Reinterpretando el cuerpo femenino con Matisse: así son las esculturas del artista nunca antes vistas en Madrid
Como en ese alarde de genialidad involuntaria profesado por Miguel Ángel cuando afirmó que su técnica escultórica se basaba esencialmente en retirar del bloque de mármol todo lo que no era necesario, el arte de intervenir la materia siempre fue para Matisse una cuestión de orden. "Hice esculturas porque lo que me interesaba de la pintura era poner en orden mi mente. (…) Esto significa que siempre fue una cuestión de organización. Se trataba de ordenar mis sensaciones, de encontrar un método que me conviniera plenamente. Cuando lo encontré en la escultura, lo apliqué a la pintura. (…) Lo hice por mi propia necesidad", confesó el artista al crítico suizo Pierre Courthion en referencia a esa versatilidad sobrevenida por puro desahogo expresivo que canalizó a través de una disciplina como la escultura muy poco reivindicada a lo largo de toda su carrera y que ahora la Fundación Canal rescata en exclusiva para ofrecer una obra del genio fauvista nunca antes vista en la capital matritense.
En "Matisse Metamorfosis. Esculturas y dibujos", los brazos levantados en poética suspensión de la intimidad de las musas registradas, los surcos de las espaldas replegadas sobre sí mismas en posición de aseo, recogimiento o tristeza, o las huellas de los dedos pretendidamente marcadas y preservadas sobre el material del objeto trabajado al estilo Giacometti, atraviesan una cronología visual que explora la intensidad, el dramatismo y la introspección de un Matisse desconocido que buscó, en palabras del propio Aymeric Jeudy, director del Museo Matisse de Niza y comisario de la muestra que nos ocupa, "trascender las categorías artísticas". Por ello, "exponer a Matisse como escultor es repensar a Matisse; es dirigir una nueva mirada al lugar que ocupa su obra en el arte de la primera mitad del siglo XX, de forma especial en el campo de la escultura, y demostrar hasta qué punto se enfrentó a todos los medios, que no es sólo un pintor".
Defectos embellecidos
De manera sistemática, casi podríamos decir que obsesiva, Matisse se deja seducir por los asuntos relativos al cuerpo humano, la desnudez y la naturaleza, así como por los patrones estéticos de formas simplificadas que oscilan entre lo figurativo y lo abstracto. Se presentan esenciales el estudio de la figura humana en toda su dimensión y su representación. De las 84 esculturas que este sublimador del color creó a lo largo de toda su vida, 33 reposan ahora por primera vez en la historia de la ciudad en la Sala Mateo Inurria de la Fundación Canal dentro del marco de una exposición -que podrá visitarse de manera gratuita hasta el 12 de enero de 2025- organizada con la colaboración del Museo Matisse de Niza, el museo Kunsthaus Zürich y el apoyo de Manifesto Expo y aunque hay constancia de que hizo alguna más, estas se encuentran desaparecidas o presentan ausencia de catalogación.
Hay en las siluetas de esos brazos alargados que desaparecen sin manos, en los perfiles pulimentados de esculturas despojadas casi en su totalidad de las formas anatómicas como el caso de la pieza de bronce fundido a la cera perdida "Pequeño torso grueso", así como en la paleta cromática basada en negros y grises de los dibujos, grabados y fotografías que marcan el tono de la exposición, una revelación del lado más desafiante y experimental de Matisse. Un descubrimiento casi violento y sin duda completamente diferente a la suavidad colorista tan característica de su estilo pero también una reconceptualización del cuerpo humano, sobre todo en la reducción y el agrandamiento de determinadas partes que llevan al extremo la ambigüedad del sexo mediante modificaciones significativas en la forma.
A pesar de la falsa apariencia de pequeños estudios o bocetos, complementos de sus pinturas y obra gráfica, entre las pequeñas piezas exhibidas, contenedoras todas ellas de movimientos de dolor y fogonazos reducidos de belleza, merece particularmente la pena detenerse en "Desnudo de pie (Katia) / La cintura rota/ El plátano de sombra", fechada en 1950 y conservada como la última escultura realizada por artista galo, inspirada en la modelo Carmen Leschennes y en cuya accidentada anatomía –teniendo en cuenta que durante la ejecución se rompió a la altura de la cintura y al igual que en otras piezas, Matisse decidió apostar por la conservación del defecto– apreciamos el aprovechamiento que el artista hacía de los fallos para transformarlos en una parte acentuada de la feminidad del cuerpo moldeado. También conviene reparar en "Pequeño torso acurrucado" y "Pequeño desnudo acurrucado con un brazo", dos bronces de 1908 en los que Matisse reformula la figura del desnudo encogido en una pose que dibuja un movimiento concéntrico de repliegue del cuerpo sobre sí mismo. Se centra casi exclusivamente en la disposición forzada del cuerpo en el espacio, originando una dimensión compositiva dramática. Son dos cuerpos contenidos en un óvalo que prácticamente invitan a ser cogidos con la mano.
Un total de 23 dibujos y litografías, y un préstamo excepcional en forma de lienzo, "Rama de hiedra", pintado durante la Primera Guerra Mundial, confiscado por los nazis y devuelto a su dueño, el empresario francés Alphonse Kanny, justo un año antes de su muerte, acompañados de fotografías y documentos de la época, además de dos esculturas de Aristide Maillol completan una muestra única compartimentada en cinco secciones cuyos títulos se corresponden con cinco motivos y poses diferentes que Matisse repitió de forma continuada durante toda su producción artística.
Como en ese sugerente carboncillo titulado "Desnudo tumbado visto desde atrás", donde realiza un estudio fisionómico tomando la misma pose que otra escultura anterior, pero desde la perspectiva trasera. Este punto de vista le permite poner el foco en las curvas de la espalda, las caderas y los muslos, áreas del cuerpo que registra con ligereza y fluidez pese a la carnosidad asociada, desencadenando una sinuosa sensualidad. Giramos con el artista alrededor del objeto entendiendo el modelado como una experiencia del tacto y por un momento, parece que somos capaces incluso de conocerlo mejor.