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Editorial: La doble crisis boliviana

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Con el trasfondo de una profunda y extendida desaceleración económica, Bolivia se debate desde hace meses en una grave y creciente confrontación política, con esporádicos amagos de violencia, desórdenes callejeros, bloqueos y hasta un inverosímil intento de golpe de Estado. Ambas crisis interactúan y se agudizan entre sí, en una espiral de deterioro e inestabilidad de grandes proporciones, con facetas que revelan cuánto se ha deteriorado la gobernabilidad del país.

El origen de ambos males es de sobra conocido. En lo económico, se remite al modelo de desarrollo impulsado por el partido oficialista Movimiento al Socialismo (MAS), que, salvo un gobierno interino de 11 meses, gobierna el país desde el 2006. En apariencia exitoso mientras Bolivia obtenía cuantiosos ingresos por sus exportaciones de gas a Argentina y Brasil, comenzó a deteriorarse a partir de la reducción de la demanda y los precios del producto, sin que el gobierno haya sido capaz de frenar el deterioro.

En lo político, el conflicto no ha surgido por la intransigencia o desafíos de la oposición, de por sí débil, sino por la creciente e insalvable pugna entre Evo Morales, presidente tres veces y fundador del MAS, y su sucesor y actual mandatario, Luis Arce. Ambos luchan ferozmente entre sí por el control del partido y por su candidatura presidencial para las elecciones del próximo agosto. Por ahora, el actual presidente parece estarse imponiendo; sin embargo, en medio de tanta inestabilidad, cualquier cambio inesperado es posible.

Arce fue ministro de Economía y Finanza durante 12 años en los gobiernos de Morales, quien lo seleccionó para asumir la candidatura del MAS en las elecciones del 2020, que ganó por cómoda mayoría. Su triunfo condujo al regreso del expresidente, autoexiliado en Argentina luego de que, tras su intento de ganar un cuarto mandato inconstitucional en el 2019, debió abandonar el poder en medio de denuncias de fraude, protestas y presión de los militares. Se estableció entonces un gobierno interino que convocó los comicios ganados por Arce.

Las pugnas entre ambos comenzaron a los pocos meses del retorno del expresidente, y se agudizaron en setiembre del 2023, cuando Morales anunció su aspiración a la candidatura presidencial del MAS para el 2025, a la que ya aspiraba Arce. Los legisladores del partido se dividieron; la pugna entre ambos dirigentes por el control de la agrupación se intensificó y, en junio de este año, se produjo una torpe y fallida intentona de golpe por un díscolo general, cuyos motivos nunca se aclararon plenamente.

Entretanto, la economía ya estaba en picada, con elevada inflación, pérdida de divisas, una gran devaluación de hecho, desabastecimientos y caída en las exportaciones. El descontento social no se hizo esperar y se convirtió en arma de manipulación política, sobre todo por parte de Morales. Pero su posición comenzó a debilitarse seriamente a principios de octubre, cuando la Fiscalía reactivó una acusación en su contra por presunto abuso sexual contra una menor de edad y dictó orden de captura. Hasta el momento no se ha podido ejecutar, debido a que el expresidente se refugió en la zona cocalera de Chapare, bajo la protección de un grupo de seguidores.

El 9 de este mes se produjo un posible “tiro de gracia” a sus aspiraciones, con el fallo del Tribunal Constitucional que dictó su inhabilitación como candidato presidencial. Pocos días después, el presidente del Tribunal Electoral anunció que acataría el fallo. Además, este jueves la misma sala despojó a Morales de la jefatura del MAS. A menos que se produzca algún giro inesperado a su favor —algo que no se puede descartar, dada una crónica colusión entre política y justicia—, sus aspiraciones quedarán truncadas.

En el tiempo que queda de aquí a las elecciones de agosto, la turbulencia política y económica no solo continuará, sino que podrá empeorar. A pesar de ella, lo más probable es que, al final de esta cadena, que revela la turbia situación en que se ha precipitado el partido oficialista, Arce sea su candidato. La oposición tendrá entonces una oportunidad de, al fin, desplazar al MAS del poder.

Ha quedado de sobra demostrada la inexistencia de un proyecto político sano y realista, su conversión en una plataforma de ambiciones personales y su incapacidad para gestionar la economía en las condiciones actuales del país y el mundo. Es hora de un cambio que abra un nuevo y mejor capítulo para Bolivia.