El milagro de la vulnerabilidad
“Estoy convencido que para vivir/ es un estorbo el corazón/ hay que mentir y hacer sufrir/ porque fingir es lo mejor”, evoca un bolero “antirromántico” de Los Panchos. Para no llorar, hay que arrancarse el corazón, invertir los papeles y volverse el verdugo que somete a sus víctimas a la calculadora indiferencia.A veces se afirma en la negación eso de lo que se huye, y aunque “fingir es lo mejor”, en algún momento esa vulnerabilidad, el tuétano de toda vida humana, saldrá al descubierto. Ser antirromántico es una forma implícita de romanticismo, comprender desde el miedo que “ser vulnerable significa afectar y ser afectado, situarse en el punto crítico donde brillan las luces que nos esperanzan y amenazan los infiernos que nos abochornan”, como escribe Miquel Seguró en su libro Vulnerabilidad.La secuela de Joker (Todd Phillips, 2019) se volvió incómoda para algunos de los fanáticos de la historieta clásica porque hace del protagonista, Arthur Fleck, un villano enamorado e incluso demasiado cursi y bueno como para considerarlo un asesino serial. En esta segunda entrega del filme, Fleck es víctima de su pasado. La trama dibuja la génesis de su disfuncionalidad anímica, de su hondo sufrimiento que está enraizado en los abusos de la infancia y de una sociedad que prefiere callar ante las injusticias.Fleck renuncia a su papel de “Joker”. Pasa de ser un matón serial que lidera a cientos de payasos anarquistas —para vengarse del status quo que los asfixia— a un hombre con conciencia, no solo de su propia enfermedad, sino de la realidad de los demás, de sus heridas y del daño que provocó.El Fleck de Todd Phillips se humanizó y ahora es —a ojos del fan purista— un hombre disminuido por la culpa, la autocompasión y el deseo de amar y construir una vida común al lado de una mujer. Ese Joker reformado es un ser arrepentido de su mórbido pasado, que decide enderezar su camino cuando Eros llama a su puerta. En ese instante revienta —antes que la cárcel física— su cárcel narcisista para mostrarse vulnerable, abrirse a la oportunidad de dejarse afectar por eso que no controla, por la dulce intensidad que lo supera y que puede llevarlo a la gloria pero también ahogarlo en el abismo. Ha nacido así un ser autoconsciente que emplaza al asesino, un Fleck más real, uno más cercano a cualquiera de nosotros.Joker 2: Folie à Deux(Todd Phillips, 2024)es la metáfora del individuo que, por más doliente que sea su existencia, tiene el poder de renunciar a la maldad absoluta del estigma social, de echar por la borda una vida construida por los demás, menos por él mismo. El protagonista se vuelve realmente protagonista cuando se piensa independiente de cualquier diagnóstico psiquiátrico y etiqueta social, para darse el permiso de amar, sentir y dejarse sentir. Este es el momento del milagro humano, cuando hasta el criminal más sanguinario o el espíritu más duro acepta su condición de vulnerabilidad. Cuando ello sucede, más allá de cualquier cadena perpetua, le es devuelta la libertad.Ese “talón de Aquiles” existe sin patria fija, se localiza en el profundo y a veces muy desconocido tuétano de los afectos: es el rincón de la vulnerabilidad. Los sentimientos, las pasiones, la fraternidad, la compasión, pero también aquellos que más nos hacen sufrir, nos doblegan a creer en el otro, a tener esperanzas en una vida común y a veces hasta a trazar proyectos quiméricos para lograrlo —aunque el naufragio esté anunciado desde el primer puerto—. Somos seres vulnerables, en eso radica nuestra humanidad, en estar abiertos a ser tocados por lo bueno pero también por lo monstruoso, por lo bello, pero igualmente por la más cruel soledad. A pesar de todo, ser libres de sentir es algo digno de afirmar.AQ