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La sazón de un banquete visual

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Como sucede con ciertas obras maestras la forma y el fondo se enlazan de modo inevitable en El sabor de la vida (disponible en Netflix), deAnh Hùng Trần, cineasta de origen vietnamita nominado a la Palma de Oro en Cannes 2023.La historia es en apariencia simple, pero tiene la delicada elegancia de cierto espíritu oriental con todo y que se concentra en elogiar a la cocina francesa. Tal vez sea por la sensibilidad del director que esta película recuerda otras obras como El olor de la papaya verde dirigida por Trầny estrenada en 1993. No se trata sólo de la puesta en escena, la fotografía grandiosa y una actuación que extrañábamos en Juliette Binoche; se trata del arte visual que resulta capaz de introducirnos en el goce de sentidos más etéreos y paradójicamente, terrenos: el aroma, el sabor, el tacto. El sabor de la vida no está siendo narrada, más bien se escancia ante nosotros para conseguir un festín visual. Y es en este sentido que puede decirse que el director ha conseguido una sazón.El sabor de la vida gira en torno al amor de Dodin, “El Napoleón de la Cocina” por Eugénie, su cocinera personal. Como sucede con todas las relaciones ciertamente profundas, uno ve la película y es incapaz de decidir del todo quién ha enamorado a quién. Quién cocina para quién; quién necesita de quién. Puede que en la historia resuenen denuncias feministas. Que se invite, también, a pensar en el papel que tenían las mujeres en la Francia del siglo XIX. Geniales, pero siempre detrás de un gran hombre, del auténtico chef. Esto es lo de menos. Lo importante en El sabor de la vida es el banquete visual y por eso la palabra sazón adquiere su sentido real en tanto ocasión o tiempo oportuno. Este es el secreto de Eugénie. Sabe el momento preciso en el que hay que sacar las costillas del horno, el ritmo con el que se sirven los tiempos durante una cena o el momento justo para ofrecer este vino o aquel.Sería fácil comparar esta película con El festín de Babette de 1988, pero El sabor de la vida tiene más de Todas las mañanas del mundo aquella película que también contaba la historia de un artista que en el ocaso de su vida tiene que ofrecer a un alumno los secretos que ha aprendido a lo largo de toda su vida. Por ello la película ha requerido la introducción en la historia del amor esquivo entre el chef y su cocinera a un nuevo personaje: Pauline, esta niña que creció en el campo, pero que tiene ya los dotes para descubrir con qué ingredientes la maestra consiguió producir una deliciosa salsa agridulce. Y es que, como la muerte es inexcusable, Eugénie la cocinera tiene que entregar ahora los secretos de su sazón y entrenar a Pauline en las auténticas artes del cocinero: el tiempo propicio.Basada en el libro de Marcel Rouff La vie et la passion de Dodin-Bouffant, El sabor de la vida trasciende los detalles del gastrónomo Anthelme Brillat-Savarin, quien escribió La fisiología del gusto. Y, como esto es arte visual, el director prefiere mostrar. Por eso la obra se alarga en la representación de estas delicias que revelan que cocinar es el único arte auténticamente necesario.Antes de guisar, los humanos éramos primates y nosotros ahora, llenos de vitalidad, pero finitos, padecemos ciclos que no entenderemos: la vida y la muerte, las estaciones. El auténtico ser humano está enamorado del mundo precisamente por eso que algunos filósofos consideran lo más pueril: una buena comida, una tarde de otoño. El amor sin por qué.AQ