«Agradeceré toda mi vida reunirme con mi tierra»
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Galicia es, por herencia, tierra de emigrantes. Durante buena parte del siglo pasado, de sus puertos partieron grandes barcos que en ocasiones transportaban familias enteras a ultramar. Otras veces, un único miembro se embarcaba en las pesadas moles de hierro y cruzaba el 'charco' en solitario, en búsqueda de oportunidades. El viaje, por desgracia, resultó de solo ida para muchos jóvenes que hoy ya son veteranos. Por eso, décadas más tarde de que partiesen hacia lo desconocido, el programa Reencontros de la Xunta brinda a estos gallegos y gallegas la oportunidad de volver a conectar con sus orígenes . La pasada semana, un nutrido grupo disfrutó de un viaje en común a Galicia, su tierra natal, en el que han conocido nuevos lugares y gente, pero también han revisitado algunos rincones de su memoria. Es el caso de Cardenio Ríos. Se embarcó a Argentina con su madre cuando tenía cinco años. «Y no volví jamás. Tengo setenta y siete; son setenta y dos los que estuve fuera de esta tierra», repasa con ABC. Pero algunos recuerdos le quedaron grabados: «Me acordaba de [la parroquia de] Ardaña, en Carballo. De la iglesia de Santa María. Era un libro que estaba abierto siempre en mi memoria (...). Mi madre era de aquí, también. Conoció a mi padre y se casaron en Galicia . Ella tenía a su hermano en Argentina, nos llamaron y fuimos para allí. Formamos nuestra vida y al tiempo conocí a mi señora». Ella, como él, era emigrante, pero italiana. La casualidad hizo que abordase el mismo barco que, un año antes, lo había llevado a él a través del Atlántico. «Si fuera por mis hijas hubiera venido antes», reconoce. En estos años, habían podido visitar el pueblo natal de su padre antes de que él volviese. Ellas «buscaron esta oportunidad» para que él pudiera hacer lo mismo, por fin. Y el resultado ha sido «maravilloso». «Al llegar, empecé a dar vueltas. Toda la gente de la zona me ayudó a buscar y tuve la suerte de encontrar la casa donde vivían mis padres. Y la dicha de que allí vivía un matrimonio joven y muy amable que me hizo pasar. No quería inmiscuirme en su privacidad, pero aún así me mostraron toda la casa por dentro. No estaba igual, pero había muchas cosas que sí recordaba. Me fui de allí como loco, entre la alegría y el llanto. El taxista; mi señora, la pareja joven. Todos llorando porque estaban emocionados», rememora, sonriente. Al cabo de esta semana, lo tiene claro: «No voy a tener palabras de agradecimiento el resto de lo que me queda de vida para esta maravillosa gente que nos ha logrado traer. No hay manera. Después de mis hijas, es lo más grandioso que uno puede agradecer. Tener hijas sanas y que nos hayan dado esta satisfacción de reunirnos con nuestra tierra a los que nunca hemos venido». Su compañero de viaje Francisco Calvo es natural de Buño, a medio camino entre Carballo y Malpica, «un pueblo alfarero». «Me fui de aquí a los dieciséis años -en su caso, a Uruguay-. Necesidad tremenda no tenía, pero uno a esa edad veía un futuro medio oscuro y quería irse por un tiempo a probar suerte, como hacía todo el mundo», explica. Al otro lado lo esperaban dos tíos y un hermano. «Eso mismo me hizo [fijarme] el propósito de irme por tres años, para verlos y para probar suerte». Pero, reconoce, «la vida te va llevando, te vas acostumbrando, conoces a tu mujer, y después casi que ya no hay vuelta». «Eso sí: viví sin olvidarme ni un momento de lo mío; de Galicia, de mis padres, de mi familia, de mi tierra», puntualiza . Uno de los recuerdos que pervivió siempre en su memoria fue el de su última noche con ellos. «Estuvimos en vela, tomando algo, comiendo. Los vecinos vinieron a mi casa. Fue una despedida muy sentida, como si nunca más fuese a volver. Todos me acompañaron unos 200 metros, en caravana, hasta donde pasaba el autobús que me llevaba hasta Vigo. Ese recuerdo lo tengo siempre en mi mente», repasa casi setenta años más tarde: «En mí caben las dos cosas, cabe Galicia y cabe Uruguay». En su caso, «por suerte», esta fue la sexta vez que visitó su tierra natal. «Quise tener la experiencia de verla en grupo, y no estoy arrepentido. Maravillosa la convivencia, tanto con gente de otros países como de Uruguay mismo. Empezamos a hablar y vimos que teníamos muchas cosas en común. Me encantó». «Me fui a los quince años, en el 59, y estuve cuarenta sin venir a Galicia. Volví en el 2000 por mi cuenta, con mi hermana, mi cuñado y mi marido. Y una sobrina mía que ahora está viviendo acá». Lo cuenta una tercera viajera: María Albita, nacida en Villardongo (Lugo). Se embarcó con sus padres y su hermana a Argentina, donde las acogió una familiar hasta que pudieron alquilar un apartamento. Desde entonces, como Cardenio, María tuvo la oportunidad de reencontrarse con el lugar donde creció; en su caso, su primera visita fue en el año 2000. «La experiencia fue divina. Fui a la casa donde nací, estaban refaccionándola y la pude ver por dentro . Todavía tenía las camas y las habitaciones como las habíamos dejado nosotros, en el año 59. Fue una emoción muy grande», cuenta. Volvió en 2022, cuando sus hijos le regalaron otro viaje por el aniversario de su matrimonio . «Y volví a verla. Estaba toda refaccionada, hermosa. Cada vez que vengo acá me emociono muchísimo». Esta vez no fue distinto, aunque sí diferente, por la experiencia compartida: «Lo pasamos muy lindo. No alcanzamos a agradecer todo lo que nos dan. La compañía, lo que nos ayudan, lo que nos cuidan, las comidas, todo. Los chicos que nos dirigen -por los coordinadores del programa-, pero también los demás, hacen un grupo hermoso», asegura, contenta. El viaje por cuenta propia no está al alcance de todo el mundo; «es un coste importante», lamenta Valentina Santos. Ella, oriunda de Padrón, se embarcó a Montevideo (Uruguay) en el 58, con nueve años, y no volvió a ver Galicia hasta que pasaron más de tres décadas. «Primero emigró mi padre en el año 55 y después nos reclamó al resto. Estuvimos allí hasta el 93. Regresó él primero y después vinimos nosotros. Sentíamos mucha emoción», recuerda , conocedora de que «uno tiene que regresar en el momento que es oportuno, porque normalmente no se puede. Venir por cuenta propia sale caro». Pasados los años, como Cardenio, Francisco y María, Valentina ha disfrutado de una catarsis en grupo. «Es hermoso todo lo que nos ofrecen. La calidad del lugar pero también de la gente, el amor, los sentimientos. Son mezclas que ahondan y llegan muy profundo al corazón de la gente. Nos la pasamos cantando canciones gallegas -ríe-. Y todo es muy lindo, precioso. La diáspora gallega es única». Ahora, habrá quienes emprendan vuelta y quienes alarguen su estancia en Galicia. Pero el buen sabor de boca y las ganas de repetir son sentimientos que se han hecho un hueco en unos y otros.