Un fundador troyano para Madrid
Es sabido que durante la Edad Media y el Renacimiento todas las cortes europeas se empeñaron en hallar un vínculo mítico con la materia de Troya, que estableciera –al modo que pergeñó Virgilio en la época de Augusto para dar carta de naturaleza al mito de Eneas en Roma– una épica de fundación. Así había de unirse la leyenda homérica, verdadera alba de la cultura occidental, con las tradiciones vernáculas de cada lugar, fueran estas itálicas, celtas, germanas, eslavas, o ibéricas, entre un largo etcéteras. De tal modo se vinculó el ciclo homérico a los reyes nórdicos a través de la «Edda» de Sturluson, al mundo artúrico a través de la obra de Geoffrey de Monmouth o, más allá, merced a diversos panegiristas, a los Reyes de Francia o los señores y caudillos de los estados alemanes o italianos de los albores de la edad moderna. La monarquía hispánica, claro está, no podía ser diferente y cundieron todo tipo de leyendas sobre fundaciones míticas de los reinos hispánicos y sus nobles ciudades, que hacían provenir a sus fundadores o primeros habitantes de griegos o troyanos, siguiendo la huella de Virgilio.
En el caso de la nueva capital de la monarquía hispánica, en época de Felipe III, cuando la balanza se decantaba ya a favor de Madrid frente a Valladolid, se extendió también un mito fundacional para la nueva corte. El Madrid medieval era una fortaleza de origen árabe pero de la que se conocían restos de poblaciones anteriores, romanas y, por supuesto, prerromanas. En la Edad Moderna se popularizará su nombre alternativo de Mantua Carpetanorum, por uno de los pueblos prerromanos que habitaban en la zona. No es aquí lugar para disertar sobre los orígenes, históricos o arqueológicos, de Madrid pero nos interesa sobre todo la perspectiva mitológica. Ahí florece la leyenda de Ocno Bianor, fundador de Madrid, que está vinculada a los poemas homéricos y pasa por la Península Itálica, representando muy bien el tránsito, de una Hesperia a la otra, del mito fundacional de la guerra de Troya, que acabará por justificar la preponderancia, el prestigio y también la prosapia de la monarquía hispánica y su nueva capital, Madrid.
Todo comienza, como no podía ser de otra manera, en la guerra de Troya, cuando el guerrero troyano Bianor se enfrenta al griego Agamenón,en el canto XI de la «Ilíada». Se le llama «pastor de hombres», como al caudillo griego, lo que da idea de su alto rango. Hay en la mitología otro Bianor, un centauro que participa en la boda de Piritoo e Hipodamia, y que es muerto por Teseo, pero parece que otro segundo Bianor, hijo del Bianor homérico, tendrá una vida posterior a orillas del Adriático. Él tendrá un hijo, un tercer Bianor que aparece como hijo de la profetisa Manto («mantis» significa «profeta» en griego). A veces este último Bianor es también llamado Ocno y es hijo del dios río Tiberis (asimilado al legendario rey Tiberino, de Alba Longa, asociado al Tíber). En todo caso, Bianor aparece como fundador de una ciudad a la que bautiza en honor a su madre Manto como Mantua (buen lugar para que naciera el poeta-profeta, por cierto, Virgilio).
Es curioso este sobrenombre de Ocno, también griego: mientras que Bianor se relaciona con la fuerza violenta («bía»), «oknos» se asocia a un verbo que significa «dudar» o «demorarse». Seguramente aquí hay una fusión de figuras míticas. Otro Ocno suele ser una figura alegórica que personifica la duda, el retraso o la frustración: aparece de hecho como una de las famosa figuras condenadas en el Hades (como Sísifo o Tántalo) a un tormento eterno y absurdo. La tortura de Ocno, al que ya pintara Polignoto en el siglo V a.C., consistía en tejer un ronzal para su asno con paja en una labor vana, porque el asno se iba comiendo la cuerda según Ocno la tejía, como alegoría de la eterna demora.
Como quiera que sea, este Bianor u Ocno, hijo de profetisa y rey o dios río, acabó llegando a la antigua Iberia, según la leyenda, para fundar Madrid. Animado por un sueño profético, el héroe fundador marchará a Occidente, a la siguiente Hesperia («tierra de poniente») para fundar una nueva villa, a la que también llamaría Mantua. En su sueño debía lograr que un valeroso pueblo de nómadas, los carpetanos, hallara asentamiento definitivo, y consagrar allí un templo a una gran divinidad. Esa ciudad, por supuesto, sería Mantua de Carpetania, es decir, Madrid. A la hora de decidir a qué deidad dedicarla, merced a otro sueño profético (por alguna razón el que confecciona la leyenda cree que la palabra «oknos» en griego tiene algo que ver con los sueños), le tocó a Mantua de Carpetania ser consagrada a la diosa de la tierra, la Gran Madre de los dioses, es decir, la popular Cibeles. Y como quiera que a esta se la llamaba en la zona «Metragirta» de ahí, por derivación, provendría el nombre de Madrid.
La leyenda la recoge Francesc Tarafa, autor de una historia mítica de los reyes de España en latín (1553) y luego la retoma Jerónimo de Quintana en la época en la que convenía dotar de abolengo a Madrid en una obra encomiástica a la villa datada en 1621. Como se ve, la historia y la geografía mítica de las Españas es pródiga en este tipo de figuras precursoras y fundadoras que entroncan con las antigüedades más remotas, ora grecolatinas ora bíblicas.