Aprendió a tatuar en la cárcel y hoy lo visitan clientes de todas partes de Costa Rica
Israel Ávalos, conocido como Spartano, es uno de los tatuadores más reconocidos de Costa Rica y un tipo que le hace honor a su singular apodo: detrás de su figura y su arte existe una poderosa historia de vida, debido a las miles de batallas que ha afrontado.
Actualmente, hasta su estudio en Desamparados, a Ávalos lo visitan personas de todas partes del país; viajan hasta allí con tal de llevar impreso en el cuerpo uno de sus diseños.
Además, su trabajo no solo es apreciado en suelo tico, hace unos días, por ejemplo, fue invitado a la Expo Tatuaje de Irapuato, México; donde recibió un reconocimiento por su estilo.
Sin embargo, su destacada trayectoria no lo exime de lidiar todos los días con el estigma y la discriminación.
“Yo soy muy creyente de la palabra de Dios, y Él dice queva a utilizar a lo vil y menospreciado de este mundo para avergonzar a la gente que le gusta humillar. Yo puedo decirles que Dios me utiliza a mí para eso, porque conozco a mucha gente que se cree superior a mí y a mí trabajo; pero yo doy lo mejor de mí en cada una de mis obras”, comentó Spartano.
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El josefino, de 35 años, aprendió el oficio que le apasiona mientras estuvo en la cárcel, a la que ingresó por primera vez a los 19 años. A partir de ese momento pasó por casi todos los centros penitenciarios del país, en distintas etapas, hasta que finalmente quedó libre a los 27.
“Yo no soy de esas personas que hace del pasado un mártir. Mi pasado ya está superado y sé que hay mucha gente que tiene pruebas diferentes en la vida. Pero sí soy de esos que no se rinde; a mí la cárcel no me detuvo para nada. Sufrí mucho el estar lejos de mi familia, pero a mí eso no me derrumba”, afirmó el tatuador.
El joven que se crió en el precario La Tabla, en Alajuelita, y salió de la prisión con el convencimiento de que era un artista y que a eso dedicaría su vida. Empezó haciendo tatuajes por ¢10.000, o hasta menos; monto que actualmente pide como adelanto para reservar una cita.
Asegura que el apoyo de su familia fue trascendental para su cambio de vida, especialmente el de su madre, quien falleció hace un año. Sumado a esto —y aunque no le gusta evangelizar porque “sabe que la palabra de Dios está al alcance de todos”—, es un fiel creyente de que Él ha sido el encargado de darle fuerza para vencer la adversidad .
“Recuerdo cuando un 20 de diciembre me llamó mi mamá llorando y me dijo que yo iba a salir de la cárcel –puedo escucharla–. Yo no le creía porque ella no entendía de leyes. Luego me llamó mi abogado a decirme que mis condenas se cayeron, que pudieron descubrir que los testigos eran falsos y ahí fue donde dije: ‘Dios hace posible lo que para muchos es imposible’”, relató conmovido.
“Estando en la celda hice un trato con Dios. Le prometí nunca más usar mis manos para un delito, que no iban a ser para nada más que para el arte”, finalizó.
En la actualidad, Spartano y sus hermanos se han unido mucho más, sobre todo luego del fallecimiento de su madre. Durante este tiempo, han buscado honrar sus valores y conviven de cerca, especialmente para encargarse de los cuidados de su hermana menor, quien tiene una discapacidad cognitiva.
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Spartano siente como suyos los logros de sus hermanos. Presume con orgullo que su hermano mayor tiene un buen trabajo, que su hermana mayor es educadora especial y que el menor es mecánico.
“Él luchó solo para salir adelante. Recuerdo que cuando yo salí de la cárcel, él se iba a graduar y nadie lo iba a acompañar. Por dicha yo lo pude acompañar. Estoy muy orgulloso de él. Hace poco fue parte del equipo que alistó el carro que ganó las 3 horas de Costa Rica en la Guácima”, compartió con entusiasmo.
Ávalos es padre de un niño de 6 años, con quien tiene una relación muy afectuosa. Asegura que convertirse en papá lo ha hecho reflexionar sobre muchas cosas, entre ellas, el hecho de que su progenitor no reconociera a sus hijos.
“Para mí es muy loco, porque yo ahora soy papá y siento que no es algo difícil. A mí me llena mucho cuando yo llego de trabajar y él me dice que me ama. Él ve mis videos en Tik Tok y los de música y se pone feliz”, contó con emotividad.
Orígenes del Spartano
La familia de Spartano es originaria de San Vito de Coto Brus; de hecho, él nació allí; pero desde que tiene memoria vive en Alajuelita. Creció en el precario La Tabla junto a sus cuatro hermanos. Nunca tuvieron padre y su mamá sostuvo siempre a la familia. Su hogar era uno de los tantos en el que los hermanos mayores debían encargarse del cuido de los menores, mientras la cabeza del hogar estaba trabajando.
Ávalos afirma que nunca pasó hambre gracias al esfuerzo de su madre, que trabajó en labores de limpieza en muchos lugares. A pesar de esto, él trabajó desde los 11 años en diferentes oficios para poder comprarse algunas cosas.
“Cuando uno va creciendo en la adolescencia quiere más cosas. Ve a otras personas y uno dice: ‘pues, yo también quiero eso’. Ahí es donde uno también se equivoca”, enfatizó.
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Spartano siempre fue un apasionado del arte; de esos chiquillos que regañaban en la escuela porque pasaba más tiempo dibujando que escribiendo. A pesar de las limitaciones económicas, cursó con normalidad la educación primaria y secundaria.
Incluso fue unos años al Liceo de Costa Rica pero por su situación socioeconómica tuvo que desertar. Sin embargo, completó su bachiller en educación media a los 17 años en el Liceo Roberto Gamboa de San Rafael Abajo de Desamparados.
“Una de mis pesadillas de chamaco era soñar con que iba a la escuela o colegio con bolsas en los pies. Yo no sé por qué soñaba eso. Era como un temor que yo tenía de algún día no tener zapatos que ponerme”, confesó con los ojos aguados.
El barrio o la “olla de presión” que cambia a cualquiera
Spartano describe la vida en un barrio como La Tabla como una presión constante, una con la que se vuelve muy difícil lidiar. Aunque siempre luchó por su estudio y no se involucró en actividades delictivas durante su adolescencia; fue estigmatizado como criminal desde muy temprana edad.
En el día a día lo común era ver a personas ser asesinadas por ¢1.000 o ¢2.000 y recibir amenazas constantemente; incluso, pasó que algunas de ellas fueron dirigidas contra la vida de su madre.
“El ser humano tiene un instinto de supervivencia, por naturaleza nadie se quiere morir. Yo entiendo que una persona que nació en Santa Ana o Escazú no va a vivir estas situaciones. Pero, en mi barrio, uno tiene que defender su vida desde mi joven; solo porque le caíste mal a alguien ya te quiere matar o hacer daño”, explicó Ávalos.
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El gran punto de inflexión, que cambió el rumbo de su vida para siempre, ocurrió mientras él cursaba el colegio. Un día, mientras ‘mejengueaba’ en el barrio, fue testigo de cómo asesinaron a su mejor amigo.
“Uno cambia. Yo quisiera ver a una persona que le maten un amigo o familiar en su cara, a ver si sigue siendo la misma persona. En esos casos la gente constantemente le dice: ‘Mae, mátelo, haga lo mismo. Ese mae lo va a matar, aquí no existe la policía’”, narró.
Recalca que en su caso tuvo el pilar de su madre, quien le inculcó valores, pero piensa en el caso de niños que crecieron en barrios marginados sin padres. Asegura que esto los pone en un estado de vulnerabilidad, en el que personas involucradas en el crimen se aprovechan para utilizarlos, pues se convierten en la primera figura de autoridad y ‘amor paternal’.
“Yo lo sé, porque tengo muchos amigos que dicen que en mí ven un papá. Yo soy de esos maes que ven a un chamaco del barrio y les pregunta cómo les puede ayudar, porque no me olvido de donde vengo. Si por ejemplo quieren cortar pelo y no tienen la manera, yo les regalo una máquina y les pido que me demuestren que se van a portar bien. Yo siento que a ese joven le estoy dando la oportunidad de tener una vida diferente”, aseveró el tatuador josefino.
Por otra parte, detalla que en los barrios muchas veces son los cabecillas de organizaciones criminales los que ponen reglas y velan por la seguridad de los habitantes, ante la ausencia policial. Sin embargo, considera que la escalada de violencia actual obedece a dinámicas diferentes a las de hace unos años.
“Cuando yo era joven, Costa Rica no conocía lo que era el crimen organizado. O sea, habían organizaciones dentro de los barrios, lideradas por una persona. Pero ahora viene el crimen organizado y dice: ‘Este barrio es mío, este barrio es mío, y el que se oponga, pues pasa lo que pasa’”, enfatizó.
¿Para quién es la justicia?
Al crecer en zonas que son como “el viejo oeste”, donde no hay autoridad a la que acudir y la policía no se presenta más que en grandes redadas de captura; Israel asegura que las personas provenientes de barrios marginados mantienen una relación conflictiva con las instituciones durante toda la vida.
“Es como que mi condena fuera eterna. Si yo ya fui a la cárcel y pagué algo no tengo por qué cargarlo toda mi vida. Nadie viene a decirme: ‘Mae, qué bravo, lo felicito por todos los años que se ha portado bien y lo bueno que ha hecho en la sociedad’”, expresó.
Recuerda que la primera vez que fue detenido venía llegando de la UNED, donde empezó a estudiar becado. En ese momento, una redada atravesaba su barrio y se lo llevó sin ninguna razón aparente.
“Yo tenía una forma de vestir que ellos llaman ‘chata’, pero yo venía de la universidad. Un policía me paró y aunque le enseñé el carné, me metió cuatro pichazos y me montó al cajón. Fue la primera vez que yo toqué una celda. Recuerdo a mi mamá llorando porque yo estaba ahí”, rememoró con indignación.
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Estas dinámicas, afirma, los persiguen durante toda la vida, pues factores como el lugar de procedencia o la apariencia reciben un estigma que los aleja de la protección que, en teoría, debería recibir todo ciudadano costarricense.
Según comenta, hace poco lo atropellaron mientras conducía en moto y le lesionaron una mano, la cual es su herramienta de trabajo. Quien cometió aquel acto se dio a la fuga y cuando Ávalos fue a poner la denuncia se burlaron de él.
Sorprendentemente, esta no fue la única vez que vivió algo así. De acuerdo con su versión, él fue invitado al concierto de Bad Bunny y le pagaron ¢600.000 en un sobre. A la salida lo detuvieron unos policías y lo cuestionaron por usar joyería, lo metieron en una celda sin un motivo y le robaron su dinero.
Estando detenido, llegaron agentes del OIJ y lo instaron a poner una denuncia en asuntos internos.
“Me citaron a un reconocimiento y, siendo yo la víctima, me esposaron. En el juicio me pusieron a un abogado de acción civil resarcitoria que se burlaba de mí preguntándome que si lo que yo quería era plata. Yo le dije que lo que quería es que ese oficial nunca más portara un uniforme. Hasta el día de hoy no sé qué pasó con la sentencia, he ido tres veces a pedir el pin digital y no me quieren dar el número de expediente”, narró.
Por otro lado, es crítico con el funcionamiento del aparato judicial del estado, y asegura que en este país quienes tienen dinero rara vez tocan una cárcel y, si lo hacen, son tratados de manera diferente dentro de ella.
“He estado en la cárcel con maes que estaban descontando 5 años por robarse un atún. Yo digo: ‘Jueputa, qué gran daño le hiciste a la sociedad robándote un atún’. Me pregunto si eso es justicia, que una persona robe por tener hambre y vaya a la cárcel, cuando todos los días veo en las noticias gente que se robó millones de bancos o del estado y nunca hay un culpable”, reflexionó el tatuador.
De tatuajes y estigmas
A los 14 años, Spartano pidió permiso a su mamá y se tatuó un payasito. Casi no tenía tatuajes hasta que entró a la cárcel, pero hoy día no tiene espacio en el cuerpo donde tatuarse. Asegura que nunca se borrará los que ya posee, porque están vinculados a personas y momentos cruciales en su vida.
Su estilo de tatuaje está muy influenciado por la cultura chicana, porque aprendió en la cárcel con mareros chicanos. Ellos vieron su talento para el dibujo e inicialmente le pedían que hiciera los diseños.
Recuerda que el primero tatuaje que hizo fue una calavera y que llegó un punto en el que parecía que tenía su propio estudio dentro de la cárcel. Para esta labor, utilizan una máquina hechiza con una prestobarba vieja como mango y un motorcito que se conecta a una fila de tres baterías AA, la cual mueve un alambre delgado a través de un lapicero.
Comenta que en la mayoría de la población prevalece el imaginario de los tatuajes en tiempos de la Penitenciaría Central; pero que la realidad es muy diferente. Ya no se acostumbra usar la tinta que se realizaba con el hollín producido al quemar una lata. En su caso específico, él recibía tinta de talleres de arte en los que participaba y cuenta que otros presos metían el producto en lapiceros.
“A mí me gustaría ir a la cárcel a dar talleres de tatuajes y no me lo permiten. Yo creo que así a como tienen talleres de artesanías podrían tener estudios de tatuajes, donde lo que se recaude una parte sea para el centro. No veo lo malo en darles herramientas para salir adelante, pero lamentablemente el sistema se centra en que cometieron un error y tienen que pagarlo. Gran falla”, expresó.
Otro mito que suele escuchar con frecuencia es el de que los tatuajes no se pagan en la cárcel. Revela que él llegó a cobrar hasta ¢300.000 por tatuar una espalda completa, aunque normalmente sus precios oscilaban entre los ¢20.000 y ¢45.000.
Considera un gran acto de ignorancia y discriminación que, incluso en estas épocas, se continúa relacionando a los tatuajes con la criminalidad.
“Hace poco tatué a un muchacho que es campeón nacional representando a Desamparados. Subí el video y la gente no dijo nada bueno de él. Lo que comentaban era que seguro iba a ser un futuro criminal, solo por el hecho de tatuarse”, reveló indignado.
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Estos comentarios son una constante en su rutina diaria y provienen de personas de diversos estratos. Según narró, incluso un periodista televisivo se sumó a discriminarlo por su apariencia durante una entrevista. Ante esto, decidió responderle con su propia medicina.
“Sí, puede ser que los sicarios se vean como yo me veo. Puede ser que los vendedores de droga estén como yo, todos llenos de oro y con tatuajes. Pero yo he estado privado de libertad, he visto no sé a cuántos violadores y todos se ven igual que usted, con camisitas así, bien peinaditos”, relató Spartano
La cárcel: entre la desesperación, el poder y el apoyo humano
Spartano define a la cárcel como una pugna eterna por el poder y una presión que nunca para, a sabiendas de que en cualquier momento puede desatarse una situación de violencia. Comenta que en sus años privado de libertad ostentó poder y llegó a controlar un pabellón; hecho que a su vez lo hizo perder el control de sí mismo.
Asegura que hasta la policía penitenciaria reconoce esos mandatos internos y los respeta con tal de mantener el orden. Sin embargo, Spartano dice que hallarse en esa posición juega en contra de la humildad y funciona como una cadena, en los que los subalternos siguen el juego por sentirse a salvo.
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De acuerdo con el artista nacional, estar detenido es uno de los peores contextos en los que se puede encontrar una persona. Además, le parece ilógico los planteamientos de algunos sectores que quieren posicionar la narrativa de que las personas en condición de cárcel son privilegiadas.
“A los que dicen que se vive como reyes y no se paga alquiler, quisiera verlos en un cuarto pequeño con 100 maes y un solo bañito en la esquina. Después usted me pregunta quién soporta eso. Hay que pelear hasta por la comida. He visto a gente viviendo como una paloma a punta de arroz pelado porque la comida se acaba y no tienen jacha para que les den papas ni chayote”.
Por otra parte, considera que, contrario a los prejuicios, por lo menos el 90% de las personas que salen de la cárcel quieren cambiar y ya están cansadas de delinquir. No obstante, durante su tiempo en prisión no existe una transición adecuada a la vida en sociedad y muchos no cuentan con un apoyo familiar que los sostenga mientras consiguen un trabajo.
“Me imagino que el gobierno da un presupuesto para que las cárceles tengan un programa de adaptación social que no existe. ¿Cómo a una persona que tiene 10 años de estar presa le dicen que mañana va para la calle? No les importa cómo sobreviva”, cuestionó Ávalos.
“Hay gente que dice: ‘Si quiere trabajar que venda verdura en la calle’. ¿Se puede mantener a una familia vendiendo limones en la calle? y ¿dónde? Si me voy a San José a vender, la Municipalidad me los quita. Aún así la sociedad le exige a usted que se reintegre”, continuó.
Más allá de las situaciones difíciles que se atraviesan, en su estadía en prisión también encontró el apoyo que nunca recibió de la sociedad. Aclara que no hace apología del crimen ni justifica actos violentos, pero que es injusto perder la perspectiva de que quienes se encuentran tras las rejas son seres humanos.
“Yo nunca he visto tanto potencial como en una cárcel. He visto artesanos, escultores, tatuadores, pintores; de todo. Y sí, se equivocaron, pero su potencial es enorme. También, ahí usted descubre a personas que creen mucho en usted. Son capaces de motivarlo mucho a uno, al punto de creer que uno es capaz de hacer las cosas. Así empecé a tatuar y a hacer música”, narró Spartano.
Además, explica que recibir una condena es un golpe que puede ser fulminante para la mayoría, aunque al principio se afronte con negación. Compara este hecho con el de ser diagnosticado con una enfermedad terminal.
“Cuando yo estaba en la cárcel tenía pesadillas y soñaba que estaba en libertad. Es muy feo soñar con eso, abrir los ojos y ver que uno continúa encerrado. Extrañamente, ahora estoy libre y sueño que estoy en la cárcel”, dijo con pesar.
Sin embargo, como mencionó anteriormente, el instinto de supervivencia termina primando en la mayoría de casos y afirma que tener un oficio dentro de la prisión (como tatuar) ayuda a mitigar el daño en la salud mental.
Hoy, la realidad de Spartano es muy distinta a los tormentos años que pasó en la cárcel. Enfocado en su arte, ha logrado desprenderse del rencor que nace al enfrentarse a un sistema que, según su criterio, no busca reintegrar a las personas en condición de cárcel.
Camina con la certeza de que venció a sus fantasmas, la adversidad y los prejuicios. Espera que su testimonio sea positivo para los “chamacos” como él, que crecieron en barrios donde pareciera que no hay más salida que el crimen. “La cárcel no es un juego”, les advierte con cierta fraternidad.
“Si le soy honesto, es la misma gente la que me ha hecho superar el rencor. El criminal en mí ya no existe, la gente me ve como un artista y recibo un montón de mensajes de chamacos diciendo que quieren ser como yo. Todo eso es lo que a mí me llena”, finalizó.