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Октябрь
2024

La industrialización y la sostenibilidad son «dos caras de la misma moneda»

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Abc.es 
Los cambios geopolíticos de los últimos años reafirmaron la necesidad de la Unión Europea de aplicar una política industrial ambiciosa, más sostenible, resiliente y competitiva . El cierre de fronteras debido a la pandemia, la guerra con Ucrania y los cortes en el suministro energético pusieron de manifiesto una debilidad potencialmente peligrosa: la dependencia excesiva de terceros países, tanto en la obtención de materias primas como en la etapa productiva. Un nuevo escenario en el que Galicia tiene «una oportunidad histórica» que, según los expertos, no puede perder, de aprovechar la reindustrialización para promover la descarbonización y la sostenibilidad . Así lo explica la coordinadora del informe 'Transición industrial: La oportunidad de reindustrialización que Galicia no puede perder', Dolores Rivero, directora del Instituto de Estudos e Desenvolvemento de Galicia (Idega). «Sobre todo a partir del informe Dragi», expone, la UE «tiene muy claro que debe mejorar su competitividad frente a países como Estado Unidos o China». Y Galicia, indica, tiene las condiciones perfectas para «aprovechar la necesaria transición industrial» y que vaya de la mano de la «transición digital, la descarbonización y el desarrollo de las energías renovables». Tal y como explica Rivero, aunque la Comunidad siga «lejos» de conseguir ese objetivo que se marcaba la UE de tener en 2020 una industria que representase el 20% del PIB, se enfrenta ahora a una «oportunidad histórica» de reindustrializarse, como apunta Luis Miguel Varela. Para este catedrático por la Universidade de Santiago de Compostela y miembro fundador del foro Fieito, que también estuvo en el acto de presentación del informe, «resulta evidente» la posición estratégica de Galicia , teniendo en cuenta «la fuerte correlación que tradicionalmente existió entre la industria y la energía». Una energía que, además, tiene que ser verde para seguir con las directrices europeas y poder aprobar los proyectos. Y la Comunidad, «por primera vez», dispone «de una fuente de energía autóctona que está generando un porcentaje muy alto de electricidad» -actualmente, un 80% de todo el consumo proviene de renovables-. Estas fuentes renovables permiten que se inyecte energía en el sistema, con la que se puede «rebajar su coste a mercados mayoristas» . Un ahorro que el Banco de España, indica Varela, cifra en un 50%, si bien él, de mano de la prudencia y en base a otras estimaciones, lo sitúa entre un 25% y un 30%. Una competitividad de la que Galicia no había disfrutado hasta la fecha, y que la convierte en un territorio «muy atractivo» para la industria. Con todo, el sector industrial se enfrenta hoy en día a un déficit de confianza especialmente patente en la Comunidad, que mantiene muy presente el recuerdo . « En Galicia todos los proyectos parecen desatar una guerra social», indica el catedrático . «Guerras preventivas» cuando, en realidad, «los países que mayor cuidado tienen con el patrimonio natural, ecológico e histórico, son los que tienen niveles de industrialización más altos» . «Es decir, establecer un dilema entre industrialización o medio ambiente es falso, no tiene ningún sentido», asevera el experto. De hecho, Varela explica a este diario que «ninguno de los objetivos indicados por los organismos internacionales, nacionales o autonómicos serán alcanzables sin unas altas dosis de industrialización». O dicho de otro modo: igual que la transición ecológica es imprescindible para la reindustrialización, esta última también lo es para alcanzar las metas climáticas previstas para 2050 -emisiones cero-. Una industria, puntualiza, que además debe tener un alto componente tecnológico y con personal altamente cualificado. Son «dos caras de la misma moneda, procesos históricos que necesariamente van a ir de la mano», señala, augurando que si la Comunidad no es capaz «de dinamizar las materias primas críticas», en las que Galicia también es rica, como en piedras raras o el cobre, y fortalecer el tejido industrial y productivo, se va a «quedar nuevamente en la cola de la historia». Esto, critica, «sería lamentable». «En el momento en el que se tiene esa capacidad, como Galicia, hay que utilizarla para liderar la transición industrial y la transición ecológica que queremos», indica, haciendo un llamamiento a «tener más confianza en los mecanismos de las instituciones del estado democrático» y «dejar trabajar a las administraciones competentes». Algo en lo que la directora del Idega también coincide, aseverando que, «si todos estamos convencidos de que hay que incrementar el nivel de industria», se necesitan «proyectos industriales», bien captando inversiones de capital nacional o de capital extranjero. «Que un partido tenga mayoría absoluta no significa que tenga poder absoluto» , explica, y los proyectos «se pueden parar en los tribunales y en las calles», lo que no puede ser, a su juicio, es «funcionar así»: «tiene que haber consenso en esta cuestión». Algo que debe pasar, sí o sí, por la aceptación de la ciudadanía, que, para ello, debe repercutir de forma positiva en el entorno y la población tener claro cómo va a beneficiarles. Pero hace también otra lectura: en una sociedad cada vez más concienciada con el medio, la necesidad de cambiar los modelos productivos y hacer frente a las industrias contaminantes. «A todos los países se les exige que cumplan unos requisitos», explica, porque «el cambio climático» y sus consecuencias, después, «las sufrimos todos» . «Sin embargo, con el impacto social no estamos igual de preocupados», explica, en un mundo que cada vez necesita más minerales y tierras raras para cubrir sus necesidades tecnológicas pero que «no queremos extraer aquí» por su impacto ambiental, etc. «Y miramos para otro lado, porque todos tenemos móviles o tablets [...], y de algún sitio se están extrayendo» los minerales necesarios para producirlos «con muchísimas menos garantías»: «igual la gente debería preguntarse cómo son las minas en el Congo», señala, de donde proviene el 80% del coltán del mundo. Una doble moral, afea, de quien se preocupa mucho por la contaminación y el cambio climático pero no por los derechos humanos , que carece de una muy necesaria «perspectiva global», y comprender que, «a lo mejor, donde menos contamina es aquí, porque aquí podemos exigir que se cumplan las normas, allí no».