muy diferentes, de países y humores desiguales, de presencias aunadas por la calidad extraordinaria del elenco vocal. La verdad es que los valses, polcas, marchas o danzas varias no son músicas que nos entusiasmen por distintos motivos, y acaso nos hayan resultado más interesantes los derivados de las mismas, que a su vez puedan formar un ente mayor o que se salen del espíritu de las mismas, pero que se colocan sobre los raíles de sus formas estructurales. No menor es la importancia del coherente y acertado libreto, obra de Carl Haffner y Richard Genée , en el que parecen cruzarse diferentes historias que nos conducen hacia un final inesperado, trabajado con gran inteligencia y dosificación de los recursos. Es la primera vez que se oye completa en Sevilla (con mínimos recortes por cuestión de tiempo), pero hemos de consolarnos porque al Teatro Real de Madrid, de gran tradición operística, llegó el año pasado. Pero nada de esto podía alejarnos del impacto desde los primeros compases de la obertura por la espectacular orquesta de Les Musiciens du Louvre que dirige Marc Minkowski . Una obertura chispeante, eléctrica, fornida, con un 'tempo' más animado que de costumbre, pero con un equilibrio difícil de sostener entre la abundante cuerda de sólo dos contrabajos frente a tres trombones, que brillaban, impelían, sostenían una proporción numéricamente imposible. Estábamos ante una orquesta mayoritariamente 'joven', pero compacta, colorista y si se quiere, irisada, cuyos tintes cambiaban en cada frase o incluso compás, desde los radiantes violines, los cálidos violonchelos, los citados metales e incluso los mínimos contrabajos capaces de 'llenar' la base acolchada de la orquesta. Pero incluso esos detalles que hemos oído siempre que ahora lucían al fundirse con sus compañeros, caso de la caja. De nuevo, como en 'Ariadna', un reparto vocal amplio y pulcramente escogido . La más aplaudida, la que salió la primera, la que aprovechó cada final en el que participaba para hacer gala de unos agudos sobrehumanos, la que no paró de moverse como si se alimentase de saltamontes, fue la Adele de Alina Wunderlin . Pero no sólo era dar los sobreagudos portentosos, sino mantenerlos, y fuera de ello la clara dicción, el trabajo de mantener su registro sin cambios de color, de dinámicas, dominar los grandes saltos interválicos (con uno de ellos -y de ella- comenzaba la obra, así, nada más salir). Con razón se ganó el gran aplauso del público, porque además no perdía la sonrisa en ningún momento. También estuvo francamente bien su 'señora' Rosalinda en la voz de Iulia Maria Dan , una soprano lírica que se movió con soltura y sin engolar por la zona más grave y que incluso nos parecía estar más cómoda ahí que en los agudos, que también regaló, sobre todo en la 'czarda'. Una voz muy bonita, maleable, de distintos recursos según las cambiantes situaciones … Pero es que a su 'marido' Gabriel ( Huw Montague Rendall ) le pasaba lo mismo, si no más, ya que su rol mudable le ofrecía una riqueza tanto de canto como actoral notable . Voz joven, pero curtida, capaz de un recorrido vertiginoso por su tesitura sin que se resintiera su homogeneidad , que a veces resultaba un tenor lírico y otras, por la anchura del registro que alcanzaba, podría resultar barítono. De cualquier forma, y como en el caso de su 'esposa', las múltiples peripecias le obligaban a desplazar su zona de interés. No sabemos si por casualidad, pero el pretendiente de Rosalinda, Alfredo (Robert Lewis) , de físico absolutamente distinto a ella, chocaba con el registro de tenor lírico, tal vez porque él lo hacía como más terreno, más primario; sin embargo, destacamos su impulso e interés. El amigo de Gabriel, el Dr. Falke ( Leon Košavić ), lucía una voz corpulenta, segura, bien perfilada, y que la del alcaide Frank ( Michael Kraus ) no le iba a la zaga; y aún la del Dr. Blind ( Krešimir Špicer ), todavía parecía más robusta, por ejemplo en el inicio con la discusión por la condena. Ekaterina Chayka-Rubinstein asumió el rol del príncipe Príncipe Orlofsky , sustituyendo a la mezzo prevista, haciéndolo con seguridad y resolución, pero vocalmente todavía le queda otorgar un carácter más definido al personaje. El coro estuvo estupendo, entregado y concentrado. Cada vez que tenemos un fiasco escénico no nos cansamos de repetir que es preferible una ópera semiescenificada que una charlotada de alguien que busca hacer fortuna en el género operístico, porque en el teatral a lo mejor el camino le está vetado. Antes era al revés. Pues bien, Romain Gilbert movió los personajes con una lucidez sorprendente, de manera que pudimos vivir una verdadera representación , aunque sin todo lo que rodea a una buena producción. Pero a buen seguro que si le preguntásemos a los espectadores si no se lo pasaron bien, si llegaron a echar en falta grandes decorados, vestuario, iluminación frente a una dirección escénica que sabe lo que hace, que se ha devanado los sesos para mantener el ritmo escénico sin que echemos en falta lo demás, y que ello lo obliga a ofrecer un resultado creíble, atractivo, coherente, cuando no fascinante, si no preferían esta opción. Aunque si los 'registas' estuviesen colegiados, a buen seguro que lo echarían por respetar la idea original del compositor.