La tarde en la que Daniel y Mohamed salvaron a seis vecinos de las riadas de Massanassa
La DANA sorprendió en casa a estos dos migrantes, uno de origen colombiano y otro marroquí, que recuerdan cómo rescataron a nado, a pulso y tirando de sábanas a varias personas desde su primer piso
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Daniel y Mohamed llevaban cuatro meses siendo vecinos cuando se tomaron su primer café juntos. Fue en la madrugada del 29 al 30 de octubre, durante la noche en la que la DANA causó más de 200 muertos en Valencia y arrasó su municipio, Massanassa. Y lo hicieron tras salvar a pulso y a nado a seis personas que estaban a punto de ser arrastradas por la riada. El café lo compartieron entre todos.
Daniel, un solicitante de asilo colombiano de 30 años, vive en un bloque de la calle San Joan. Su casa está en el primero, puerta uno; la de Mohamed, en el primero, puerta dos, justo al lado. Desde que Daniel llegó al edificio, se habían cruzado algún saludo, por las escaleras o el descansillo, pero nunca se habían parado a hablar. Eran desconocidos. En la noche de las riadas, Mohamed, un marroquí que lleva 24 años viviendo en España, descubrió que la persona con la que comparte descansillo es un bromista con mucho colmillo y capaz de arriesgar su vida para salvar a desconocidos. Daniel se dio cuenta de que tiene un vecino acogedor y entrañable.
Esa noche, la crecida de los barrancos les pilló en casa. Daniel estaba de baja y Mohamed no trabajó por la amenaza de lluvias. Alrededor de las siete y media de la tarde, el colombiano vio desde su ventana cómo Pedro, un hombre de 33 años con barba, con un paraguas colgado en la espalda y una gorra azul, trepaba por el capó de una furgoneta blanca aparcada en su portal para evitar que la riada se lo llevase por delante.
Coches flotando por la calle
“¡Súbete, súbete!”, le empezó a gritar Daniel, al ver cómo su calle se había convertido en pocos minutos en una de las rutas principales de la riada en Massanassa. A pesar de ser una vía pequeña, de un solo carril y con aceras estrechas, el agua azotaba con fuerza. Debajo de su ventana vio flotar bolsas de patatas fritas sabor jamón y cajas de mantecados de uno de los supermercados del barrio. También coches y bombonas de butano.
Pedro no llegaba a la ventana de Daniel, ni saltando ni estirando los brazos, pero sí alcanzaba la de su vecino, Mohamed. “Espera, espera, que le llamo”, le contestó el colombiano. Desde el capó de la furgoneta, Pedro vio cómo Mohammed encendía las luces de su casa, y subía la persiana de la ventana.
Lo primero que hizo este vecino fue darle al marroquí el paraguas, el móvil y todos sus documentos de identificación. Así, si no conseguía salvarse y alguien llamaba al teléfono, Mohamed podía contarles que se lo había llevado el agua.
A Pedro le sorprendió la riada de camino a casa al salir del trabajo. Terminó a las 18.26 en un polígono del municipio en el que realiza labores de rotulación. Suele tardar diez minutos en cruzar la localidad, de poco más de 10.000 habitantes. Pero al ver cómo el suelo se iba inundando, decidió parar. Se subió a una valla de un instituto, con la idea de esperar a que pasara el agua. “Mis zapatillas eran nuevas y no me las quería mojar”, pensó en ese momento.
Pero el agua no bajaba. Todo lo contrario. Al poco, Pedro decidió sacrificar sus zapatillas y seguir andando. Primero con el agua por los tobillos. Después, por la rodilla. Cuando le llegó a la cintura decidió escalar el coche que estaba justo en el portal de Daniel y Mohamed. Allí, ya sentado en el capó del coche, escribió a su hermana y empezó a llamar al 112. “Este teléfono no existe”, era lo único que escuchaba al otro lado.
Desde el capó, veía cómo las luces de un coche de emergencias se reflejaban en las ventanas de los edificios. Pensaba que vendrían a rescatarle. Pero cuando por fin lo vio acercarse, se dio cuenta de que el coche estaba, en realidad, vacío. Se lo estaba llevando la corriente. “Cuando lo veo desierto y flotando como los demás, digo: ‘Hostias, si no me salvan estos, igual la voy a palmar”, recuerda tres semanas después. Pedro empezó a perder la calma. Y la furgoneta, a tambalearse.
Rescatado media hora antes de la alerta
Fue entonces cuando Daniel y Mohamed entraron en acción. Agarraron a Pedro de los hombros y lo metieron en casa por la ventana. Ya a salvo, le envió un mensaje a su hermana. Eran las 19.37, más de media hora antes de que la Generalitat Valenciana enviara la alerta a los móviles. “En la acera del parking del Mercadona me he subido al techo de un camión y arriba de él dos vecinos me han abierto la ventana de su casa y me he subido. Estoy bien, mojado hasta por encima de la rodilla, pero bien”, escribió. “Dales muchas gracias, por favor”, le respondió su hermana.
A los pocos minutos, Daniel, Pedro y Mohamed comenzaron a escuchar gritos de socorro. Los de dos mujeres que trabajan en uno de los supermercados de la zona y que se habían agarrado a la puerta del bloque, pidiendo ayuda. El agua en ese momento ya alcanzaba el metro de altura. Los dos vecinos de la calle San Joan bajaron a por ellas. Ya eran tres los rescatados y Mohamed les ofreció ropa para cambiarse. El vecino marroquí recuerda la noche como una película de terror. “Daba mucha impresión ver cómo el agua aumentaba de un momento a otro, fueron dos metros y medio en menos de una hora”, cuenta Daniel.
Después, llegaron más peticiones de auxilio. Dos vecinos del barrio, un chico y una chica, atrapados en mitad de la riada y alumbrados por la luz de las linternas de los vecinos que les apuntaban desde los bloques de la calle. También estaban, como Pedro, subidos al capó de un coche, pero no llegaban al balcón de Daniel. Estaban a un metro de distancia, no podían rescatarles a pulso. En ese momento, Daniel pensó: “¿Una cuerda? No hay cuerda, pues sábanas”. Ataron al menos siete sábanas y las lanzaron por el balcón. Mohamed se fisuró una costilla durante el rescate, pero consiguieron salvar a los dos.
Daniel y Mohamed intentaron utilizar la misma fórmula, las sábanas atadas, para seguir rescatando a gente atrapada en la riada. Pero la fuerza del agua cada vez iba a más, arrasando con todo a su paso. Una madre y un hijo no aguantaron, se soltaron de las sábanas, pero consiguieron agarrarse a la verja de la puerta principal de la finca. Daniel bajó corriendo. Pero para entonces, el agua ya se había llevado a la mujer. Solo quedaba su hijo, en shock. “Le escuchaba pidiendo ayuda”, recuerda Daniel. Pasó miedo al sumergirse en el agua “heladísima”, a medio metro de cubrir por completo el rellano. No sabía si le iba a dar tiempo a rescatar al chaval y volver a casa. Cuando llegó a la puerta, el chico no quería irse con él. “Mi madre, mi madre”, gritaba. Pero el colombiano le insistió: “Entra, ya miraremos”. En las escaleras les estaba esperando Mohamed, que les ayudó a entrar en el piso.
De pronto, en mitad de la tragedia, seis desconocidos se encontraron en la misma habitación, compartiendo un café. Todos empapados, sin cobertura, sin electricidad, alumbrados por la luz de las velas. Y sin saber dónde y cómo estaban sus amigos y familiares. Seis vecinos que se habían cruzado a saber cuántas veces por las calles de Massanassa, pero que nunca antes habían mantenido una conversación. “Mira, Mohamed, hemos salvado seis vidas”, le dijo Daniel a su nuevo amigo mirando al grupo. Los seis pasaron juntos la noche, hasta que salió el sol y cada uno pudo volver a su casa y ver los destrozos que había provocado la riada.
Tres semanas después de aquel día, en el mismo punto en el que sus vecinos le salvaron, Pedro, con la misma gorra azul, recuerda aquella noche. Está muy agradecido por la ayuda que Mohamed y Daniel le brindaron aquella tarde. “Si mi pueblo me ha salvado, tengo que aportar y ayudar de alguna forma”, pensó a las pocas horas de la tragedia. Dos días después de la riada se presentó en el Ayuntamiento para apuntarse como voluntario y contribuir a la reconstrucción de Massanassa. Trabaja en un banco de alimentos del municipio. “Ahora es él el que nos ayuda”, dice Daniel.
Foto cedida por Daiana Girotti