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Ноябрь
2024

‘Gladiador II’: entre cine y opereta

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Gladiador II tiene, como la primera versión, algo de opereta. Comparémosla con Motezuma de Vivaldi. Los cambios históricos son en ella tan extravagantes como los de Scott. Resulta que el emperador Marco Aurelio tuvo un nieto con un personaje del que no hablaremos aquí para no destripar la película. Pero es de risa. Como cuando uno sabe que Darth Vader es padre de Luke. ¿Estamos viendo una telenovela mexicana? No creo, porque uno se intriga.¿Cuál será, en Gladiador II, el equivalente de la gran música de algunas pequeñas óperas? Comencemos por lo obvio. Harry Gregson-Williams ha compuesto una banda sonora que está bien, pero los coros Nueva Era no tienen la gracia de “Navras”, por ejemplo, lo mejor de The Matrix Revolutions. No. La música en sí no hace de Gladiador II una opereta. ¿Serán las imágenes de John Mathieson? Se dice que para recrear la ciudad, fotógrafo y director contrataron al historiador Alexander Mariotti. No sé si él los convenció de que es creíble que el Coliseo se llenaba con agua salada para que los gladiadores lucharan también contra tiburones. ¿Quién hubiese podido ver aquello desde las gradas? Pero en las tomas subacuáticas, hay que decirlo, resulta bastante bien.Antes de ir adelante es importante advertir que el género “película de romanos” es difícil de superar. Piense uno en Ben Hur, de 1959. No ha envejecido. Para no hablar de la serie Roma que produjo HBO. ¿Será entonces el guión lo que hace de Gladiador II una opereta? Tampoco. Aquí el autoplagio llega hasta el paroxismo. La historia es la misma que la de su predecesora: cierto romano caído en desgracia debe recuperar su nobleza para rehacer aquella república de hombres buenos y virtuosos que, en la imaginación de Ridley Scott, tuvo lugar durante el reinado de Marco Aurelio. Todo eso sazonado con unos anacronismos salvajes. Tanto que hacen que el Motezuma de Vivaldi resulte creíble. Con todo y que, recordémoslo, al músico italiano se le ocurrió que Cuauhtémoc debió de haber sido mujer para que al final hubiese un coro grandioso y una boda entre la tlatoani y Hernán Cortés.Gladiador II sigue, además, con el mito de que Estados Unidos heredó a Roma. Quién sabe cómo. Basta con el hecho de que sus padres fundadores decidieran que es más importante la república que la democracia y que tenían que construirse un Capitolio. Gladiador II denuncia, otra vez, al sistema político de ese país. Y el héroe debe enfrentar a la decadencia de los ricos. Para lo cual basta con convencer a un ejército en plena guerra civil y a unas turbas revolucionarias con un discurso que, además, Scott nos lanza dos veces. Fíjese quien vea la película que Lucio nos lanza dos veces el rollo de que la muerte no está donde nosotros estamos. El caso es que hay que dar la vida por nuestra patria. Pero, digamos, finalmente qué es lo que hace de Gladiador II una opereta: que tiene una asombrosa capacidad para entretener a su generación con los clichés y mitos de esa cultura. Se trata de propaganda política estadunidense, es verdad, pero uno mira el reloj y en un instante se nos fueron más de dos horas. El ritmo, no cabe duda, es espectacular. Y uno sale realmente exaltado y con ganas de investigar todas las cosas extrañas que ha visto. ¿Había senadoras en tiempos de los Severos en Roma? Gladiador II es una opereta que uno mira con gozo. Ahora, también resulta válido preguntar si vale la pena invertir todo ese tiempo en una obra de propaganda. Eso que lo decida cada quién.AQ