Malentendidos académicos
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Ir de la mano de un niño de siete años por la RAE en el siglo XXI es una sensación extraña. Su mirada interroga sin prejuicios y juzga con inocente crueldad. Obliga al adulto a esforzarse en el difícil juego de construir una narración múltiple renunciando al sopor del detalle cronológico con parada obligatoria en el punto suspensivo, la delicia peligrosa de la anécdota justa, la humildad de la síntesis, la dolorosa renuncia a la retórica, y todo eso mirando de reojo el reloj, esperando paciente las fotos que el crío decide hacer mientras escucha (quieres suponer que efectivamente lo hace) el esforzado discurso. Luego, en casa, delante del Cola-Cao, un territorio más neutral, charláis sobre la visita e intentas... Ver Más