Misa entre ayuda humanitaria en la zona cero: «Hay vida después de la DANA»
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Cae una fina lluvia mientras anochece en la plaza del País Valenciano de Alfafar. Frente al ayuntamiento, cerrado a cal y canto, la única luz que ilumina la escena, la que sale del portón abierto de la parroquia de Ntra. Sra. del Don , arranca un ligero brillo sobre la húmeda capa de fango que recubre la calle. Desde el exterior se vislumbra iluminada al fondo la imagen de la patrona y, en un primer plano un improvisado centro de ayuda que acumula alimentos y utensilios en las capillas laterales hasta la mitad del templo . La otra parte, la más cercana al altar, todavía a oscuras, tiene los bancos dispuestos para la celebración de la misa, que comenzará a las seis de la tarde. La imagen completa es una síntesis de una iglesia que provee tanto el alimento material como el espiritual . «Es una hora inusual, las seis de la tarde, pero es cuando pueden venir los vecinos, después de estar todo el día limpiando sus casas y las calles», nos explica el párroco, Javier Francés un rato antes de la misa, mientras coordina el reparto de comida en la entrada de la iglesia . «El primer día después de la inundación no había luz y celebramos solo el vicario y yo, pero luego ya lo difundimos entre la gente y cada vez ha ido viniendo más ayer ya éramos más de treinta», añade sobre cómo surgió la idea de retomar la celebración de la eucaristía. «Tuvimos la suerte de que la iglesia, que se encuentra en la parte alta del pueblo, no quedara muy afectada. Desde el primer momento la hemos convertido en centro de operaciones para lo que se ha necesitado en el pueblo y pensamos que no podíamos dejar de celebrar la eucaristía porque es una forma de recordar a la gente que en medio de esta tragedia y destrucción también está la resurrección , que hay vida después de la DANA», añade el párroco. Una hora antes de la misa el cielo se va ennegreciendo poco a poco y en algún momento se escucha un trueno lejano. Caen unas gotas, apenas una llovizna, pero es la primera lluvia desde que el martes un ligero chubasco fuera el inocente presagio de la manta de agua que arrasó la población. Cunde el nerviosismo. Quienes pasan por la calle traen rumores, casi siempre bulos, que recorren las zonas afectadas en ausencia de información oficial. «Me han dicho que la UME dice que nos metamos todos en casa, que viene crecida», grita un hombre que pasa corriendo —todo lo que el barro le permite— por delante de la puerta. «¡Corred, corred! Hay que suspender toda la ayuda, que han dicho que viene el agua», afirma otro poco después. «Pero, ¿de dónde viene? ¿Es porque va a llover o se va a desbordar de nuevo el barranco», le pregunta el párroco, aunque la prisa del improvisado mensajero le deja sin respuesta. No son más que rumores , pero no dejan de levantar la sospecha. La confusión de la alerta del martes, que en vez de hablar de crecida señalaba el peligro por fuertes lluvias en una zona en la que apenas chispeaba, todavía está muy presente. El párroco duda entre cerrar el templo y mandar a voluntarios y a quienes esperan la ayuda a su casa o seguir con la parroquia abierta para atender a los que llegan. Además, están pendientes de la llegada de un cargamento de bocadillos recién hechos que les envían desde la parroquia de Genovés. Javier opta por una solución lógica, llamar a la policía para comprobar la veracidad de los rumores. La respuesta apacigua los temores . «Se esperan lluvias, pero las típicas del otoño en Valencia, esta vez no hay ningún peligro de inundación» escuchamos por el altavoz del teléfono, que el párroco ha activado para compartir la tranquilidad con todos los que allí nos encontramos. Esta vez siguen adelante los planes previstos, en un mundo en el que, desde el martes, la improvisación es la única garantía de éxito. Unos minutos antes de las seis, Javier se va para la sacristía para revestirse mientras llegan algunos feligreses. Juan nos cuenta que vive al lado y que, desde que se enteró que se retomaba la misa ha venido todos los días . «Soy creyente y esto es también una forma de reconfortar el alma en estos momentos, está siendo muy duro y en casa todo el tiempo sólo me entran ganas de llorar por todo», nos explica. A la celebración también se suma Ester, una joven profesora de un colegio concertado cercano, que ha estado toda la tarde ayudando en la distribución de la ayuda. «Esto está siendo muy fuerte, me siento comprometida con ayudar en todo lo que pueda». Suena la campana y la atención de la veintena de fieles que han llegado a la iglesia se focaliza en el altar, hasta donde llegan en una breve procesión el párroco y el vicario. Durante poco más de media hora, la iglesia, ajena al caos y la destrucción que le rodea, se adentrará en un momento de oasis y de oración similar al que cada día vivía hasta el martes. Un alivio, que se convierte en alimento para seguir adelante.