Editorial: La aguda crisis política francesa
Francia está sumida en una nueva crisis política. No solo afecta su propia estabilidad, sino también la de la Unión Europea (UE). Como si su seriedad no fuera suficiente en ambas dimensiones, peor aún es que se origina en una realidad de mayor calado y difícil solución. En ella se combinan la dispersión de su espectro político, la fragmentación de su Asamblea Nacional en tres bloques de similar fuerza, tras las elecciones extraordinarias de junio pasado y la incapacidad de concertar alianzas medianamente estables que propicien la gobernabilidad.
En el trasfondo existe una situación fiscal muy comprometida para el gobierno, con un déficit presupuestario equivalente al 6,1 % del producto interno bruto (PIB), una deuda pública del 112 % y un crecimiento económico que se estima, este año, en apenas el 1,1 %. Por esta razón, el primer ministro Michel Barnier presentó la pasada semana a la Asamblea un presupuesto para el 2025 destinado a disminuir el déficit en alrededor de un punto porcentual, gracias a una mezcla de mayores —aunque no generalizados— impuestos y recortes de gastos.
El rechazo mayoritario a su propuesta, a pesar de la necesidad económica y concesiones de última hora, condujo, el miércoles, a un voto de “no confianza” que hizo caer su gobierno. Para su aprobación, el Reagrupamiento Nacional (RN), partido de extrema derecha liderado por Marine Le Pen, se unió al Nuevo Frente Popular (NFP), variopinta alianza de izquierdas, y lograron 331 de los 557 votos posibles. Fue la primera vez, desde 1962, que una censura parlamentaria hace caer un gobierno en Francia, y el segundo desde que, en 1958, se fundó su Quinta República.
Al día siguiente, Barnier presentó su renuncia al presidente, Emmanuel Macron. Pasó así a la historia como el primer ministro más volátil de los 26 que ha tenido el país desde ese año, con apenas 90 días en el cargo. Continuará en él hasta que sea nombrado su sucesor, probablemente en pocos días. A este le corresponderá una tarea tan difícil como la suya: en lo inmediato, lograr la aprobación del presupuesto antes de que venza el plazo constitucional, el 31 de diciembre; más allá, articular una mayoría que mejore la capacidad de gobernar.
Si el presupuesto no consigue el aval legislativo en tiempo, el gobierno podrá pasar una ley de emergencia provisional que prolongue el actual. Sin embargo, además de que no resolvería el problema de fondo, mantendría un nivel de gastos que erosionaría aún más las finanzas públicas y añadiría a la inestabilidad e incertidumbre. Por el momento, el costo de endeudamiento estatal ha subido, aunque no a magnitudes extremas.
Francia entró en un difícil terreno político cuando el partido de Macron perdió su mayoría en las elecciones legislativas de junio del 2022. En la presidencial, celebrada en abril previo, había logrado una holgada reelección en segunda vuelta frente a Le Pen, quien, sin embargo, avanzó en relación con las anteriores.
Fue en junio de este año, tras la derrota del bloque presidencial y el gran avance de la extrema derecha en las elecciones al Parlamento Europeo, que Macron tomó la arriesgada decisión de disolver la Asamblea Nacional y convocar unas legislativas adelantadas. El resultado condujo a una virtual parálisis: 182 diputados para el NFP, seguido por Juntos, de Macron, con 159 y 143 del Reagrupamiento Nacional (RN). Gabriel Attal, primer ministro entonces, presentó su renuncia, y quedó a cargo de un gobierno interino hasta que el presidente seleccionó a Barnier, respetado político de la derecha republicana que, sin embargo, nunca logró constituir el apoyo de los extremos políticos.
Aunque, como es posible, el presidente convoque nuevos comicios legislativos en julio del próximo año, es difícil que alguno de los tres grupos centrales alcance la mayoría, y siempre existe el riesgo de que avancen el RN y Francia Insumisa, el partido de izquierda más extremista. Por el momento, lo que se impone es romper barreras y buscar algún tipo de coalición funcional. Aun así, el impacto de la crisis es enorme.
Como dijimos al principio, una víctima será Europa. Con Francia en incertidumbre política —aunque el presidente siga a cargo de su política exterior y de defensa— y Alemania con el gobierno de Olaf Scholz sumamente debilitado, la capacidad de liderazgo de ambos países quedó seriamente dañada. Esto se da en un momento crítico de la guerra en Ucrania y de pérdida de dinamismo económico en la UE. He ahí una razón de más para lamentar la debilitada gobernabilidad francesa, que cada vez necesita más de una voluntad negociadora de parte de sus actores políticos responsables.