El fin de la medicina
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Estamos en el año 2074 y tengo una enfermedad grave. ¿Seguirán existiendo médicos? ¿Me hará el diagnóstico una inteligencia artificial? ¿Me operará un robot sin supervisión humana? No es fácil responder a estas preguntas. Las nuevas posibilidades tecnológicas están llevando a una revolución y es razonable pensar que el médico del futuro tendrá algo de ingeniero para programar e interpretar algoritmos. Podríamos incluso plantear la duda de si, dentro de cincuenta años, perdurará la figura del médico. Es interesante constatar que, si se pregunta por el tema a ChatGPT , la respuesta es que la «inteligencia artificial aún no sustituye al médico». Este boom tecnológico está cambiando las prioridades de la formación y de la práctica médica, un cambio que frecuentemente descuida los aspectos que, de verdad, seguirán justificando la existencia del médico. Aquellos que tienen que ver con la humanización, la ética, la compasión y la empatía. El humanismo y la humanización son, o deberían ser, inherentes a la práctica médica. Lo refleja bien la anécdota, parece ser que cierta, de don Gregorio Marañón. En cierta ocasión le preguntaron cuál era la innovación más importante de los últimos años en medicina. También en aquel momento se vivía un momento de grandes avances tecnológicos, nuevas pruebas de imagen y laboratorio, adelantos científicos por doquier. Cuentan que D. Gregorio se quedó un momento pensativo y respondió: «La silla». Ante el asombro de los que le oían paso a aclarar: «La silla que nos permite sentarnos al lado del paciente, escucharlo y explorarlo». El mensaje es que la tecnología no debe deshumanizar la asistencia. Seguro que en los próximos años vamos a tener cada vez más inteligencia artificial, telemedicina, robótica y prótesis biónicas, genética, nanotecnología, impresión en 3D y medicina de precisión. Todo esto tiene un gran valor y la manera de ejercer la medicina dentro de cincuenta años será muy distinta a la actual. Pero de la técnica como instrumento se puede pasar a la tecnificación como filosofía, y eso es muy pernicioso. Estos avances pronto harán obsoleto mucho de lo que hacemos ahora los médicos. Pero cuando yo enferme dentro de, espero, muchos años, me gustaría encontrar al otro lado una mirada humana, compasiva y empática. Eso ningún desarrollo tecnológico lo puede dar. Por ello la formación en humanismo y ética es clave para no dejarse abrumar por la tecnología. La medicina es mucho más que un conjunto de técnicas. Los médicos necesitamos un tsunami de humanización si queremos perdurar en el tiempo. Un tsunami que, realmente, permita una medicina de precisión individualizada a las peculiaridades de cada persona, esté o no enferma. Este abordaje tendrá que tener en cuenta las particularidades genéticas, ambientales y de estilo de vida de cada sujeto. Pero también sus valores, creencias, circunstancias psicológicas, laborales y familiares. Un enfoque global que no solo conseguirá una mayor efectividad, sino que también abre la puerta a actitudes que permiten mejor control de las patologías crónicas. Algo muy necesario en una población como la española y, en particular la madrileña, con una expectativa de vida cada vez más larga (la mayor de Europa) y unos ciudadanos cada vez más envejecidos. Los retos que tiene ya la medicina y que tendrá en el futuro son apasionantes, pero necesitamos reorientarnos tanto individual como colectivamente, enfocándonos en una medicina humana personalizada cuyo fin sea preservar la salud física y mental. Para ello es clave desarrollar una atención integral, soportada con recursos adecuados, que permita una asistencia de calidad. Solo lo conseguiremos si incorporamos a los pacientes, o mejor ciudadanos –ya que la aspiración es que no lleguen a enfermar–, en las estructuras de gobierno de los sistemas sanitarios. Así nos aseguraremos que cada uno esté involucrado en el proceso de toma de decisiones que le afectan directamente, además implicamos a todos en el cuidado de su propia salud. La medicina humanizada y cercana permite mejorar la experiencia tanto del ciudadano/paciente como la del médico. ¿Es esto utópico? No creo, pero necesitamos garantizar que esta buena medicina del presente y del futuro esté protegida por un paraguas institucional y organizativo. Un paraguas que permita una gestión que incentive la humanización, pero también la calidad, la eficiencia, la transparencia, la evaluación de resultados de salud y la rendición de cuentas. De esta forma conseguiremos una mejora continua de la asistencia y de la relación del médico con la persona que demanda sus servicios. Curiosamente, para evitar el fin (final) de la medicina debemos reenfocar el fin (finalidad) de la misma, reflexionando sobre cuál es el propósito fundamental de la atención médica. Aliviar el sufrimiento, prolongar la vida y mejorar su calidad son objetivos loables, pero tan importante es curar como acompañar, siempre desde el respeto a la dignidad de la persona enferma intentando potenciar el bienestar integral de los pacientes. Un bienestar físico, mental, social y espiritual. En los últimos años, el concepto 'human flourishing', promovido por el profesor Tyler J. VanderWeele se está expandiendo para permitir un enfoque holístico de la salud, la felicidad y la satisfacción con la vida. Decía William Osler: «La práctica de la medicina es un arte, no un comercio; una vocación, no un negocio; una vocación en la que hay que emplear el corazón igual que la cabeza. Con frecuencia lo mejor de vuestro trabajo no tendrá nada que ver con pociones y polvos, sino con el ejercicio de la influencia del fuerte sobre el débil, del justo sobre el malvado, del prudente sobre el necio». Remataba Edmund Pellegrino: «La medicina es la más humana de las artes, la más artística de las ciencias y la más científica de las humanidades». El gran riesgo actual es que nos olvidemos de alguno de estos pilares. Si queremos una verdadera medicina preventiva y personalizada necesitamos un cambio de enfoque que coloque a la persona en el centro de su proceso de salud, potenciando el papel humano de los médicos. Para ello creo que es necesario que la sociedad también se plantee la necesidad de 'ocuparse' de sus médicos. Con una remuneración adecuada, unas buenas condiciones de trabajo y una ratio paciente/facultativo compatible con la calidad asistencial, será más fácil lograr esa calidez de trato y cercanía. En definitiva, trabajemos todos para que la medicina reconozca la individualidad y la dignidad de la vida, buscando el bienestar integral de cada persona, siempre guiados por la empatía, la ética y el compromiso de mejorar la condición humana. Esta medicina, liderada por médicos, seguro que seguirá teniendo sentido en 2074. Espero poder comprobarlo cuando tenga 103 años.