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Октябрь
2024

El Hayedo de la Tejera Negra llama de nuevo a AlfonsoyAmigos

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No ha sido la primera vez que nos sumergimos en la magia del Hayedo de la Tejera Negra para pedalear entre hayas y robles, sintiendo la adrenalina en cada descenso y una especial paz en los ascensos, dejando a nuestro paso las huellas de nuestras ruedas y el eco de nuestras risas. 

Lluvia durante la semana 

Viendo que el sábado no paraba de llover, se hubiera podido creer que algunos de nosotros desistiríamos. Sin embargo, el espíritu aventurero de AlfonsoyAmigos es más fuerte que cualquier tormenta. Quienes confirmaron su asistencia a mitad de semana, se mantuvieron firmes hasta el final.


Algunos compañeros han llegado a las puertas del Camping Los Bonales, en Cantalojas, antes de la hora prevista de encuentro, pero no han faltado quienes se han demorado, tal vez perdidos en la bella niebla de mañana que cubría la zona.

Dispuestos para la aventura este domingo nos encontramos: Andrés, Ángel, Enrique, Luis Ángel, Miguel Ángel, Rafa, Santi y Alfonso, unidos por la pasión por el ciclismo y la naturaleza. Abrazos y puesta a punto de las máquinas. 

La mañana fresca y el aire limpio y puro parecía alentarnos para la marcha mientras la niebla nos iba diciendo adiós, dejando paso a un sol todavía tímido que iría tomando protagonismo.


Parque Natural Sierra Norte Guadalajara

A las puertas del Parque detenemos la marcha, para recibir algunos consejos de un agente forestal y porque Luis Ángel tiene una incidencia técnica (la pila del cambio automático), que pronto resolverá con el apoyo de Enrique.


La ruta nos lleva por amplias pistas en excelente estado, ideales para disfrutar del amplio paisaje sin preocupaciones. Poco a poco, el camino se empina llevándonos a ascender por toboganes que nos regalan vistas panorámicas del valle. El Collado de los Infantes (1483 m), con su aire puro y sus horizontes infinitos, nos recompensa del esfuerzo.  

En este punto, propuse descender hasta El Muyo, pequeña aldea que conocíamos como inicio de rutas pasadas, pero no debieron oírme tan entusiasmados que estaban con las vistas o seguro que recordaban con pavor los fuertes desniveles que allí fueron superados.

De nuevo en marcha, a muy buen ritmo, pedaleando con energía. El viento en el rostro y el corazón latiendo al compás de las ruedas nos hacen sentir vivos. Los 52 kilómetros de la ruta parecen ir desvaneciéndose bajo nuestros neumáticos, pero aún nos queda mucho por ver y recorrer.

En el Valle de Valdebecerril abandonamos la pista principal. El agente forestal nos comentaba la reciente caída de un ciclista, en el tramo que vamos a atravesar en descenso pronunciado y complicado hacia el río Lillas, pero allá vamos, tras hacernos una foto de recuerdo.

La senda que seguimos se vuelve desafiante, la conocemos de anteriores ocasiones, con escalones de pizarra y piedras sueltas resbaladizas que requerían nuestra atención y destreza. Un tramo técnico que añade adrenalina a nuestra ruta, pero que completamos sin incidencias y eufóricos, con una sensación de: “No ha sido para tanto”.

El murmullo del agua nos recibe con calidez. Vadeamos el río Lillas y nos acercamos a la fuente para reponer agua fresca y adquirir algún tarro de miel local. Tras unos minutos de descanso junto al aparcamiento, cada vez más concurrido, retomamos la marcha. 

Agua, miel y polen

Recorremos un tramo menos atractivo, ascendiendo por una carretera repleta de vehículos que acuden al lugar con evidente impaciencia. Aliviados, abandonamos el asfalto y nos adentramos en pista forestal.

Nos aguarda una larga subida que afrontamos con calma, mientras las ruedas de nuestras bicicletas crujen sobre innumerables bellotas caídas, produciendo un sonido que recuerda el crepitar de las palomitas. Una banda sonora que nos acompañará un buen rato.

El intenso aroma a tierra húmeda nos envuelve por la zona a la que le cuesta llegar el sol y nos tomamos un descanso al alcanzar el Collado del Hornillo (1629 m)

Aprovecho para compartir con mis compañeros unos plum cakes con frutas y una tableta de chocolate negro, que inicialmente rechazan por cortesía o falsa timidez, pero que rápidamente devoran con entusiasmo. ¡Mucho mejor que un gel!, exclama Ángel.


¡Qué ha sido eso!

De repente, ¡BUM! se escucha un fuerte petardazo que nos sobresalta y nos miramos unos a otros buscando el origen. Una de las ruedas de la bicicleta de Miguel Ángel ha estallado, probablemente dañada por alguna afilada piedra de pizarra, y no ha aguantado la presión.

No se trata de un simple pinchazo o un corte, ha saltado una tapa de la cubierta. Tranquilidad, que el equipo de expertos saca las herramientas necesarias y se ponen manos a la obra sin perder tiempo. ¡Increíble!, apenas unos minutos y la rueda, aparentemente irreparable, parece susurrarnos: “Ya puedo aguantar”. 

La sonrisa de Miguel Ángel se apaga al instante: Al poner boca abajo la bicicleta, se ha partido la maneta del freno delantero. Pero es él el que nos anima y está dispuesto a seguir adelante. ¡Menudo valor le echa el resto de la ruta!

Pedaleamos con rapidez por una de las zonas más bellas, pero el recuerdo de visitas pasadas nos confunde, pues el paisaje nos parece otro, con los colores y tonalidades de las hojas diferentes. Con tristeza, nos parece descubrir que una gran haya no ha aguantado la falta de humedad de este verano.

Casi cinco kilómetros para seguir hasta final de camino, hasta mirador al valle y a laderas con cumbres majestuosas, el Pico del Granero, la Peña de la Tiñosa, en plena sierra de Ayllón, que nos hacen sentirnos insignificantes ante tanta grandeza, pero conectados a la naturaleza.

Nos toca regresar y retomar la ruta, con rápidos descensos y repechos exigentes mientras acumulamos kilómetros. También con tramos donde las bicicletas vuelan por caminos zigzagueantes y divertidos que nos descienden al fondo del valle, a las orillas del río Zarza. No podemos resistirnos a intentar plasmar en fotos la belleza que contemplamos.

Tras varias horas de pedaleo intenso y momentos de pura adrenalina, llegamos de vuelta al Camping Los Bonales. Con las piernas cansadas pero el corazón lleno de satisfacción, nos reunimos alrededor de la mesa a compartir nuestras anécdotas.

Ahora, ya de regreso, estamos seguros de que volveremos y los amigos que nos acompañen harán de esta una ruta diferente y singular.