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El Prado presenta, capa a capa, la marca Rubens

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Los grandes maestros cuyos trabajos admiramos en los museos, ¿cómo pintaban? ¿Qué técnicas seguían? ¿Cómo mezclaban los colores? ¿A qué olían sus estudios? ¿Qué priorizaban en una escena? Conocer el contexto de creación de una obra de arte es tan interesante como observar sus detalles. Adentrarnos en sus métodos cotidianos conlleva una dosis de imaginación, pero también existen reveladores estudios sobre ello. Bajo un afán didáctico, el [[LINK:TAG|||tag|||63361c081e757a32c790c891|||Museo Nacional del Prado]] ha instalado en su sala 16B –junto a la galería central– «El taller de Rubens», una exposición que, hasta el 16 de febrero, arroja luz sobre los movimientos y decisiones del pintor flamenco.

Es una muestra «dirigida al público general, al amante del arte, y a quien quiera aprender, pues es muy exigente», detalla Alejandro Vergara, jefe de Conservación del área de pintura flamenca y escuelas del norte. Realza el objetivo de la muestra de observar al detalle el funcionamiento de un taller. Conocidos en español como obradores, fueron aquellos espacios donde los maestros trabajaban con sus discípulos en la producción de pinturas. «Del de Rubens salía mucho volumen de piezas. Que sepamos, llegó a tener hasta 25 personas trabajando, y de ahí salieron también los grandes cuadros del maestro que ahora están en los museos», apunta Vergara. La exposición reúne más de 30 obras, entre pinturas realizadas por Rubens, otras por sus ayudantes y otras resultado de la colaboración entre estos y aquel.

El gran arte

El Prado ha escenificado el taller en el centro de la sala. Un montaje con mármoles que recuerdan a la característica del pintor como un gran coleccionista de escultura clásica, así como pinceles, pinturas en cuencos y conchas, libros, documentos o un sombrero de ala ancha, creado por la sombrerera Ana Lamata y que representa la elegancia característica de Rubens. La exposición también huele: unos ambientadores difunden por la muestra un aroma a trementina, producto bastante utilizado en el taller.

Alrededor de este escenario, figuran varios cuadros que ejemplifican las diversas formas de trabajar de Rubens y compañía. Un retrato de María de Medici inacabado habría sido un modelo pensado para hacer réplicas, mientras que el espectador debe adivinar cuál de los dos retratos expuestos de Ana de Austria es el original y cuál la copia. También se contraponen «Demócrito, el filósofo que ríe», del taller, y «Saturno devorando a un hijo», del maestro, demostrando la poderosa representación anatómica del segundo respecto al primero. En la obra «Mercurio y argos», se muestra cómo el artista trabajó mano a mano con su taller: creó el boceto, sus ayudantes transfirieron el diseño al lienzo, y tras crear el bosquejo y volúmenes en conjunto, los miembros del taller realizaron las tareas más mecánicas y Rubens los retoces. En la cara del animal de esta pintura, que representa a Io, se aprecia la forma de Rubens de animar la superficie de los cuadros, solapando y mezclando los diferentes tonos.

Rubens también contó en ocasiones con artistas especialistas, por ejemplo, en la creación de paisajes, animales, flores o frutas. Es el caso de la obra expuesta «Filopómenes al descubierto», donde el artista flamenco creó el boceto, pintó ciertas figuras, pero dejó parte de la composición al experto en pintura de animales Frans Snyders. Fuera, por tanto, mayor o menor la cantidad de pinceladas del propio Rubens en las obras, lo que sí queda clara es la idea global de esta exposición: el sello Rubens es inimitable. Sus toques de luz, el uso que hacía de los colores para dar forma a los ropajes o cuerpos, así como los intencionados movimientos del pincel fueron algunas de las claves que resaltaron las virtudes y maestrías de su obra.

El Prado, por tanto, trata de lidiar con dos temas «que preocupan, hasta podrían ser considerados tabú, y que son el de la autoría y la calidad de un cuadro», plantea el director de la Pinacoteca, Miguel Falomir. La conclusión que extrae Vergara tras dos años de trabajo en esta muestra es, confiesa, «que, aunque sea una paradoja porque ambos salen del mismo taller, hay mucha diferencia entre el gran arte, el del maestro, y el del aprendiz». Capa a capa, el espectador aprende el sentido que Rubens le daba a cada pincelada, a los colores, y a los toques finales que edificaron su marca artística.