La parroquia de La Torre, el banco de la fe y la solidaridad
A las ocho y media de la mañana se abren las puertas de la parroquia Nuestra Señora de Gracia de La Torre. Hasta bien pasadas las nueve de la noche no vuelven a cerrar. No hay hora valle. La nave central del templo es un trasiego de vecinos y voluntarios que se entremezclan para repartir y recoger lo mismo agua, pañales o utensilios de limpieza para la casa. Esta iglesia valenciana se ha convertido en el gran almacén de distribución de la solidaridad dentro del epicentro de la DANA. Mano a mano con el Ayuntamiento y Protección Civil, su párroco, Salvador Pastor, supervisa a un equipo de más de doscientos voluntarios.
Lo cierto es que el pasado martes, horas después de que la riada irrumpiera en el barrio, la parroquia tenía un palmo y medio de agua y barrio. La rápida reacción de los feligreses y del sacerdote permitió vaciar con celeridad el espacio. Fue precisamente esa operatividad la que permitió que se convirtiera en el lugar idóneo para canalizar todo el material a distribuir entre los damnificados por el temporal. «Nos movilizamos muy rápido y aunque el edificio ha sufrido muchos daños, al menos lo limpiamos a tiempo para ponerlo al servicio del barrio», señala Alfonso Chico, un ingeniero que, de la noche a la mañana, se puso al frente de este particular equipo de emergencia, aunque él intente restar importancia a su labor, evitando la palabra «coordinador». «Soy un laico más de los muchos que están colaborando.
Solo soy el que tenía los teléfonos a mano de la gente de la parroquia y sirvo de enlace», dice con humildad. «El Papa Francisco quiere iglesias que sean hospital de campaña y que hagamos líos, y los cristianos valencianos nos lo hemos tomado al pie de la letra en medio de la dificultad», deja caer.
«Seguimos en una emergencia absoluta», subraya por su parte el párroco, que se ve incapaz de poner cifra a la cantidad de gente que está pasando por allí solicitando bienes de primera necesidad. «Yo diría que son miles, porque están viniendo de todas las poblaciones cercanas caminando porque saben que aquí pueden recoger todo sin problemas y con cariño, con la amabilidad y empatía buscamos ofrecer en estos momentos tan complicados», apunta Salvador. Y apostilla de forma espontánea: «Bendito sea Dios si en medio de esta catástrofe somos capaces de aliviar en algo tanto dolor». «Más que un reparto sin más de bolsas, buscamos ser casa de acogida con los brazos abiertos, que no encuentren solo aquí ayuda material, sino algo de esperanza en medio de tanta tristeza», añade Alfonso sin mostrar un ápice de cansancio.
Máxime cuando la sensación de abandono institucional permanece en los vecinos. «Perplejidad es la primera palabra que surge a todos sin excepción, incrédulos por ese desamparo percibido», comenta el sacerdote, sabedor de que ahora la población está entrando en una fase de «aterrizaje a la realidad». «Va a costar mucho remontar», sostiene ,tras comprobar que no se ha salvado un solo local comercial. Y en esta segunda fase es en la que la parroquia tampoco fallará. «Ya he podido hacerme presente con algunas familias que han perdido a algún familiar fallecido y abrazarles ante esa sensación de que les han arrancado lo más valioso», remarca el cura.