La paz es una obligación
El miércoles 18 de septiembre de 2024, la Asamblea General de las Naciones Unidas dio un paso significativo al aprobar una resolución presentada por Palestina, que busca poner fin a la agresión que este pueblo ha sufrido durante años. Con 124 votos a favor, incluido en voto de Cuba, esta decisión es un claro reflejo de que la mayoría de las personas en el mundo abogan por la paz y la justicia.
Sin embargo, la oposición de 14 naciones, entre ellas Israel y su principal aliado, Estados Unidos, plantea interrogantes sobre la naturaleza de sus decisiones y su compromiso con los derechos humanos, tema sobre el que se autodefinen defensores al ultraza, cuando la realidad revela todo lo contrario.
La resolución, per se, no solo es un llamado a la paz, sino también un reconocimiento del sufrimiento de millones de palestinos que han vivido (y viven obligados hoy a causa de la guerra) en condiciones de violencia y despojo.
Este acto de justicia resalta un consenso global en favor de la vida y la dignidad humana y representa, además, un recordatorio de que la comunidad internacional está dispuesta a alzar su voz por aquellos que han sido marginados y oprimidos y aun lo son, desafortunadamente.
No obstante, el hecho de que 14 países hayan votado en contra de esta resolución, plantea serias dudas sobre el compromiso de esos gobiernos con los valores fundamentales de la humanidad.
No es capcioso entonces preguntarse si es realmente una actitud humana respaldar acciones que perpetúan el sufrimiento y la violencia. Lo que si es un hecho es que la negativa a apoyar un llamado a la paz sugiere una desconexión preocupante con las realidades que enfrentan muchos en el mundo.
Por lo tanto, es fundamental cuestionar el papel que desempeñan naciones como Estados Unidos e Israel en este contexto, ya que con mucha frecuenbcia, sus decisiones parecen estar más alineadas con intereses geopolíticos que con el bienestar de las personas. Este enfoque, del que casi nadie tiene dudas, no solo perpetúa el conflicto, sino que también socava los esfuerzos globales por construir un futuro más justo y pacífico.
A lo largo de la historia, hemos aprendido que la paz no se logra a través del silencio ni de la complicidad, por lo que resistirse a reconocer el sufrimiento ajeno (como lo hicieron 14 naciones)es una falta de humanidad que no podemos permitirnos en ningun lugar del planeta.
En este momento crítico, es esencial que las naciones que abogan por la paz se unan para desafiar estas actitudes y trabajar hacia un futuro donde todos los pueblos puedan vivir en dignidad y armonía.
La aprobación de la resolución sobre Palestina revive la esperanza en medio del dolor y que, aunque haya voces en contra, el deseo de paz y justicia prevalece en la mayoría. Ahora más que nunca, debemos unirnos como especie para exigir un cambio real y duradero. La humanidad merece más que divisiones; merece y necesita, un compromiso genuino con la paz.