La tiranía de la urgencia
La “tiranía de la urgencia” es un concepto que la prospectivista francesa Fabienne Goux Baudiment utiliza para referirse a esta época en la que lo urgente prima sobre lo trascendente y lo estratégico.
Las agendas políticas, especialmente en los países latinoamericanos, con una o dos excepciones, se caracterizan por no estar conformadas por cuestiones estratégicas como la salud, la educación o la seguridad, sino por concentrarse en resolver problemas del pasado a corto plazo. Es decir, lo más futurista que se vislumbra es la construcción de infraestructura.
No pocos tomadores de decisiones responsabilizan del actuar inmediatista a la época que vivimos y la califican como TUNA (sigla en inglés de turbulenta, incierta, novedosa y ambigua); otros prefieren llamarla VUCA (del inglés volátil, incierta, compleja y ambigua).
Efectivamente, atravesamos un momento particular de la historia debido a la convergencia de varias fuerzas de cambio, como la situación demográfica, el desarrollo tecnológico, la condición ambiental y la geopolítica global, entre otras. Pero ¿quién se beneficia de la “tiranía de la urgencia”?
Las democracias latinoamericanas, producto del desgaste de los movimientos políticos, la falta de renovación de estructuras y la exclusión de liderazgos jóvenes e idearios a largo plazo, han pasado de ser una forma de gobierno a convertirse en típicas democracias electorales.
La baja capacidad de respuesta del sistema político a las nuevas demandas de los tiempos nos ha llevado a lo que se conoce como “desencanto democrático”.
De esta manera, la condición del entorno (TUNA) y el estado de lo interno (desencanto democrático) fueron el caldo de cultivo para el florecimiento de la tiranía de la urgencia, sobre la cual se han forjado las estrategias de los movimientos políticos que han tomado el poder en diferentes países.
Aun sabiendo que la sociedad se cansó de promesas sin resultados, las agendas de los movimientos políticos no miran hacia el futuro, sino hacia el pasado. Sus principales propuestas giran en torno a problemas no resueltos y renuncian a plantear una visión beneficiosa a largo plazo.
La consecuencia es el achicamiento de los espacios para reflexionar sobre hacia dónde vamos, sobre el futuro de los asuntos estratégicos de los países y las estrategias para fortalecer la democracia.
Por estas razones, la tiranía de la urgencia golpea con fuerza la institucionalidad democrática.
La lesión más grave es la pérdida de los valores, de la ética del futuro y de los principios ideológicos.
En Costa Rica, ya no queda ningún partido político que se pueda asociar con un marco axiológico y una visión del futuro.
El actuar sobre lo urgente, bajo la lógica de la supervivencia, condujo a estas agrupaciones a la incoherencia, es decir, a actuar en contra de sus principios básicos.
Podría decirse que los partidos políticos han puesto en segundo plano el mañana del país para colocar en primer lugar su propio futuro. La elección de diputados, regidores, alcaldes y el gobierno mismo son más importantes que el país.
Pero esta “enfermedad” no solo afecta a los partidos políticos, también a los movimientos sociales que comulgaban con la izquierda, la derecha o el centro. Ellos también han marginado su visión a largo plazo en favor de la tiranía de la urgencia.
No significa que tales movimientos carezcan de planes estratégicos, sino que estos son solo formalidades porque el día a día los consume.
Es una realidad en el mundo organizacional moderno: se apuesta por lo urgente porque se cree que el futuro puede esperar un poco, lo cual no es cierto.
La tiranía de la urgencia revela que los instintos de supervivencia a corto plazo son más dominantes que la expectativa de transformación y crecimiento a largo plazo. El agravante de este modo de actuar es que se pierde la perspectiva del tiempo.
El tiempo debe entenderse como un recurso y, como tal, debe ser administrado, ya que se consume y no hay forma de recuperarlo. Por eso, en la tiranía de la urgencia, el tiempo se consume manteniendo la barca a flote, esperando viento a favor, pero sin claridad sobre hacia dónde vamos.
Al principio de este artículo pregunté quién se beneficia de la tiranía de la urgencia. Claro que hay dirigentes de organizaciones sociales, funcionarios, diputados y gobiernos que, mientras atienden lo urgente, disimulan su falta de capacidad para plantear estrategias de mejora y transformación en asuntos estratégicos.
Probablemente, cuando se les pidan cuentas por no haber resuelto los grandes problemas nacionales, van a responsabilizar a las instituciones, a la ingobernabilidad democrática o a algún evento internacional.
La tiranía de la urgencia implica vivir solo en el presente, apagando fuegos cada día y olvidando el futuro que se podría construir para evitar esos incendios.
Termino con una frase del filósofo francés Gastón Berger, quien dijo alguna vez: “Debemos iluminar el presente con la luz del futuro”.
jc.mora.montero@gmail.com
Juan Carlos Mora Montero es doctor en Gobierno y Políticas Públicas y docente en la Universidad Nacional (UNA) y la Universidad de Costa Rica (UCR).