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Deportaciones masivas y un viaje en Uber

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FIRMAS PRESS.- Continúo una visita corta a Estados Unidos que me lleva a algunas ciudades. Aprovecho la estancia para hacer preguntas a la gente. Es una buena forma de conocer el pulso del país después de las elecciones presidenciales que le dieron el triunfo a Donald Trump.

Aunque todo apuntaba a que el republicano le ganaría a Kamala Harris en una campaña electoral que tuvo la sorpresa de la retirada forzosa de Joe Biden, confieso que nunca dejó de chocarme la posibilidad de que un presidente con aspiraciones golpistas (es preciso recordar la jornada fatídica del 6 de enero del 2021) retornara a la Casa Blanca.

Por eso, me interesa tanto el parecer de las personas, ya que, indiscutiblemente, el trumpismo ha calado entre muchos votantes estadounidenses.

La cuestión de la inflación —sin duda los precios son elevados, aunque los demócratas dejan una saneada macroeconomía con un índice de desempleo bajísimo— es una de las quejas que surgen en las conversaciones.

Son muchos los que confían en que, una vez que Trump asuma el poder, el costo de vida bajará de inmediato.

Tomo un Uber en Miami, ciudad de un estado donde el presidente electo arrasó, y la conductora, de origen colombiano y asentada en el país desde hace años, me dice: “Esto se va a arreglar con Trump”.

Le pregunto si le preocupa la medida de aranceles elevados a productos extranjeros que él ha prometido, una política proteccionista que afectaría los precios de los artículos de importación.

La chofer no parece tener demasiada información al respecto ni le da importancia. Ella espera un cambio instantáneo, como si por decreto la inflación desapareciera de la noche a la mañana.

A lo largo del trayecto, en unas calles de Miami en las que el tráfico es una pesadilla mayor de lo que yo recordaba, la señora habla sobre la importancia de que “saquen” a los migrantes indocumentados. Según ella, los que van llegando al país “no sirven”.

La mujer ya es ciudadana estadounidense y habla de esas personas con el mismo desapego que podría mostrar un estadounidense de pura cepa (¿acaso los hay en una nación forjada por oleadas migratorias?) en Wisconsin.

Me resuenan las palabras de la conductora. No hay en ella el menor asomo de empatía por los once millones de personas que la administración Trump pretende deportar a la mayor brevedad posible.

Fue una de sus principales apuestas en la campaña electoral, por medio de una retórica en la que los migrantes indocumentados son descritos como “criminales”, “narcotraficantes”, “violadores”. No se hacen distinciones. Todos caen en un mismo saco de ignominia y se les responsabiliza de la inseguridad ciudadana, a pesar de que el grueso de los crímenes violentos los cometen ciudadanos estadounidenses.

Pero eso no importa, porque hay relatos, por ajenos que sean a la realidad y los datos fehacientes, que prenden en el imaginario colectivo como una llamarada imparable y tóxica. Tanto que la chofer con la que converso brevemente aplaude un plan de deportaciones masivas lleno de lagunas logísticas, legales y éticas.

Ella ya pertenece a la gran masa que ve con buenos ojos expulsar como sea a un colectivo con arraigo y con historial laboral en esta tierra de oportunidades a la que hace tiempo llegó con la intención de vivir mejor que en su país natal.

Casi nadie se plantea, porque a casi nadie le importa, lo que significa separar a familias de la noche a la mañana y acabar, tal vez por tiempo indefinido y en un limbo que roza la violación de derechos humanos, en centros de detención que se montarán con premura para ese golpe de efecto tan del manual trumpista.

Sigo preguntándome cómo se hará la criba entre tantos seres; de qué modo y dónde aparecerán unos agentes que irrumpirán en centros de trabajo, oficinas, talleres, hangares, campos agrícolas. ¿Habrán leído los artífices de esta política draconiana acerca de las deportaciones masivas que ya se hicieron en el pasado?

Dara Lind, del American Immigration Council, cita datos en un artículo publicado en The New York Times: durante la Gran Depresión se deshicieron de la mano de obra mexicana que había sustituido en los campos a migrantes japoneses y chinos; y en los años cincuenta, bajo el “Operativo Espaldas Mojadas” (wetbacks), término peyorativo con que las autoridades de Estados Unidos se referían a los jornaleros mexicanos concentrados en Arizona, California y Texas, se realizaron grandes redadas en busca de personas con “facciones mexicanas”.

Hoy día, Trump habla de “gente mala” (bad people) que “envenena la sangre” de su “nación”. Se trata de tácticas que deshumanizan al otro y ofrecen coartadas a quienes deciden secundar estos argumentos.

Antes de dejarme en mi destino, la chofer de Uber me dice que lo que necesita Estados Unidos es “mano dura” para poner el país en vereda. Entonces recordé la advertencia del general John Kelly, quien fue jefe de gabinete de Trump en su primer mandato.

Aquella relación acabó mal, y antes de estas elecciones el condecorado militar republicano expresó su preocupación por considerar que el presidente electo se ajusta a la definición de un líder “fascista”. Me despido de la conductora y ella sigue su camino en medio de un atasco infernal.

@ginamontaner

La autora es periodista.