«Los psiquiatras en Argentina te dicen con crueldad: 'mejor tener un hijo trans vivo que una hija muerta'»
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Epidemia de género lo denominan algunos científicos y psicólogos clínicos como el canadiense Jordan Peterson . En nuestro país Celso Arango , jefe del servicio de Psiquiatría del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, ha advertido contra los efectos en la adolescencia de la «moda» de identificarse con otro sexo por contagio social. Hay muchos más especialistas que reman contra la corriente y sufren en sus propias carnes la cultura de la cancelación. En Argentina, la ley de Identidad de Género rige desde mayo de 2012 y lleva años «sometiendo a médicos y profesores a seguir el discurso que no cree en el sexo biológico ('queer') más ideologizado». Quienes no lo hacen al dictado de la norma pueden ser sancionados, despedidos y hasta castigados penalmente. Además, devalúa la autoridad paterna y conceden la máxima al deseo de los jóvenes confundidos que dicen haber nacido en un cuerpo equivocado. Esta es parte de la denuncia del medio millar de padres y madres de Manada (Madres de Niñas y Adolescentes con Disforia Acelerada, análogo a la agrupación Amanda en España) y que encabezan las primeras demandas interpuestas contra el Estado por «persecución ideológica». Ha ocurrido en los últimos días con dos casos «inéditos» en el país suramericano, dice en conversaciones transoceánicas a ABC Marianella , una de las fundadoras del grupo de familiares (la mayoría, madres, y de niñas en el 91% de los casos) que aborda la DGIR (disforia de género de inicio rápido o acelerada) como un trastorno de sus hijos. Trastorno pasajero, frente a la irreversibilidad de someterse a una extracción de genitales. El primero, la querella de una profesora contra la Universidad de Buenos Aires por persecución ideológica, debido a la imposición de la UBA de referirse a sus alumnos con el género con que se identifiquen. Es un calco del caso de Peter Vampling en Virginia (EE.UU.), que tras siete años de pelea en los tribunales, estos han acabado por dar la razón al profesor de Francés que se opuso a llamar en masculino a una estudiante, alegando «razones religiosas». En segundo lugar, una madre litiga contra un colegio que depende de la Universidad Nacional del Mar de Plata que la denunció a ella primero por negarse a firmar un libro de calificaciones donde solo constaba el nombre masculino de su hija. La menor llevaba dos años de transición y luego desistió, pero entre medias queda un intento de retiro de la tutela a la madre y el traslado de la joven a un centro solo para varones internos. Son las primeras demandas contra una ley –la 26.743– promulgada sin apenas debate en el país y Manada está detrás de ellas. La clave de la norma argentina, según las familias de Manada, es esa: el «género percibido» por un menor es el criterio que va a término en todas las instancias. En el colegio se le tiene que citar con el nombre que haya escogido libremente. También en la consulta médica y otros servicios. «La ley habilita tratamientos de hormonas sintéticas y cirugías genitales desde los 18 y a los menores, a través de la autorización de un juez o acompañados por 'un referente afectivo' que no acaba de concretarse quién es. Desde los 13 años puede iniciar las consultas de carácter sexual y a los 16, aun sin consentimiento paterno, comenzar las esterilizaciones permanentes», detallan. Pero... ¿dónde queda el criterio de los padres? « Nos llaman transfóbicas e ignorantes si no pasas por el aro », remarca Marianella, que cuenta su caso: «A los 16 mi hija Kiara escribió una carta que decía 'mamá, me siento un varón' y literalmente sentí que la tierra se abría bajo mis pies por el desconcierto. ¿Qué significa 'sentirse un varón'? Su respuesta fue que quería cortarse el cabello, vestirse como un chico lindo coreano y llamarse Erik». Con el tiempo Marianella descubrió que su hija había sufrido un episodio de acoso a los 13 años en el baño del colegio, a cargo de otra niña dos años mayor. Y que en pandemia «cuando, ilusos, creíamos que estaba en casa segura, navegando en internet, la habíamos dejado a merced de un monstruo, el adoctrinamiento 'queer'», añade. Cambiar su sexualidad era la forma que Kiara encontró para rebelarse contra este abuso. Su progenitora, de 57 años, «'googleó' hasta la madrugada para saber qué hacer». Y halló Amanda, que la puso en contacto con otros padres. «En la primera entrevista con el psiquiatra nos dijo: 'felicitaciones, tienen un hijo trans. No hay motivo para el drama, es mejor un hijo trans vivo que una hija muerta' . Jamás había escuchado algo tan cruel». «Pase el duelo por su hija y dé la bienvenida al hijo que nunca tuvo. ¿Qué prefiere, hijo trans o hija muerta? El sistema está pensado para que los padres perdamos la batalla antes de iniciarla», replica Patricia cuando escuchó las mismas palabras en boca de profesionales «alineados con las políticas de género». Según denuncia Manada, el país arrastra «veinte años de progresismo», la norma se hizo «desde las sombras», se ha instalado, aplicado y apenas se ha cuestionado. Hasta ahora. «No nos dimos cuenta de lo que sucedía hasta que lo vivimos en carne propia». La agrupación está organizándose para «que la política cierre la caja de Pandora que abrió», se modifique la ley y se prohíba la perspectiva de género en las escuelas. El cambio de Gobierno infundó algunas expectativas. Desde que Javier Milei preside el país se ha recortado el presupuesto público vinculado con la «enorme promoción de tratamientos hormonales e intervenciones quirúrgicas», detallan en Manada. Hace un año que ven voluntad de cambio, «pero las leyes siguen vigentes» , objetan. «Los tiempos de la política no van de la mano de la urgencia de estos casos. Tenemos el compromiso de que redactarán un nuevo proyecto de ley que revise el circuito sanitario , salvaguarde al menor y que el Estado sufrague los procesos de detransición», afirma Marianella. Reino Unido, Noruega, Suecia y Finlandia rectificaron sus normas trans y Manada quiere que Argentina siga esa senda. Desde su fundación en 2023, este grupo integra a familias de 18 países. Sin financiación pública, asesora a las familias, ofrece asistencia jurídica gratuita y acompaña a las madres y padres que se ponen en contacto angustiados por una situación que no controlan. La hija de Marianella tiene hoy 18 años y es feliz siendo mujer. Kiara desistió de convertirse en alguien «inventado a costa de enfermar», pero « el camino de rescate de esta secta» es largo, asegura su madre. En el pandemónium de la adolescencia, «nuestros hijos son víctimas de una ideología que les arrastró a creer que nacieron con fallos y las bondades 'queer' los pueden arreglar». «¿Quién maneja los hilos de este movimiento demencial?», se pregunta Patricia. Marianella contrasta que el todopoderoso 'lobby trans' deja pingües beneficios a clínicas y farmacéuticas proveedoras de hormonas de medio mundo, mientras ellas sufren escraches y ataques públicos y el repudio de sus propios hijos.