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Lucía Luque Salas : «Bailo y me elevo a un lugar en el que no hay problemas»

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Abc.es 
«Eso, yo quiero ser eso». La niña que era Lucía Luque Salas apartó la vista de la televisión mientras daban un espectáculo de danza clásica y le dijo a su madre, Matilde, que acababa de descubrir su vocación. «Soy una persona muy persistente: veo una meta y la persigo», señala quien es desde 2018 directora del Conservatorio Profesional de Danza 'Luis del Río' de Córdoba , el más antiguo de Andalucía. Con casi quinientos alumnos —alumnas para ser exactos, porque los chicos son una escasísima minoría— y cerca de cincuenta profesores, la institución docente enclavada en la calle Blanco Belmonte tiene al frente a una mujer de cincuenta años que no paró hasta que consiguió su sueño profesional. «Cuando era alumna de aquí y llegaba de noche a mi casa después de estar toda la tarde bailando me vendaba los dedos de los pies para que mi madre no me los viera ensangrentados a causa de las heridas por el uso de las zapatillas de puntas, pues ella amenazaba con quitarme del Conservatorio . Fíjese cómo me gustaba...», confiesa. «Se lo digo mucho a mis alumnas: 'Chicas, en la vida hay que elegir, cuando uno quiere una cosa tiene que renunciar a otras; todo no puede ser'», añade. —¿Qué siente cuando baila? —Como decía Billy Elliot: siento electricidad. (Risas) Bueno, es difícil explicarlo con palabras: te elevas a un lugar en el que no hay problemas. —¿No hay nada que le guste más que bailar? —(Silencio prolongado) La música. —Inmaculada Aguilar dijo en estas mismas páginas que el flamenco le permitía expresar desde la tristeza más profunda a la alegría desbordante. —También pasa con la danza clásica, que además se caracteriza por una belleza sublime: pocas personas no se emocionan al ver un movimiento de danza clásica. De todas formas, a mí me gusta toda la danza, la española, la clásica, la contemporánea, el flamenco. —¿Dónde queda la creación dentro del corsé técnico de la danza? —En la danza clásica es más complicado, porque nosotras somos como muy cuadriculadas, porque la danza clásica es la base de todas las demás: sin ella te va a faltar equilibrio, alineación del cuerpo, colocación. Por eso nos cuesta más sacar la creatividad, porque estamos muy encorsetadas en un patrón de movimiento que se repite, que se repite, que se repite… —¿Cuánto tardan ustedes en saber que una alumna apunta? —Eso se ve rápidamente. Luego ves cuerpos que se pueden trabajar, que son la mayoría, porque también ves rápido a quien no apunta. —Y cómo se le dice a una chica que Dios no la ha llamado para la danza. Eso ha de ser complicado, ¿no? —Al profesorado le damos unas pautas muy claras y se les pide que a los padres se les dé información desde el minuto uno sobre la evolución de su hijo a través de la plataforma Séneca. No soy partidaria de decirle a nadie que su hija no tiene cualidades para bailar, porque eso no es así: todo el mundo puede trabajar y cambiar su cuerpo. —Aunque no llegue a ser una figura. —Claro. —¿La música y la danza hacen mejores a los seres humanos? —Sin duda. Si te gusta la música y te gusta el baile eres más sensible, y eso ya es un punto de partida importante. —Cómo se siente al haber conseguido materializar su vocación y, además, llegar a ser directora del Conservatorio. Es un sueño cumplido al cuadrado, ¿no? —Sí, sí. Me siento muy orgullosa. Primero, por haber llegado a ser profesora de danza, y además cuando yo entré fui compañera de quienes habían sido mis profesoras, lo cual era una sensación… Luego ya normalicé la situación, pero al principio había un escalón de edad y de experiencia: había y hay un respeto, porque han sido mis maestras, y así las sigo viendo. Ellas me lo dicen ahora en plan de broma: 'Ahora eres nuestra directora...'. —Es usted es la jefa, entonces, de la gente que le ha enseñado. —Efectivamente. —¿Es difícil compatibilizar esa vocación artística, la suya y la del cuerpo de profesores, con la disciplina y el método que exigen un puesto directivo, de gestión? —Sí… Es complicado, porque los agentes que manejamos, como usted bien dice, son artistas. Y manejarlos es mucho más difícil. —Es gente inconformista. —Sí. Inconformistas y les cuesta entrar en una camisa. Creo que uno de los grandes logros de este equipo directivo del Conservatorio ha sido establecer una dinánima de funcionamiento, meternos en la burocracia de la Administración, en el papeleo, en la plataforma Séneca de la Junta de Andalucía y engranar todo eso con la vida artística del centro. La burocracia es a veces una losa, y durante años ha habido mucha resistencia. —Pero no hay más remedio que hacerlo. —Claro. Yo me acuerdo que cuando entramos nosotras en el equipo directivo… Eso fue complicado: casar todo lo que conlleva la organización de un centro con los nuevos procedimientos y protocolos, en un lugar donde había una forma de hacer las cosas ya muy establecida durante muchos años. Nosotras, por ejemplo, hemos digitalizado el Conservatorio: nosotras hemos creado una página web, implementado el uso del correo electrónico corporativo, porque nada de esto existía antes. Además, nos pilló la pandemia, y eso fue duro: pusimos en pie esa digitalización en esa época… Fue muy difícil. —¿Le pesa la soledad del despacho, que su teléfono sea el último que suene? —Sí, pesa. Sí, pesa. Y sobre todo me pesa muchas veces el sentido de la responsabilidad: ser el último eslabón, aunque tenga a personas por encima mía en la Administración o en la Inspección; pero, bueno, aquí dentro, sí… A veces tengo miedo a equivocarme, por eso procuro que todas las decisiones sean consensuadas, y es verdad que tengo un equipo fantástico: somos cuatro personas y son mis manos y mis pies. Todo lo consulto con ellas, aunque la decisión sea luego mía: no siempre coincidimos, eso es verdad. —En toda gestión hay aciertos y errores. ¿Cómo convive con las cosas que salen mal? —Es una de las cosas que me ha enseñado este cargo: que no le puedes gustar a todo el mundo, cuando yo siempre he sido muy dada a gustarle a todos, pero no por el simple hecho de querer gustarle a todo el mundo, sino que lo que he buscado es que todo el mundo esté contento. En estos años he aprendido que lo hagas como lo hagas nunca va a estar todo el mundo contento, siempre va a haber alguien que va a estar en desacuerdo, que va a pensar que las cosas se podrían haber hecho de otra manera, o que lo que has decidido no le viene bien… Reconozco que todo esto me ha costado… —Es que es algo difícil. —Sí, sí. He pasado noches malas por problemas que se me han presentado o por decisiones difíciles de tomar, por ese miedo a equivocarme que me persigue muchas veces… —Hasta hace unos años los estudios de danza eran una especie de clases extraescolares, pero ahora es diferente. ¿Quién ha colaborado más en el salto de percepción de estas enseñanzas, la Administración o el talento de los profesores y de los alumnos? —Creo que ha sido un compendio de ambas cosas. En la Administración, es verdad, ha habido un cambio evidente con la entrada en vigor de una regulación normativa que antes no existía. Y a nivel social la visión ha cambiado: hemos pasado de ser un complemento a los estudios, una extraescolar, a una carrera. Yo siempre digo que estas niñas deberían ser reconocidas como deportistas de élite: el nivel físico, emocional, psíquico que se les pide aquí a las alumnas es tan alto… Hay un camino por recorrer en el reconocimiento de los políticos del valor que tiene la danza en la formación integral del alumno, pues no sólo se trabaja a nivel físico, sino también intelectual, emocional y de valores humanos... Aquí los niños mejoran sus relaciones sociales: hay un dato muy significativo que yo observo, y es que las amigas de verdad de las alumnas del Conservatorio están aquí dentro, no en sus colegios e institutos, porque lo que aquí comparten es especial; aquí hay contacto físico, tienen que hacer coreografías al unísono, se lesionan, lloran, ríen, comparten. La danza une y crea relaciones muy estrechas. —¿Qué está aún en el debe de la Administración, de la Junta en este caso, con estos estudios? —Hombre, pues está pendiente la mejora de las instalaciones. Tenemos un centro antiguo con muchas necesidades de mantenimiento y con muy pocos recursos, tanto humanos, y me refiero al personal de administración y servicios, como materiales. También necesitamos que se nos reconozca oficialmente el doble turno, algo que ya estamos haciendo para conciliar estas enseñanzas con las de régimen general. Y a largo plazo necesitamos un centro nuevo, porque este está antiguo, los suelos no están acondicionados, no hay climatización general, y además la ubicación que tenemos es muy bonita pero muy poco práctica para las familias, porque es una zona de acceso restringido para los vehículos. Estoy convencida de que las matriculaciones de alumnos aumentarían si el centro estuviera mejor comunicado, en la zona del Hipercor por ejemplo. —¿Y cómo son sus relaciones con el Ayuntamiento? —Cada vez son mejores. Con el Ayuntamiento, muy bien… Estamos muy contentos porque cada vez se consiguen más proyectos y nos ayudan a difundir la danza en la ciudad. Con la Delegación de Educación llevamos unos veinte años desarrollando el proyecto 'Descubrir la danza'. También hacemos diversas colaboraciones con la Delegación de Turismo y con el IMAE. Afortunadamente, cada vez somos más visibles en la ciudad. «Eso, quiero ser eso», le dijo Lucía a su madre. Y lo ha sido.