Perdió el 40% de su cráneo en un accidente de moto, hoy volvió a hablar y a caminar
La vida cambia en un segundo, y si no que lo diga Joseph, quien a sus 24 años tuvo que volver a aprender a caminar, comer solo e incluso hablar. Esta es la historia de un chiquillo travieso y juguetón, que disfrutaba de correr y jugar escondido con sus amigos del barrio. Un muchacho que, en su adolescencia, aprendió el oficio de barbero, y que, ya adulto y padre de dos niños, tuvo que empezar de cero, como si fuera un bebé recién nacido.
Con toda la vida por delante, una serie de sucesos, de esos provocados por las prisas y carreras de la vida, llevó a Joseph Aguilar a perder poco más de la tercera parte de su cráneo (cerca de un 40%) tras sufrir un accidente en motocicleta. Sin embargo, siete años después de aquel golpe del destino, Joseph, ahora de 30 años, afirma que todo lo que ha vivido fue para bien: un renacer para él y un reencuentro con Dios, su familia y sus amigos.
El 7 de octubre del 2017, Joseph estaba trabajando como de costumbre en su propia barbería, ubicada en barrio Cuba, cerca de la calle principal de ese sector josefino. Su hermana estaba cuidando a su hijo, y lo llamó para decirle que ya debía recoger al pequeño.
En ese momento comenzaron los sucesos que, a la postre, cambiarían para siempre su vida y la de sus seres cercanos. Estaba cortándole el cabello a un cliente, llamó a un taxista pirata para que lo llevara por el niño, pero el chofer no estaba disponible. “El cliente me prestó las llaves de su moto y me dijo que fuera en ella”, recordó Joseph.
Justo unos días antes, Joseph, un apasionado de las motocicletas, había vendido la suya, por lo que “tenía mucha fiebre” por manejar. Aceptó la oferta, aunque ni él ni el dueño de la moto tenían un casco disponible. La casa de su hermana estaba cerca, así que Joseph no vio problema en viajar de esa manera.
“Cuando estaba montado en la moto, me llamó el taxista y me dijo que en tres minutos pasaba por mí. Decidí esperarlo, pero quise darle una vuelta a la manzana en la moto mientras llegaba”, recordó.
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Esa “vuelta a la manzana” en cuestión de minutos lo puso cara a cara con la muerte. Ese día, las calles estaban llenas de carros porque la Selección Nacional de Fútbol había ganado un partido contra Honduras; había algarabía en el ambiente. A pocos metros de la barbería, a la salida de la calle principal, Joseph sufrió el accidente: un carro lo golpeó de frente. El impacto fue brutal, su cuerpo salió disparado contra un poste de luz, causándole una fractura en el cráneo y varias partes del cuerpo.
Mientras su vida pendía de un hilo, Joseph yacía inconsciente en el suelo, con sangre brotando de su cabeza. Varias personas se acercaron, pero en lugar de ayudar, muchos solo observaban o tomaban fotos. Un hombre, un desconocido que nunca olvidará, lo giró, permitiéndole respirar nuevamente y salvándole la vida en ese momento crítico.
“Gracias a Dios, todavía estoy aquí”, afirmó el joven, quien todavía recuerda cómo fue trasladado de emergencia al hospital San Juan de Dios. La ambulancia nunca llegó, pero amigos y conocidos se apresuraron a llevarlo en un carro particular, desafiando el riesgo y la gravedad de la situación.
Los médicos no tenían muchas esperanzas. El diagnóstico era devastador: no volvería a caminar ni a hablar, y lo más probable era que quedara en estado vegetativo. El destino tenía otros planes para él.
Un mes en coma y dos años de terapia
Los primeros días después del accidente fueron inciertos. Joseph pasó un mes en coma y, al despertar, no podía hablar ni moverse. Sin embargo, su voluntad de sobrevivir y recuperar su vida no conocía límites.
El diagnóstico fue un traumatismo craneoencefálico severo, además de otros golpes en el cuerpo, incluida la fractura de la rodilla derecha.
“Lo más impactante fue cuando me vi en el espejo y noté que me faltaba la mitad del cráneo”, narró el muchacho, quien agregó que la lesión afectó su capacidad de movimiento, más no la del pensamiento. Por eso, cuando despertó del estado de coma, estaba consciente de que no podía moverse y del diagnóstico médico nada alentador.
“Sabía que sabía caminar. Mi mente lo recordaba, pero mi cuerpo no reaccionaba. Al intentar bajarme de la cama, simplemente me caía”, contó. A pesar de esta desconexión entre su mente y su cuerpo, no perdió la esperanza.
La recuperación fue lenta, pero constante. Fueron necesarios dos años de ardua rehabilitación para que pudiera volver a caminar. “Al principio iba casi todos los días a las terapias. Luego, poco a poco, me fueron reduciendo las sesiones a tres días, luego a dos... hasta que, gracias a Dios, ya no necesito ir”, relató con satisfacción.
La movilidad volvió a su vida, pero no fue un proceso sencillo. Requirió disciplina, paciencia y, sobre todo, una inmensa fortaleza mental. Cada pequeño avance fue una victoria, y cada caída, una lección más en su camino hacia la recuperación.
Después de pasar por una craneoplastia, un procedimiento en el cual se le colocó una prótesis para reemplazar la parte perdida de su cráneo, su vida comenzó a mejorar. Pero el impacto neurológico no fue fácil de sobrellevar. “Pensaba que podía moverme rápido, pero mi cuerpo no reaccionaba”, recordó.
Tuvo que empezar de nuevo, como si fuera un niño, pero su familia estuvo con él, no solo al pie de la cama, sino en todo momento para ayudarlo en su recuperación. “Yo tocaba un timbre para llamar a mi mamá o a mi hermana cuando necesitaba algo”, contó.
La recuperación fue dura, sobre todo para su familia, quienes se encargaron de cuidarlo en cada detalle, desde llevarlo al baño hasta ayudarle a comer. “Tener que empezar desde cero no es fácil, y menos para alguien que había sido independiente”, admitió.
La batalla más difícil no fue solo física. En su recuperación, enfrentó episodios de agresividad debido al trauma craneoencefálico severo que sufrió. “Hubo una etapa donde no aceptaba mi situación, no aceptaba que estaba atado a una cama y que no podía caminar”, confesó.
Se hicieron presentes los pensamientos negativos, nocivos; una voz interior le susurraba que no era más que una carga para su familia. “El enemigo te ataca a través de la mente”, dijo con seriedad, recordando que gracias a su fe en Dios pudo superar las pruebas.
“Mis amigos nunca me menospreciaron, nunca me dijeron que ya no podría hacer algo. Al contrario, siempre me motivaron”, recordó también sobre el soporte que fueron aquellos con los que creció.
La nueva vida de Joseph Aguilar
Joseph es muy querido, y por esa razón muchas personas brindaron todo su esfuerzo para que él volviera a caminar y tener una vida lo más normal posible.
Gracias a un familiar, tuvo la oportunidad de recibir terapia en una clínica privada. “Primero, comencé con terapia física. No podía mantener el equilibrio, mi postura era como la de un jorobado”, explicó entre risas. Poco a poco, su cuerpo empezó a responder. “Me decían que hiciera ciertos ejercicios para activar los músculos, y aunque al principio era difícil, poco a poco fui ganando más movilidad”, dijo.
En el proceso hubo miedos y dudas, pero nunca se echó para atrás, ni él ni su familia y amigos. La fe en Dios siempre fue su guía. “Mi mamá no dejaba que yo pasara del portón si no iba acompañado de alguien”, explicó, entendiendo la preocupación de su madre después de todo lo que habían vivido.
Eventualmente, un amigo de la iglesia, que también había sufrido un accidente y se había recuperado, lo ayudó a retomar su vida social. “Cuando Dios hace un milagro por uno, uno no puede ser egoísta y guardárselo”, comentó, recordando cómo ese amigo le abrió las puertas nuevamente a la vida comunitaria.
Un paso a la vez, Joseph fue venciendo retos. Después de poder ir a la iglesia, dejar la silla de ruedas y pasó a la andadera, luego a un bastón que lo ayudaba a sostenerse. Ahora, se desenvuelve solo.
Se matriculó en el colegio nocturno Cindea de Alajuelita para culminar su bachillerato, del cual se graduó en el 2023. Está estudiando análisis de crédito y cobro en el Instituto Nacional de Aprendizaje.
Con mucho esfuerzo para recuperar sus habilidades motoras, ya puede cortar cabello nuevamente. De hecho, tiene una pequeña barbería en el corredor de su casa, donde atiende a amigos y vecinos.
Incluso, con las ganas que tiene Joseph de ser el de antes, pero no el mismo, también asiste regularmente a un gimnasio para seguir fortaleciendo su cuerpo. Por último, con esa espinita de emprendedor que manifestó desde antes del accidente, este alajueliteño montó una venta de pinchos de carne los fines de semana en las afueras de una cancha de fútbol cinco de su comunidad
A través de sus esfuerzos y con el respaldo incondicional de su familia y amigos, pero sobre todo creyendo que Dios tenía todavía muchos planes para él, Joseph se convenció de que los límites son solo una percepción. Hoy, más que nunca, su vida es un testimonio de superación y resiliencia.