Luis García Montero: “Un poema debe ayudarte a conocer la vida por dentro”
Luis García Montero, voz imprescindible de la poesía contemporánea en español, tuvo una participación notable en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2024, donde su país —España— fue el invitado de honor. Dialogó sobre la literatura del adiós con Luis Mateo Díez (Premio Cervantes 2023), reflexionó en distintas mesas y frente a la prensa sobre la memoria del exilio español, se reunió con mil jóvenes y presentó la Biblioteca José Emilio Pacheco. Incluso celebró su cumpleaños. Hacia el final de su estancia, se sentó conmigo para conversar sobre Un tiempo nuestro, su más reciente antología publicada por Vaso Roto.Hacer una antología implica echar la mirada atrás sobre la propia obra. ¿Se reconoce aún en sus poemas?Creo que el poeta que se siente admirado por sí mismo es un poco tonto. A mí lo que me ocurre es que hay poemas con los que me siento más cómodo, más identificado, y otros que se me quedan más distantes. Uno echa la vista atrás y hace una antología primero con poemas que parecen sostener el paso del tiempo y que lo representan. Después, se buscan elementos que le den un sentido a la antología. Por ejemplo, en la que publiqué con Vaso Roto, hay poemas en los que hablo de mis intereses por la poesía o los poetas que admiro y que me han formado en mi mundo poético.Hay otros que ya me incomodan porque me parece que no alcanzan la calidad literaria que yo quisiera. Escribir es un esfuerzo de reflexión, de aportar ideas y cosas que tienen que ver con el mundo que uno siente. Y, a veces, uno descubre que el mejor compañero de trabajo del poeta es la papelera que sirve para tirar el poema que no salió bien, o el botón de borrar. Siempre hay que exigirse sin creer que uno ha hecho una obra maestra, sino dando lo mejor de sí mismo.Dice Sergio Ramírez que un narrador debe dirigirse hacia donde el viento de la imaginación lo lleve. ¿Sucede lo mismo con el poeta?Lo que dice Sergio es muy emocionante, porque, aparte de ser un maravilloso novelista, fue un responsable político: militó en el sandinismo y fue vicepresidente del gobierno. Podría haber caído en la tentación de convertir la literatura en un panfleto al servicio de sus intereses como gobernante, pero supo distinguir entre ser un ciudadano comprometido y ser un escritor comprometido con su creación.Yo he tenido mucha militancia política y me comprometo en muchas causas, pero tengo claro que un poema no puede ser un panfleto. Un poema debe ayudarte a conocer la vida por dentro, a explorar los matices y los conflictos de la realidad. Por eso, la libertad creativa no puede someterse a dogmatismos de ningún tipo. En los años en que empecé a escribir, durante la lucha contra la dictadura, había que defender valores democráticos como la libertad de partidos y la elección de representantes. Sin embargo, también descubrí que escribir poemas de amor era un modo de comprometerse con la realidad, porque transformar los sentimientos y la intimidad es un paso necesario para transformar los espacios públicos.Con frecuencia habla del lenguaje como celebración. Esa reflexión solo puede venir de alguien que no ha dejado de asombrarse con la lengua.Claro, porque las palabras están en movimiento. José Emilio Pacheco, obsesionado por el paso del tiempo, decía que hoy escribes una cosa y mañana la palabra ya significa otra, porque todo está en constante cambio. Las palabras contienen memorias. Borges, al escribir sobre la lluvia, no solo describe un fenómeno atmosférico, sino que recuerda su infancia, la lluvia en el patio de su casa, las historias que su padre le contaba bajo la lluvia. Las palabras están llenas de experiencias humanas, y la poesía nos invita a celebrar eso: a conocernos a través del lenguaje y a mantener una conciencia vigilante.Los poderosos manipulan el lenguaje para generar discursos de odio. Salvar las palabras de esa manipulación y del veneno del odio es una tarea fundamental. Pacheco, por cierto, era propenso a corregir de manera perpetua. ¿Ha sentido usted esa misma inclinación?La he sentido y algunas veces he cambiado alguna palabra, pero intento mantenerme lo más leal posible a lo que escribí. Si no me gusta un poema, prefiero no volver a publicarlo antes que falsificar el pasado. Cuando uno estudia filología, se encuentra con poetas que han reescrito todo, como Juan Ramón Jiménez, que corregía constantemente sus obras. Sin embargo, yo prefiero mirar hacia adelante y centrarme en lo que estoy escribiendo hoy.¿Qué significa para usted el diálogo con poetas jóvenes?Para mí es fundamental. Cuando quiero preguntarme qué ocurre en el mundo de hoy, pienso en los jóvenes, porque ellos tienen una perspectiva fresca de la realidad. Me asustan mucho los viejos cascarrabias que creen que los jóvenes son tontos solo porque no comparten sus valores. Por eso leo con atención y cariño lo que escriben las nuevas generaciones. Eso mantiene viva la poesía y evita que uno se estanque en valores de hace sesenta años. Rafael Alberti me enseñó esto. Cuando volvió del exilio en 1977, tuvo la generosidad de bajarse del altar donde lo teníamos y convertirse en un amigo. Leía nuestras obras con atención y cariño, y yo trato de hacer lo mismo con los jóvenes. Aprender de ellos es esencial para mantener viva la poesía.¿La velocidad del mundo actual le plantea desafíos a la poesía?Yo creo que sí. La poesía se mira al espejo, se pregunta por la propia subjetividad. Eso significa vivir en el conflicto, negarse a las cosas fáciles y a la simpleza, y a comprender la oscuridad y la luz de cada cosa. Vivimos en un mundo que no te da tiempo para pensar en ti mismo, que te empuja a simplificaciones. Por eso a mí me gusta lo que puede aportar la poesía al mundo contemporáneo.En esta Feria, ha hablado de la relevancia de la comunidad panhispánica en el mundo actual. ¿Qué significa para usted esta idea?Ahora que trabajo en el Instituto Cervantes, pienso mucho en la dimensión internacional del español. Buena parte del desarrollo de la comunidad panhispánica latinoamericana tiene que ver con conseguir un espacio de actuación común. Nos equivocaríamos si cada uno fuese por su cuenta. Los españoles aprendieron hace mucho tiempo que no pueden considerarse los dueños del idioma. Somos el 8 por ciento de los hablantes de un idioma que usan más de 500 millones de personas. Cada cual lo habla con su propia experiencia. Si vamos de la mano, podemos tener un peso muy importante en el escenario internacional. Hay que recuperar la visión de Lázaro Cárdenas, que apoyó a los republicanos españoles que vinieron del exilio. No solo los apoyaba porque un filósofo como José Gaos o María Zambrano podían aportar cosas a las aulas, ni solo porque era demócrata y defendía los derechos humanos de las víctimas de un golpe de Estado, sino también porque, como él mismo dijo, era panhispánico. Apoyaba la importancia, para el desarrollo de México, de la comunidad hispanohablante. En un momento en que los norteamericanos querían imponer el imperialismo anglosajón, a él le convenía más apoyar la potencia de esa comunidad hispánica que nos daba a todos un lugar en el mundo frente a la homologación anglosajona. Creo que esas lecciones hay que aprenderlas.En ese contexto, el lema de la feria (“Camino de ida y vuelta”) cobra relevancia.Claro, ver de qué manera alguien como yo se ha formado leyendo a José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska o Rubén Bonifaz Nuño, y de qué manera, con José Emilio Pacheco, se hablaba de la importancia de haber podido leer a Luis Cernuda o haber convivido con Max Aub. Yo creo que los vínculos culturales pueden servir para reconocernos a nosotros mismos, defendiendo nuestra diversidad, pero también todos los vínculos comunes que tenemos en este idioma.ÁSS