El castigo a Hizbulá brinda una oportunidad al Estado libanés
Como en la noche de unas elecciones generales de un país europeo cualquiera, cuando unaguerra termina en el Líbano todos se proclaman vencedores. Es también el caso de la que venían librando desde hace más de un año Israel y Hizbulá -que, como parte del «eje de resistencia», se unió a Hamás en la ofensiva contra la «entidad sionista», horas después de la matanza del 7 de octubre. Un enfrentamiento que se agravó a finales del pasado mes de septiembre con el inicio por parte de las FDI de una dura campaña aérea y terrestre contra los bastiones de la organización proiraní en el sur y este del país además de Beirut, y al que las partes decidieron, gracias a los esfuerzos diplomáticos de Biden y Macron, darle, por ahora, una tregua de 60 días.
La versión oficial de Hizbulá, la mayor de las fuerzas proxy vinculadas a Irán en Oriente Medio, un Estado dentro del Estado (fallido) del Líbano, es haber prevalecido sobre su archienemigo al haberle impedido, aseguran, alcanzar sus objetivos en esta guerra. Ni Hizbuláse ha rendido ni mucho menos se ha quedado sin combatientes y armas, y el Gobierno deNetanyahu ha sido incapaz de traer de vuelta, como prometía, a las decenas de miles depersonas que residían en el norte de Israel antes de octubre de 2023, defienden.Con todo, y a pesar del optimismo de la organización ahora dirigida por Naim Qassem, tras más de dos meses de bombardeos continuados en sus feudos en el sur y la Becá, además de en su populoso bastión del sur de Beirut, el Dahiyeh, donde la entidad chiita tenía su cuartelgeneral, el castigo recibido ha sido severo.
En unas pocas semanas, las FDI eliminaron, episodio de la explosión de los buscas y los walkies mediante, a todos los miembros de la dirección política y líderes militares de Hizbulá, empezando por su secretario general y líder espiritual Hassan Nasrallah. Las estimaciones de los expertos apuntan a que los bombardeos del Tsahal han destruido o dejado inutilizados más del 60% de los misiles y cohetes del arsenal de Hizbulá, aunque hasta el último día la milicia fue capaz de alcanzar con sus proyectiles el norte y hasta el centro de Israel. Tel Aviv aseguraba este jueves haber acabado con más de 2.500 miembros activos de la milicia proiraní, aunque desde la organización dirigida por Naim Qassem no se confirma ni desmiente la cifra. Por otra parte, contrariamente a lo que había defendido, Hizbulá se avino al acuerdo con Netanyahu sin la condición de que antes hubiera un alto el fuego en Gaza, una posibilidad, por ahora, lejana.
Además, el acuerdo exige a Hizbulá -como estableció en agosto de 2006 la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sin que, como es obvio, se respetara-replegarse por encima de la línea marcada por el río Litani. El primer paso en este sentido lo ha dado el Gobierno interino del Líbano al enviar desde el mismo miércoles vehículos con soldados del Ejército libanés, al que compete en exclusiva, junto a la fuerza de Naciones Unidas (Finul), la seguridad del espacio comprendido entre la cuenca del Litani y la línea azul fronteriza. Lo cierto es que nadie cuestiona, ni desde el entorno de Hizbulá, que el alto el fuego abre un nuevo capítulo en la historia contemporánea del país levantino.
Un responsable de la organización proiraní reconocía ayer -en condición de anonimato- en las páginas del diario libanés L’Orient-Le Jour «que no hay ninguna duda de que el fin de la guerra abre la puerta a una nueva etapa de la vida política en el Líbano». Previsiblemente, una Hizbulá más débil militarmente será una Hizbulá con menos poder político y capacidad de veto que hasta ahora, y, por ende, una organización más flexible y abierta a pactar, estimaba el diario.Debilitada, pero no destruida. Una de las pocas certezas de los libaneses es que la organización fundada en la primera mitad de la década de los 80 del pasado siglo y hoy principal partido político, además de una milicia más fuerte que el Ejército libanés, sobrevivirá a lo ocurrido en los últimos meses. «Ha sufrido mucho, pero ni de lejos está derrotada. Es una fantasía pensar que vaya a desaparecer mañana», explica a este medio el profesor de la Facultad de Literatura Persa de la Universidad Allameh Tabataba’i de Teherán y especialista en política iraní Raffaele Mauriello. «A nivel militar ha sido capaz de responder a Israel y ha mejorado capacidades respecto a 2006», asevera. Además, no es concebible que la República Islámica de Irán vaya a dejar de prestar apoyo a una de sus grandes bazas, construida con mimo durante las últimas décadas. «Hay que tener en cuenta que Hizbulá es, a la vez, un partido, una fuerza armada y un movimiento social profundamente enraizado en la sociedad libanesa», recuerda el especialista en relaciones internacionales.
En este sentido, el ex profesor de la Universidad de Oxford e investigador de Chatham House Nadim Shehadi subraya a LA RAZÓN que «Hizbulá es una organización con alcance global y vínculos a una coalición mundial antiamericana interesada en mantener un frente activo con ‘el otro lado’». Israel estará vigilante en las fronteras sirio-libanesas, punto de paso habitual de las armas adquiridas por Hizbulá. «Si se rearma e incumple, atacaremos», ha advertido Netanyahu en las últimas horas antes de recordar que se trata de «una tregua, no el fin de la guerra». A nadie se le escapa en el Líbano la fragilidad de una tregua de 60 días. La sociedad libanesa sigue tan dividida como siempre. Los más optimistas del lugar creen que con la elección de un nuevo presidente -la sesión parlamentaria será el 9 de enero- después de más de dos años sin jefe del Estado y el despliegue del Ejército en el sur las cosas empezarán a mejorar. Los más realistas, por el contrario, estiman que una vuelta a las andadas ahondaría en las divisiones. «Si el acuerdo para el alto el fuego de esta semana es reconstruir el Ejército libanés para fracasar, con una tregua temporal como test, entonces la próxima guerra puede implicar no solo a Hizbulá», advierte Shehadi.