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La Antártida se vuelve verde, ¿qué implicaciones tiene? Los científicos españoles responden

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Abc.es 
«El otoño llega a la Antártida y con él, nosotros regresamos a casa», anota Asunción de los Ríos, investigadora del Grupo de Ecología Microbiana y Geomicrobiología del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC). Así cierra su cuaderno de bitácora y así pone broche a sus cuatro semanas en la península de Hurd. Hasta allí no llegan vuelos regulares, ni tampoco ferrys. De hecho, lo hacen pocos buques y uno de ellos es el Hespérides de las Fuerzas Armadas Españolas. Las coordenadas de los mapas marcan 62°40′33″S 60°21′59″O. Con la llegada del equinoccio de otoño, los días se hacen más cortos en esta zona del planeta. «Es hora de volver a casa y dejar la isla de Livingston y la Base Antártica Española Juan Carlos I, donde tan bien hemos estado y tan científicamente productivo ha sido el último mes», cierra el diario de viaje de De los Ríos. Estas palabras quedaron escritas en marzo de 2024. Horas después, apagaba el ordenador, cerraba la mochila y ponía rumbo a España. Atrás quedaba la línea de costa donde el blanco del hielo y la nieve dan color a una postal única. «Aquí ves la grandeza de la naturaleza y lo pequeños que somos los humanos», explica Elisa Berdalet, bióloga marina del Instituto de Ciencias del Mar e investigadora del CSIC . «También puedes ver, a pesar de nuestra pequeñez, todo el daño que le hacemos a este gigante», añade. Una herida que también queda reflejada en el cuaderno de bitácora de Asunción de los Ríos. ¿Se está volviendo verde la Isla Livingston?, plasma diario digital. «Al menos en algunas zonas diríamos que sí. Parece que estamos en el norte de España, en lugar de en la Antártida», añade. «Mi primera expedición a las islas Shetlands del Sur fue en 2014», cuenta a este periódico por teléfono. «Sí que se ven cambios desde entonces y el más llamativo es el retroceso de los glaciares. Durante años, los suelos que vemos ahora frente a los glaciares han estado cubiertos de hielo y con su reciente deshielo se ha iniciado una colonización pionera liderada por microorganismos, a la que le sigue el establecimiento de musgos y plantas», explica. Según los datos satelitales obtenidos entre 1986 y 2021 confirman que la vegetación se abre paso poco a poco entre las rocas del continente helado. En esas tres décadas de observación, el verde ha pasado de un kilómetro cuadrado a casi 12. «Hay musgos, líquenes y también he visto alguna gramínea», recuerda Bardelet. «Estos efectos son especialmente visibles en la Antártida marítima», aclara Asunción de los Ríos.. «En la plataforma continental sí que aumenta, pero la pérdida en la península ya tiene afecciones para la vida en el planeta», añade Maria Vila-Costa, investigadora del IDAEA-CSIC . Algunas de ellas se conocen, otras están por descubrir. «Nuestra investigación se centra en los contaminantes y es preocupante porque los hemos encontrado en la nieve y el hielo antártico y allí no hay ninguna fábrica», advierte Vila-Costa. Por sus hallazgos y los de otros compañeros del sector se conoce que la Antártida absorbe y captura estas sustancias. «Hemos encontrado partículas de hidrocarburos, también las sustancias aromáticas que estos llevan, retardantes de llama, gore-tex…», enumera. «Todos ellos están 'atrapados' en la Antártida, pero si se deshiela ¿qué ocurrirá?», se pregunta. «Sabemos que el musgo también es otra fuente que permite atraparlos y es lo que seguimos investigando». La aceleración en el avance de la vegetación en la Antártida representa un desafío para la comunidad científica, que busca comprender mejor los procesos que están transformando este paisaje. Asunción de los Ríos vigila desde hace años el lento, pero continuo avance del 'verde antártico' y ahora junto con Rebeca Arias del Real analiza los efectos de corrientes efimeras originadas por el deshielo glaciar en este avance. Con sus ojos han visto cómo los glaciares se retraen y los suelos y las rocas volcánicas de sus morrenas quedan descubiertas para ser colonizadas. «Hay una gran diversidad de microorganismos en la Antártida que todavía no conocemos», detalla. Con técnicas de biología molecular y microscopía electrónica analiza cada una de las muestras tomadas en, quizá, la zona más inhóspita del planeta. «Las temperaturas son muy bajas y hay vientos muy fuertes, pero merece la pena», asegura. «Llegas a un lugar donde piensas que no hay nada, golpeas con el martillo, recoges muestras, vuelves a España, lo pones en el microscopio y encuentras que están colonizadas por microorganismos», relata De los Ríos. Pero lo más preocupante de sus hallazgos es que muchas de estas especies tan bien adaptadas a sobrevivir en latitudes frías, podrían desaparecer con los previstos cambios de temperatura, como ha ocurrido previamente. Así lo han comprobado María Ángeles Bárcena y Andrés Rigual . Ambos son investigadores de la Universidad de Salamanca y su trabajo se centra en indagar en los secretos que guardan los sedimentos. Sus microscopios y su formación les permite 'leer' los registros de hace millones de años que quedaron grabados en fósiles, rocas y hielo. Parece ser que hace 140 millones de años, nuestro planeta vivió una de las épocas más cálidas en la historia. Esto sucedió hacia mediados del período Cretácico, hace unos 90 millones de años. Bárcena y Rigual han sido capaces de 'viajar' en el tiempo hasta hace unos 20.000 años, en su caso, en el Ártico. «Los sedimentos nos dicen que en las islas Svalbard había más cobertura de hielo», revela Rigual. «Yo he estado este verano y no he visto hielo», apostilla Bárcena. Ambos polos se están fundiendo gota a gota, poco a poco. Este año, la extensión del hielo marino antártico alcanzó su máxima extensión anual de 17,2 millones de kilómetros cuadrados (km2) el 19 de septiembre. Se trata del segundo valor más bajo en un registro satelital que se remonta a 46 años, y 1,6 millones de km2 menos que el máximo promedio de 1981-2010, señala el el Centro Nacional de Datos de Nieve y Hielo de Estados Unidos (NSIDC). Mientras tanto, en el otro polo de la Tierra, el Ártico alcanzó su extensión mínima de verano el 11 de septiembre, ubicándose como el séptimo más bajo registrado, según este organismo. Esto supone dos problemas. «Uno es la subida del nivel del mar, porque hay que recordar que la Antártida acoge el 80% del agua dulce del planeta», explica Amanda del Río. Y la otra es «la alteración de las corrientes oceánicas que regulan la temperatura del planeta», añade Bárcena. «Esto es más preocupante por el deshielo del Ártico », señala Vila-Costa. El agua más cálida tiene menos densidad y más salinidad (más contenido en sales minerales), por lo que circula por las capas más superficiales del océano. El agua más fría, en cambio, tiene más densidad y se hunde hacia capas más profundas. La AMOC (por sus siglas en inglés), una gigantesca «cinta transportadora» oceánica que redistribuye el calor por todo el planeta. «Esta es la responsable de que por ejemplo no tengamos los mismos inviernos que Nueva York a pesar de estar en la misma latitud. Un colapso de esta corriente alteraría el clima en muchos puntos del planeta. Un estudio publicado en 2015 señalaba que la modificación de la AMOC provocaría un enfriamiento generalizado de más de 10 grados en Europa, más hielo marino en el Atlántico norte y menos precipitaciones. «Hay cambios y estamos viendo cómo están ocurriendo, pero no podemos ser catastrofistas», Maria Vila-Costa, investigadora del IDAEA-CSIC. «Cada vez conocemos más de nuestro planeta y también hay más herramientas para solventar estos problemas».