Thriller night en el downtown: los zombies del fentanilo languidecen a los pies de los rascacielos de Los Ángeles
Son las 9 de la noche. El equipo de Los Angeles Dodgers acaba de ganar su octavo título de la liga de béisbol y sus aficionados lo celebran por las calles del downtown a golpe de cláxones, gritos y fuegos artificiales con el mismo énfasis con el que lo harían los seguidores de cualquier equipo de fútbol de Europa.
Pero una parte de los transeúntes permanece ajena a la euforia sin nada que celebrar. Son los zombies del fentanilo. Y son legión.
En Olive St, por ejemplo, muy cerca de la intersección con la Séptima, un joven afroamericano cruza la calle haciendo aspavientos descoordinados con sus brazos sin un rumbo fijo. Cerca de allí, en el cruce de la Sexta con Broadway, una joven blanca con una mochila de cuadros a la espalda se para delante de unas bicicletas de alquiler. Masculla algo y se marcha sin obtener una respuesta.
Las bicicletas no hablan, aunque ella probablemente no lo sepa.
A media manzana de distancia, tres indigentes languidecen a esa hora apoyados en la pared del Palace Theatre, convertido ahora en la sede de una asociación juvenil, bajo un sarcástico cartel que no puede estar mejor elegido: “This is thriller”. Y no le falta razón: las calles de Los Ángeles, como las de muchas otras ciudades de Estados Unidos, parecen un sobrecogedor escenario de la “Thriller Night” de Michael Jackson.
El caso del downtown de Los Ángeles es especialmente llamativo, porque todo ocurre a los pies de un bosque de rascacielos en el que están presentes algunas de las grandes empresas del país (Bank of America, CBRE, Deloitte, KPMG, AT&T, US Bank, Wells Fargo o Ernst & Young). Camino al trabajo, sus inquilinos, como el resto de viandantes de este barrio de negocios, caminan ajenos a los homeless de la droga. Y lo más llamativo es que el sentimiento es mutuo. Los zombies del fentanilo, desposeídos de cualquier agresividad, no acosan a los peatones. Son invisibles a los ojos de todos.
La mayoría de ellos son afroamericanos, aunque hay también latinos y algún que otro blanco. Los hay jóvenes y no tan jóvenes, hombres y mujeres. Los más afortunados empujan un carrito con sus pertenencias, pero otros apenas llevan consigo una mugrienta manta.
Muchos de ellos caminan descalzos, y a cualquier hora del día se puede ver a alguno de ellos tumbado por completo en medio de la acera. Los transeúntes le rodean sin aparentar sorpresa.
Algunas asociaciones benéficas o religiosas les prestan asistencia, pero es poco lo que pueden hacer. Allí mismo, en la esquina de la 7ª con Broadway, un enorme cartel invita a detenerse a los más desfavorecidos: “Pare de sufrir. Jesucristo es el Señor”. Dentro, los voluntarios de la Iglesia Universal del Reino de Dios organizan repartos de comida a los indigentes.
“Repartimos comida a la gente que vive en la calle, en ocasiones hasta para 300 personas, y también les damos asistencia espiritual a quienes lo piden. Pero no les forzamos. Lo importante es que tengan algo para comer”, explica a LA RAZÓN Eunis Salinas, responsable del llamado grupo de asistencia “Los Ángeles de la Noche”.
Cada sábado, estos voluntarios organizan una actividad llamada “Casos imposibles” con “oraciones para personas con causas imposibles para resolver”. No va dirigida a los zombies del fentanilo, pero como si lo fuera. No hay más que asomarse y echar un vistazo. A las puertas de la iglesia hay a esa hora de la noche, en cada esquina, al menos una víctima del fentanilo y el resto de drogas. En apenas dos manzanas, este redactor contará otros 20.
La galería de zombies es interminable. El thriller no tiene fin.