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No hay bien sin infierno

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No hay mal que por bien no venga, reza el refrán. También podría decirse: no hay cielo que no traiga un infierno a cuestas, sobre todo cuando el logro es producto del ingenio humano. Es el caso de la imprenta, desarrollada a mediados del siglo XV por Johannes Gutenberg en Maguncia, Alemania. Este artefacto significó la transformación de la divulgación del saber. Son innumerables, casi infinitas, las repercusiones de esa tecnología en la humanidad.

La primera obra impresa por él fue la llamada Biblia de 42 líneas. El nombre le vino por el número de renglones a dos columnas que componían sus 1.286 páginas, estampada en dos volúmenes a tamaño folio. Con esto el artesano demostró que mediante su artilugio podía elaborarse un libro tan hermoso y perfecto como los más soberbios manuscritos de la época, con la diferencia de que podían realizarse 200 copias iguales, monto de la tirada que llevó a cabo. 

El alemán hizo lo imposible por mantener en secreto los procedimientos empleados en el desarrollo de sus labores como impresor, y solía pedir a sus socios que no enseñaran a nadie la prensa con la cual producía las impresiones. Sin embargo, la noche del 27 de octubre de 1462, las tropas de Adolfo II de Nassau, tomaron por asalto a Maguncia. La escabechina fue propia de como resolvían sus asuntos los guerreros medievales –aunque los de ahora tampoco se quedan atrás–, y la ciudad fue saqueada por la soldadesca del vencedor. Como era de esperarse muchos artesanos y comerciantes abandonaron la localidad, y entre ellos iban los impresores. Esto hizo que el arte de la impresión se difundiera velozmente a lo largo del Rin y luego por todo el continente. Hay noticias de su aparición en Roma en 1467, en París para 1469 y Segovia 3 años más tarde.

Nunca mejor aquello de que el diablo está en los detalles. Y fue así como en la francesa Estrasburgo, pese a su resonancia teutona, los frailes dominicos Heinrich Kramer y Jacob Sprenger publicaron en 1487 Malleus Maleficarum, que en latín es Martillo de las brujas. Este tratado sobre la brujería, escrito por tal par de gamberros ensotanados, fue reeditado docenas de veces, se difundió por Europa y tuvo un profundo impacto en los juicios contra las brujas por dos siglos. 

De no ser por sus trágicas secuelas podría ser digno de un sainete. Copio un fragmento:  “¿Y qué debe pensarse entonces de las brujas que de esta manera reúnen, a veces, órganos masculinos en grandes cantidades, en ocasiones veinte o treinta miembros, y los ponen en un, nido de aves, o los encierran en una caja, donde se mueven como miembros vivos, y comen avena y trigo, como lo vieron muchos y es cosa de información común? Hay que decir que todo ello lo hace la obra del demonio y la ilusión. Pues los sentidos de quienes los ven se engañan en la forma en que dijimos. Porque cierto hombre dice que, cuando perdió su miembro, se acercó a una conocida bruja para pedirle que se lo devolviera. Ella le dijo al hombre lesionado que se trepase a cierto árbol, y que podía tomar el que le agradara de un nido en el cual había varios miembros. Y cuando trató de tomar uno grande, la bruja dijo: no debes tomar ése, y agregó que pertenecía a un sacerdote de la parroquia”.

¿Qué Breton, ni qué García Márquez, ni qué Carpentier, ni qué niño muerto? Esos patológicos hijos de su madre, con sus mentes desquiciadas, produjeron una de las armas más mortíferas y nauseabundas que la historia humana ha podido conocer. Ellos sentaron las bases para esa pústula imborrable en la Iglesia Católica que se llamó Inquisición. Y fue a partir de la imprenta como se difundió semejante ensarte de imbecilidades, con su mortífero saldo.

La bendita Iglesia de nuestros tormentos que sigue desbarrando, y suele perder las oportunidades de guardar silencio, ahora con su jefe máximo pide que se abra una investigación para determinar si los ataques de Israel en Gaza constituyen un genocidio. Don Pancho, no la avena, hablo del pibe Jorge Mario Bergoglio, ya había asomado la patica en septiembre cuando afirmó que los ataques de Israel en Gaza y Líbano han sido inmorales y desproporcionados, y que su ejército ha ido más allá de las reglas de la guerra. ¡Tanto que sabe el santo padre! Y no sabe callar…

A ver, alma de cántaro, ¿por qué no has dicho nada de los niños, mujeres, hombres y ancianos judíos asesinados por los palestinos y demás cáfila de sádicos? 

¿Acaso no sabes nada de la inmoralidad desproporcionada de Maduro, Diosdado, Padrino, los Rodríguez, y demás sabandijas, contra la población inerme de Venezuela? 

Por lo visto no solo es el representante de Dios, se cree que es el mismísimo padre de Jesús.   

Cuán lejos de la humilde actitud de su tocayo nacido en Umbría. Al pensar en Francisco de Flores, Buenos Aires, no alcanzo a olvidar a san Francisco de Asís, aquello de: “Mientras estás proclamando la paz con tus labios, ten cuidado de tenerla aún más plenamente en tu corazón.”

 

© Alfredo Cedeño  

http://textosyfotos.blogspot.com/

alfredorcs@gmail.com

La entrada No hay bien sin infierno se publicó primero en EL NACIONAL.