Haití de nuevo
Si alguien pudiera tener alguna duda sobre la degradación de todas las formas de convivencia social en Haití, estas debieran de haber quedado despejadas a partir de los hechos de violencia acaecidos desde el pasado fin de semana, con un lúgubre registro de más de 200 víctimas civiles a manos de las pandillas.
El lunes pasado tuvimos la confirmación de una matanza de 180 personas en la comunidad Warf Jérémie, presumiblemente de la mano de pandilleros liderados por Wa Mikano, si no por él mismo, en retaliación por un caso de supuesta hechicería en perjuicio de uno de sus hijos.
Un día después, el martes, las agencias internacionales de noticias daban cuenta del ataque contra un minibús de trasporte en el oeste haitiano, con un saldo de cinco muertes.
Ayer la violencia cobró su cuota en la región de Artibonite, con 20 víctimas entre hombres, mujeres y niños, un hecho atribuido al grupo armado Gran Griff.
La llegada en junio pasado de una avanzada de fuerzas kenianas en misión policial hizo surgir la esperanza, por lo menos de este lado de la frontera, de que se estuviera trillando el camino de la pacificación.
Pero esto no ha venido a ser más que una ilusión de quienes esperan el ingreso de Haití al cause de los pueblos en condiciones mínimas para la vida en civilización.
El Consejo de Europa, una organización que integra a todos los países de aquel continente, advertía ayer que organizar un referéndum constitucional en marzo en Haití no es realista, porque la prioridad debe ser restablecer un mínimo de seguridad y de condiciones de vida básicas.
Una verdad como un templo.
Cualquier iniciativa política en Haití debe de estar subordinada al establecimiento de las condiciones básicas para la vida en sociedad: producción, seguridad y servicios.
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