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La relación entre Valle-Inclán y Elvira de Borbón

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La fecha: 1909

Restituto Fernández, incorporado al servicio de Jaime, contó a su hijo que Valle-Inclán estuvo en Italia y visitó allí a la familia Borbón Parma.

Lugar: Viareggio.

Según ese testimonio, la infanta Elvira conoció en persona al autor de las «Sonatas», cuya barbuda efigie debió recordarle sin duda a la de su propio padre.

La anécdota

¿Pudo acaso inspirarse el autor en la azarosa vida sentimental de la infanta Elvira de Borbón, la cual conocía ya sin duda antes de publicar las «Sonatas»?

En diciembre de 1999, Dianella Gambini, profesora de Cultura española en la Universidad de Perugia, capital de la región italiana de Umbría, entrevistó a Jaime Fernández Gasparini en su residencia de Segovia. El nombre de este señor nada sugerirá al lector. Pero si se añade que era hijo de Restituto Fernández López, incorporado al servicio del pretendiente carlista don Jaime de Borbón y Borbón Parma en agosto de 1909, primero como cajero, luego como pagador del castillo austriaco de Froshdorf y finalmente como ayuda de cámara, tal vez la cosa cambie. ¿Qué le contó Jaime Fernández a la profesora que tan interesante resulta reproducir ahora?

Dianella Gambini tomó la precaución de pedirle a su interlocutor que redactase de su puño y letra este testimonio: «Mi padre –escribió entonces el entrevistado– me contaba que doña Blanca, hija de Carlos VII, le relató una anécdota acontecida en la «Tenuta Reale» de Viareggio, cuando allí estuvo de visita don Ramón del Valle-Inclán. Entonces ella era muy joven y Valle-Inclán le echó un piropo que ella definía como «precioso como un fuego de artificio». No puedo recordar exactamente las palabras pero giraba en torno a la imagen de muchas flores entre las que la Flor de Lis sobresalía, símbolo de la legitimidad monárquica y de la belleza de la infanta doña Blanca de Castilla».

Si la memoria no traicionaba a Jaime Fernández, que desde su nacimiento en 1924 viajó más de una vez a Viareggio, sede de la corte carlista en Italia, con el séquito de don Jaime para pasar la primera mitad del otoño, entonces no hay duda de que la infanta Elvira conoció en persona al autor de las «Sonatas», cuya barbuda efigie debió recordarle sin duda a la de su propio padre. Jaime Fernández siguió visitando «La Tenuta» incluso después de la muerte del pretendiente, en 1931. La última vez que estuvo allí fue en las navidades de 1948, antes de que Blanca, la hermana mayor de Elvira, muriera.

La propia profesora Gambini aseguraba: «No es de extrañar que Valle-Inclán haya podido recorrer en tren la línea Viareggio-Pisa-Florencia-Perugia, la más directa y cómoda, y ya en funcionamiento desde la mitad del siglo XIX». En un excelente trabajo de investigación publicado en la revista «Anales de la literatura española contemporánea», Dianella Gambini pone en evidencia las enormes similitudes de la corte carlista de Viareggio en la que se crio la infanta Elvira, con la recreación literaria que hace Valle-Inclán del ambiente que rodea a su protagonista, el marqués de Bradomín, en la «Sonata de Primavera».

Una laguna cronológica

Gambini arroja así luz, a mi juicio, sobre una laguna cronológica en la biografía del escritor gallego, que se extiende desde 1885 hasta 1892; período sobre el que no pocos autores niegan que Valle-Inclán, al contrario de lo que él mismo sugirió, hubiese estado en Italia, donde se desarrolla precisamente una parte de las peripecias del marqués de Bradomín recogidas en la «Sonata de primavera», en 1904.

¿Es la princesa Gaetani, en el relato de Valle-Inclán, un trasunto de la princesa Margarita de Borbón Parma? Y lo que tal vez más interese aún: ¿Pudo acaso inspirarse el autor en la azarosa vida sentimental de la infanta Elvira, la cual sin duda conocía ya antes de publicar las «Sonatas», para componer magistralmente su narración de lo divino y lo satánico, el amor y la muerte? Sea como fuere, la historia de amor de Elvira empezó mal y acabó aún peor. En 1889, con dieciocho años, Elvira de Borbón suspiraba ya por el archiduque Leopoldo Fernando de Austria. Primogénito de Fernando IV, gran duque de Toscana, el archiduque Leopoldo era un apuesto militar que cautivaba a todas las jóvenes princesas de su época.

Elvira solía viajar entonces a Viena, acompañando a su madre, la princesa Margarita. En uno de los palacios de la monumental ciudad residía el atractivo archiduque, con quien Elvira paseó una y mil veces por los jardines, prometiéndose amor eterno. Leopoldo y Elvira soñaban con casarse algún día, pero vivían resignados al más absoluto mutismo: nadie de la familia, ni en la corte vienesa ni en la de Viareggio, osaba pronunciarse sobre su relación. Finalmente, el archiduque Leopoldo fue recibido en audiencia por el jefe de los Habsburgo. El emperador le escuchó hablar en silencio pero luego le dijo, muy serio: «Lo siento, pero no tengo más remedio que pedirte que renuncies a Elvira. No puedes casarte con ella». Entonces, los príncipes y las princesas se veían obligados a desposarse por una simple razón de Estado.

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La conspiradora

María Cristina estaba detrás de la cruel prohibición que impedía a Leopoldo y Elvira (en la imagen de arriba) ser felices juntos. No estaba dispuesta la reina de España a que su propia familia siguiese emparentándose con la rama carlista, enemiga de los intereses legítimos de su hijo Alfonso XIII. María Cristina era la primera en impulsar, en cambio, los enlaces matrimoniales entre los Habsburgo y los Borbones legítimos de España. Ella misma constituía el mejor ejemplo de ello, tras su boda con el rey Alfonso XII. Intentó también casar a su propio hermano, el archiduque Carlos Esteban, con su cuñada la infanta Eulalia. Pero, a diferencia de la también infanta Elvira, la hermana de Alfonso XII dio finalmente calabazas al archiduque. Despechada tras conocer por Leopoldo la negativa del emperador, la infanta Elvira espetó a su amado: «Un día el viejo emperador morirá como todo el mundo y tú lamentarás haberle obedecido». Y acertó.]]