La esencia de la Navidad
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SE empeñan nuestras autoridades en desnaturalizar y paganizar el periodo natalicio, adulterando el lenguaje y escondiendo o evitando sus imágenes más icónicas, es decir, las relacionadas con el hecho religioso. A muchos nos resulta inevitable, en cambio, tener presente esta esencia de la Navidad y recordar también las importantes obras relacionadas con el nacimiento de Jesús : una sagrada familia de Rafael o Tiziano, un descanso en la huida a Egipto de Rembrandt o Caravaggio, o la adoración de los Reyes Magos de Velázquez o Rubens. Plantarse ante Giotto, Piero della Francesca, Bernardino o un Guercino, y acto seguido pensar en la iconografía actual en nuestro entorno navideño nos hace incluso reflexionar acerca de la belleza, o su inspiración, que parece ir desapareciendo en todos los ámbitos de la vida sin que pueda remediarse. Algo que podemos calificar como deriva inquietante y que algunos encontrarán explicación, y no le faltarán razón, en el alejamiento de Dios. En este sentido, la conocida expresión «la belleza salvará el mundo», que encontramos en la obra 'El idiota', de Dostoyevski, dio lugar a unos interesantes comentarios de Simone Weil, quien destacaría la presencia de Dios en todo lo que despierta entre nosotros una sensación o admiración de belleza. También, aunque no recuerdo dónde lo leí, el propio Joseph Ratzinger entraría en el debate comentando la frase del escritor ruso para concluir que la belleza constituye desde luego un sendero espiritual y por supuesto que nos acerca a Dios. La Navidad ha supuesto históricamente un desafío a los más grandes talentos artísticos, fueran más o menos creyentes. Desde la conmovedora 'Anunciación' de Fra Angelico a las innumerables representaciones de la Sagrada Familia, que junto a la crucifixión seguramente sea la más importante imagen de la cristiandad: la Virgen María junto a su bebé, el Hijo de Dios, recién nacido. Esto es algo que comprendió, por ejemplo, Charles Jennens cuando deseó que Händel empeñase todo su genio y habilidad en 'El Mesías', composición que debía superar todos sus trabajos anteriores según cuenta Donald Burrows. El resultado de aquel encargo sería citado como uno de los momentos estelares de la humanidad por Stefan Zweig. Momentos estelares que marcan un rumbo durante décadas y siglos, apunta. La palabra se había hecho sonido. Se había cumplido el milagro de la voluntad en su alma ardiente, del mismo modo que se realizó antes en su cuerpo inválido: el milagro de la resurrección, apostilla. Poco más se puede añadir. Lo cierto es que la ternura de la maternidad, de la Virgen con el Niño Jesús, nos eleva como seres humanos sin distinción y explica la más especial de todas las relaciones. La inigualable interacción de una madre con su hijo, que abarca desde la felicidad más contagiosa con el nacimiento, al dolor más terrible cuando, por el motivo que sea, una madre pierde su vástago. Un auténtico naufragio, que diría Baltasar Gracián recordando la sabiduría de los clásicos. Es así como la figura femenina adopta un papel preeminente y central en nuestra cultura y también en nuestra fe. Protagoniza no sólo el hecho más trascendente, sino la más absoluta belleza. Desde la sobriedad en las figuras de un mundano pesebre elaborado por un sencillo artesano napolitano, a los aspectos intelectuales de la 'Virgen de la granada' de Boticelli, la dulzura de la Sagrada Familia de Lavinia Fontana o el realismo de la 'Madonna col bambino' de Artemisa Gentileschi, cuadro que enamora y atrapa casi hasta el llanto en la mirada y caricia de amor del niño Jesús. Las escenas artísticas de la Navidad han sido, además, tan determinantes que han proyectado a sus autores hacia la inmortalidad. Les han permitido seguir vivos en cierto modo entre nosotros. Nos han legado obras de arte que dan sentido al arte mismo, pero también como instrumento cercano a Dios. Porque en el arte encontramos claves que no alcanza la razón, solo la fe. Como ha explicado Vittorio Sgarbi, es la fe la que sirve y se activa allí donde la razón se detiene. Necesitamos creer porque no podemos comprender. El arte comprende la creación casi de modo intuitivo. Sea en la pintura, la música, la arquitectura o la escultura, porque cuando se busca a Dios, se le encuentra a través de la belleza, sucede también con la literatura y especialmente con la poesía. Pero es que hasta en el quebranto, la melancolía y la miseria, como le sucede a Caravaggio en su 'Navidad de Palermo', se consigue hermosura. No sucede esto, eso sí, con las obras y representaciones navideñas que empiezan a aparecer a partir del siglo XIX, donde encontramos árboles, mercadillos, animales, soldados y hasta una Navidad en algún lugar sórdido, como hizo Edvard Munch. Ninguna otra religión ha procurado tanta belleza buscando o relacionándose con el Creador. Por eso el pesebre, como la Natividad o el crucifijo, son historia y no solo religión. Y esto no podemos olvidarlo ni arrinconarlo, porque si se olvida, se oculta o se cancela, al mismo tiempo estaremos cancelando a Leonardo, cuya Navidad es una de las obras del Renacimiento y de la entera Humanidad. Es hermosa nuestra Navidad porque nada hay más hermoso en nuestra cultura que la maternidad, que una vez representada es capaz de producir aquella exclamación 'bella da morire' que se atribuye a Francesco Francia en Bolonia. La dulzura de una madre que mira a su hijo, aislados del resto de presencias, todos secundarios. La comunicación y la intimidad exclusiva entre ellos. Un diálogo maravilloso, único, tierno y protector. En definitiva, nada nos hace más humanos y nada nos conecta mejor con Dios. Y qué bien lo explica Ratzinger cuando afirma que el nacimiento en ese escenario humilde cobra todo el sentido porque no pertenece al ámbito de lo importante y poderoso en el mundo. Y, sin embargo, justamente este que carece de importancia y de poder demuestra ser el verdaderamente poderoso, aquel de quien, en última instancia, depende todo. Por eso hacerse cristiano implica salir de lo que todos piensan y quieren, de los criterios dominantes, a fin de encontrar el acceso hacia la luz de la verdad de nuestro ser y de llegar con ella al recto camino. Debe enorgullecernos participar de esta tradición y esta revelación histórica. Nace Jesús y con él llega un mundo nuevo, un mundo mejor. Feliz Navidad.