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Ca7riel y Paco Amoroso desatan la locura sentados en dos taburetes

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El dúo argentino certifica su merecida condición de grupo revelación de la temporada gracias a un directo arrollador

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Apenas diecisiete minutos bastaron para convertir a Ca7riel y Paco Amoroso en el grupo revelación de la temporada. Todo el mundo quería comprobar si lo que se vio en el célebre Tiny Desk emitido el pasado 4 de octubre era magia o realidad. Y, lejos de jugar al misterio, el dúo argentino lleva un par de semanas en España ofreciendo actuaciones y mostrando que no es un hype. Porque un hype, entendido como un artista que a la hora de la verdad no justifica la expectación generada, suele racionar sus apariciones en vivo para no pisar en falso. En cambio, cuando Ca7riel y Paco Amoroso regresen a Argentina habrán ofrecido ocho conciertos en España. Ocho conciertos que tardarán en ser olvidados.

Catriel Guerreiro y Ulises Guerriero salieron ayer al escenario de Razzmatazz 2 como lo que son: estrellas consagradas. ‘Baby I’m a star’, que cantaba Prince. Y, por tanto, lo primero que hicieron fue plantarse frente al público como dos estatuas para escuchar aplausos durante un minuto. Acto seguido, y mediante un invisible chasquido de dedos, la banda puso a rodar Dumbai y la sala se echó a bailar y cantar aquello de: “Cuando ella baila selevé selevé”. Tan fácil como pestañear. A partir de ahí, y durante muchísimos minutos, pareció que Ca7riel y Paco Amoroso estaban protagonizando un concierto de grandes éxitos tras varias décadas de carrera, cuando buena parte del repertorio salía de su primer y único disco, un Baño maría que sostiene espléndidamente su directo.

También es cierto que el directo del dúo argentino es mucho más que la traslación a escena de un repertorio inspirado gracias, en gran medida, a la banda que los acompaña. Dos percusionistas, tres vientos, dos coristas, un bajista y un teclista aportan tremenda consistencia al espectáculo. Hay muchas ideas, muchos quiebros y mucha música en cada composición. Y la banda ejecuta todas las instrucciones contenidas en las partituras como quien encaja un retorcido tetris funk con los ojos vendados y un pitillo en la boca. Aquí no se usa el piloto automático ni un segundo. Parafraseando al crítico neoyorquino Richard Villegas, esta no “es música diseñada para sentirse cool, sino para sentirse”.

Prince sentado

Pero lo más memorable de la puesta en escena de Ca7riel y Paco Amoroso es que se ciñe estrictamente a lo ofrecido en el concierto grabado en la minúscula librería de la radio pública estadounidense. ¿Cómo actuaron en aquel célebre Tiny Desk? Sentados en dos taburetes, ¿no? Pues sentados en dos taburetes el dúo desata un ciclón funk de los que hacen época. De hecho, esta gira obliga a reconsiderar el ingrato papel que ha jugado esta pieza de mobiliario en la historia de la música popular. El taburete ha sido durante décadas la prótesis del cantautor. En los 90 se convirtió en emblema de los mortecinos discos ‘unplugged’. Y siempre que los técnicos sacan uno al escenario significa que el concierto entra en una fase acústico-soporífera. Pero, de repente, podemos imaginar a Janelle Monae en un taburete. A Outkast en un taburete. A Prince en un taburete.

Este inaudito mérito, más allá de los músicos que respalden su directo, vuelve a recaer en Ca7riel y Paco Amoroso. Sus traseros son el eje sobre el que orbita esta osada propuesta escénica. Sus cogotes son las batutas de esta orquesta de funk moderno. Apenas tienen que articular un codo para que la banda active todos los engranajes. Y así, ellos dedicar manos, dedos, rodillas y pies a, sin abandonar jamás el asiento del taburete, incidir en la sensualidad o sexualidad de cada verso, cada palabra o cada sílaba. Mención especial a la larga lengua de Ca7riel, que relame los rincones más explícitos de las letras por si no hubiese quedado claro de qué trata la inmensa mayoría de las canciones del dúo.

No es fácil enloquecer a todo un auditorio cuando ocurren tan pocas cosas en el escenario; sobre todo, en una época en que la música entra principalmente por los ojos. Pero en apenas unos segundos el público estaba totalmente entregado al baile. El llenazo era tal que de la mitad de la sala en adelante la gente se movía al unísono, como una masa compacta. “No era viable no bailar”, resumiría con gran acierto una espectadora al final del concierto. Aunque, claro, también hubo recesos. A destacar Pirlo, respaldada solo por el bajo y el teclado, en un meritorio intento de salvar tan insalvable composición. Ya tiene mérito hacer coincidir dos de las rimas más horrorosas de la historia argentina reciente en la misma canción: ‘culo’ con ‘disimulo’ y la que titula la pieza: “Pero prefiero morirme antes que decirlo / Que yo sin ti soy como Italia sin Pirlo”.

La mina argentina

Uno de los tópicos más manidos es ese que dice que en épocas de crisis aparece la mejor música. Dicho esto, habría que estudiar detenidamente el auge que ha experimentado en el último lustro la industria musical argentina. Tras las no menos llamativas eclosiones internacionales protagonizadas recientemente por países latinoamericanos como Colombia y México, la exportación de músicos de Argentina está siendo imparable. Principalmente hacia España y especialmente, también, en el ámbito de las llamadas músicas urbanas: Bizarrap, Duki, Dillom, Trueno, María Becerra, WOS, Nathy Peluso, YSY A, Nicki Nicole…

A diferencia de la mayoría de ellos, Ca7riel y Paco Amoroso rehuyen la estética sonora imperante (el autotune que distorsiona voces, el discjockey que lanza las bases musicales...) y apuestan por un formato que los conecta más con bandas añejas como Illya Kuryaki & the Valderramas, cuyos primeros éxitos de rap orgánico sacudieron las listas argentinas cuando Catriel y Ulises ni siquiera habían nacido. Y en un momento en que tantos proyectos musicales giran por el mundo con la mínima expresión instrumental para evitar sustos en el balance de gastos e ingresos, ellos se plantan en el escenario con siete músicos y dos coristas. Gracias a ellos saltan del r&b al jazz futurista y del dembow al funk carioca. Gracias a ellos pueden mantenerse sentados en sus ya icónicos taburetes buena parte de la noche sin que el espectáculo se resienta sino todo lo contrario.

Ca7riel y Paco Amoroso rehuyen la estética sonora imperante, como el autotune que distorsiona voces, y apuestan por un formato que los conecta más con bandas añejas

Cuarenta minutos tardaron los argentinos en despegar el culo del taburete. Fue después de interpretar La que puede, puede, momento de máxima intensidad rítmica de la noche. Ahí la pista de baile se desencajó de tal modo que hubo accidentes y caídas estrepitosas. La olla a presión estalló con tal violencia que una mujer tuvo que ser guiada hasta la salida de emergencia con visibles síntomas de lipotimia o algo peor. Salvado el susto, empezaba una segunda parte del concierto, con los cantantes de pie y el equipo de luces al máximo rendimiento tan o más frenética y vistosa. Pero eso ya se pareció más a cualquier otro directo de artista que suda la camiseta y contrata un buen diseño escénico para meterse al público en el bolsillo o, como mínimo, para deslumbrarlo.

En primavera, más

Aquellos láseres disparados desde las gafas de los músicos, aquel haz azul que cortaba la sala en dos de manera que parecía que Ca7riel cantase decapitado o aquel ingenioso truco de agujerear otra tela de luz con un cigarrillo fueron detalles de un espectáculo claramente concebido para dejar huella. Y así discurrieron los últimos veinte minutos de un concierto que pareció otro concierto, con Catriel poseído por un extraño frenesí speed funk y Paco Amoroso manteniendo su porte hierático, como de Chris Lowe porteño. Apenas llevaban una hora en escena cuando el dúo se despidió. Hubo un bis, con El único y el prescriptivo interrogatorio berreado por todo el público al unísono. “¿Tatuaje en el cuello? Sí. ¿El pelo negro? Sí. ¿De silicona? Sí. ¿Se vieron anoche? Sí”. Y fin de la historia. Otro minuto de aplausos para cerrar el concierto tal y como empezó y la certeza de que pocas veces cabe tantísima música en una sola hora de concierto.

Dentro de unos años habrá que explicar tres o cuatro veces a los incrédulos que sí, que en 2024 Ca7riel y Paco Amoroso dieron hasta ocho conciertos en salas españolas de medio aforo. Y para demostrarlo, habrá que insistir en que fueron capaces de enloquecer a cientos y cientos de personas sin despegar el culo del asiento. En 2025, el dúo argentino regresa a España (el 27 de mayo a Barcelona y el 28 a Madrid), pero para tocar en pabellones. Y ya en verano, a pasearse por festivales: Weekend Beach, Bilbao BBK Live, FIB... Habrá que ver si en tarimas de esas dimensiones podrán seguir luciendo flow desde el taburete.