Tres advertencias para que esta vez sea realmente diferente
A principios de la semana pasada asistí a dos encuentros sobre economía. El primero, las Jornadas Monetarias y Bancarias organizadas por el Banco Central y el segundo, la presentación del Diagnóstico de Pobreza y Equidad: Las Trampas de la Pobreza en Argentina, elaborado por un equipo del Banco Mundial.
En el encuentro organizado por el Banco Central, entre otras muy buenas presentaciones, cuatro economistas de gran prestigio y que ‘estuvieron ahí' explicaron los planes de estabilización de sus respectivos países: Israel, Brasil, Perú y Uruguay. Los dos primeros, con componentes heterodoxos y los dos últimos, con un tono más ‘tradicional'. Pero el punto que quería hacer, por ahora, no tiene que ver con el contenido de las presentaciones sino con la cronología.
En efecto, los cuatro protagonistas nos vinieron a contar lo que seguramente sus estudiantes ya leen en los libros de historia económica. Nos hablaban a los argentinos de un problema que, al menos en la magnitud local, ellos habían dejado atrás hace 40, 30 o 20 años y contra el que nosotros todavía estamos lidiando.
Bronca y vergüenza a la vez.
En el otro encuentro, sobre la pobreza, se ratificaron aún más las consecuencias de nuestro fracaso macroeconómico e institucional.
Independientemente del número, de las fallas metodológicas de medición o de la canasta de bienes que se tome, la Argentina -dejando de lado Venezuela- es el único país de la región cuya tasa de pobreza ha crecido en la última década.
Bronca y vergüenza a la vez.
Hecha esta necesaria catarsis paso a repasar algunas características de las estabilizaciones exitosas y a incluir algunas advertencias propias.
El primer tema, la cuestión fiscal. En todos los casos, el ajuste fiscal, entendido como freno al financiamiento monetario del déficit fiscal, ha sido condición necesaria para la estabilización. Recordando, nuevamente, la aritmética desagradable de Thomas Sargent y Neil Wallace: el déficit fiscal, si se financia con emisión genera un exceso de oferta en el mercado monetario que por distintos mecanismos termina en el aumento de la tasa de inflación. Y si se financia con deuda, más temprano que tarde, y dependiendo de las condiciones del mercado de capitales, se satura la tenencia de deuda pública y finalmente es reprogramación, default o...emisión.
Primera advertencia, propia. El superávit fiscal que importa es el que deja la deuda constante o bajando en términos reales. Superávit fiscal, barriendo los intereses a pagar debajo de la alfombra, por capitalización, que no disminuye la deuda en términos reales, a la larga, termina mal.
El segundo tema, se vincula con la secuencia de políticas en los programas de estabilización y el papel del tipo de cambio.
Obviamente, los programas de estabilización vienen después de alta inflación o inclusive de hiperinflación. La destrucción del valor de la moneda local lleva a una dolarización de facto. Por lo tanto, toda estabilización implica fijar, de alguna manera, al menos inicialmente, el tipo de cambio.
Los programas más ortodoxos han seguido la secuencia de ajuste fiscal, ordenamiento de precios relativos, devaluación y luego algún esquema de fijación temporal del tipo de cambio, ya sea con bandas de flotación que fueron ‘ensanchadas' con el paso del tiempo hasta pasar a un régimen de flotación administrada, o bien con un marco de crawling peg que también pasó luego a una política de flotación administrada.
En los programas más heterodoxos, el ajuste fiscal y el cambio de precios relativos fueron ‘negociados' políticamente (Israel) o se instrumentó una reforma monetaria con una moneda indexada que simulaba una dolarización (Brasil). Pero todos los programas se consolidaron con flotación administrada, y en la ‘nueva' tecnología de metas de inflación, o similar.
Todos ellos, por supuesto, CON un banco central autónomo, y todos, muestran, como es de esperar cuando la estabilización resulta exitosa, una bimonetariedad con menor dolarización que con la que empezaron. Asimismo, los bancos centrales acumularon reservas para respaldar el manejo de la flotación y, como subproducto, moderaron la inevitable apreciación real del tipo de cambio, aceptando una desinflación algo más lenta, pero mucho más creíble.
Segunda advertencia -siempre propia- los programas ortodoxos tienen una secuencia que incluye no sólo la consolidación fiscal, sino también, el ajuste de los precios relativos y la hoja de ruta desde la fijación del tipo de cambio y los controles, hacia la flotación administrada, y el desarme de las restricciones al movimiento de capitales.
En ese contexto, mi modesta sugerencia es la de considerar siempre los shocks externos positivos como transitorios, y ahorrar en épocas de vacas gordas (vivas o muertas). La Argentina de principios de este siglo consideró el boom sojero como permanente y gasto en consecuencia. Ahora, deberíamos ser más cuidadosos con el incipiente shock energético, acumular reservas y, de paso, moderar la apreciación del peso. Habrá que mantener abierta la canilla de la compra de reservas y atender con arte el incremento en la demanda de dinero. Ir a otro esquema con reservas netas negativas y apreciando más fuerte al peso, no me parece lo más recomendable, en un contexto geopolítico global de extrema incertidumbre y con las reformas estructurales de fondo, impositiva, laboral, previsional, apenas iniciadas.
El tercer capítulo se relaciona con el muy buen estudio de pobreza del Banco Mundial. Citando a dicho estudio: el 60% de los menores de 14 años en la Argentina es pobre, mientras el gasto público en programas de transferencia a la población mayor es casi tres veces el gasto dirigido a niñez y adolescencia.
Es cierto que una buena parte de la pobreza se soluciona en la esfera de la estabilidad macroeconómica y el crecimiento. Pero no es menos cierto que el capital humano importa, y que la población más vulnerable tiene menores tasas de educación temprana y en todos los niveles los indicadores de aprendizaje han empeorado sustancialmente en el país.
Tercera advertencia. Con la irrupción de la inteligencia artificial en el mercado de trabajo, el sistema educativo de la Argentina tiene que ser revisado. Desde el preescolar hasta la universidad y no es solo cuestión de mala asignación de fondos, es algo mucho más profundo.
Termino con un viejo cuentito.
Un señor viene conduciendo su convertible por una estrecha ruta de la campiña inglesa. Al acercarse a una curva ve salir de ella un auto zigzagueando que apenas logra evitar chocarlo. Cuando están casi a la par, el otro automovilista le grita "¡Cerdo!". Todavía indignado por el inmerecido insulto, el señor toma la curva...y choca con un cerdo.
Moraleja: no hay que confundir advertencias de buena fe, con insultos.