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Октябрь
2024

Carles Vallejo, expreso político: "Cuando me torturaron en Via Laietana, le dieron a mi familia mi ropa manchada de sangre"

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El presidente de la Associació Catalana de Persones Ex-Preses Polítiques del Franquisme repasa las redes de ayuda mutua entre los perdedores de la guerra, su historia familiar y el trauma que le ha dejado haber sido víctima de la brutalidad de la policía franquista

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Nadie fue tan importante en mi familia como la señora Lola. Es un decir, porque todo es importante, cada cosa a su manera. Pero nada tenía tanto misterio para mí como la casa de los Vallejo. Al principio, me llevaba mi madre. La conciliación familiar consistía en ir con los hijos a todas partes. Cuando supe coger el autobús, me mandaba solo para hacer los recados. Tenía que llevar el fardo con las ropas que cosía. La señora Lola era modista, y mi madre cosía para ella. Hacía mucho tiempo que eran muy amigas, desde antes de que yo naciera. Todo lo que sucede antes de que uno nazca es muy misterioso. Para ir a la casa de la señora Lola, había que bajarse pasada la iglesia de la calle Pere IV, en el Poblenou, y luego andar apenas nada.

Yo pensaba que eran de mi familia, no sé cómo. Pero, para mí, Carles Vallejo, Loles y Bel (sus dos hermanas pequeñas; a Rosario y Nuri, las dos mayores, no las veía), eran mis primos de una manera que transgrede toda lógica. Entonces se lo preguntaba a mi madre, y me decía que era como si lo fueran. A la señora Lola le preguntaba, por otro lado, por qué ese sitio se llamaba Pueblo Nuevo, si todo era tan viejo. Por sus calles de adoquines desencajados, llegaba temblando el autobús y le sonaban como campanillas los cristales de las ventanas. Los ladrillos desconchados de los muros de las fábricas. Las fachadas de los edificios comidas por la penumbra del atardecer, y ese atardecer nunca se acababa, pues era la sombra de una posguerra infinita. Lo mismo que a las personas les quedan en el cuerpo las heridas de sus guerras, también a las ciudades se les quedan en sus casas.

Recién llegada a Barcelona, mi madre había vivido en casa de los Vallejo. Allí vio nacer a la más pequeña, Bel, y Bel cuenta que se llama Isabel a propuesta de mi madre, que también se llama así. Mi madre siempre ha estado muy contenta de todo lo suyo. Luego, mi madre trabajó en la fábrica del señor Vallejo, pero poco tiempo. Durante décadas, que es la parte que conozco, mi madre fue costurera en casa de la señora Lola.

Hay que decir que el más misterioso de todos era el señor Vallejo. Viajaba a países del otro lado del telón de acero y nos traía regalos de la hoy desaparecida Checoslovaquia. Era muy deportivo (esta faceta suya saldrá más adelante), y una vez me trajo un palo de hockey firmado por la selección nacional checoslovaca de ese deporte, que yo no había visto en mi vida. Yo aprendí a leer en casa de los Vallejo, porque también me regalaban montones de cuentos troquelados. Una vez, me dieron una maleta llena. Leí muchísimo entonces.

Del señor Vallejo, también sabía que era de Madrid, y yo creía que por eso siempre iba con esas chaquetas tan rectas, tan formales, como las que llevaban los presentadores del Telediario, y también sabía que era muy amigo de José Mallorquí, el creador del Coyote. Por supuesto, yo iba a ser siempre mucho más del Coyote que del Zorro. El Capitán Trueno, el Jabato, el Corsario de Hierro, el Coyote..., de este modo fui creyendo siempre en el mismo tipo héroe.

Un día, Carles Vallejo (pero nosotros le llamábamos José Carlos), se volvió más misterioso que su padre, pues desapareció de repente. Lo secuestró la policía de la dictadura. En aquella época, España vivía bajo una dictadura, y el dictador era un general que se llamaba Francisco Franco y que estuvo torturando y firmando penas de muerte durante cuarenta años, hasta el final.

Poco antes de que se lo llevaran, yo había visto a José Carlos en un despacho que había en la casa de los Vallejo, y creo que se usaba para estudiar. Desde una estantería, me miraba siempre un pequeño caimán disecado que me daba mucho miedo. Aquel día, Carles Vallejo estaba en pie bajo la lámpara. Lo demás estaba oscuro, ya que las casas de antes se hundían en sus tinieblas, porque no temían al pasado y, sobre todo, porque tenían pasado. La barba joven y negra de José Carlos, su chaqueta de lana. Le vi cabizbajo y en silencio, y ya no volví a verle hasta transcurridos un montón de años.

Pero sí que vi a mi madre entrar de madrugada en nuestra cocina para hacer tortilla de patatas y arroz con leche. Se lo llevaban sus padres a la cárcel. También vi una vez, en la misteriosa casa de los Vallejo, a la señora Lola y a mi madre leer juntas, en pie, pegadas a luz que de la galería, una hoja de papel que estaba quemada, escrita con un cigarrillo encendido. Sólo ponía: Estoy bien, mamá. Ahora pienso que alguien sacó esa nota de la comisaría de Via Laietana, que procedía de aquellos interminables veinte días contínuos de torturas. Otra vez, oí decir que le llevaban ropa a la comisaría, porque tenía que ponerse mucha para que no le calaran las palizas que le daban.

Actualmente, Carles Vallejo, tiene 74 años, y es un sindicalista histórico de Comisiones Obreras. Le conoce muchísima gente porque ha hecho muchas cosas. Vive en Cornellà con su compañera Cristina Herrando, que también es del Poblenou, ya en la linde con el barrio del Besòs. Y tienen una hija, Marta, que nació en 1982 y que es licenciada en Ciencias Políticas, y que se niega a disociar lo político de lo cultural. Carles Vallejo no para de montar actividades. Siempre está organizando algo. Exposiciones, encuentros, charlas... Es presidente del Consell de Participació del Memorial Democràtic, que es la entidad que agrupa a las asociaciones memorialistas de Catalunya. También preside la Associació Catalana de Persones Ex-preses Polítiques del Franquisme, y representa a España en la Federación Internacional de Resistentes, que se creó al final de la Segunda Guerra Mundial, con asociaciones de partisanos, maquis, resistentes y excombatientes de toda Europa.

Pero su batalla más ardua, más ingente, más elevada, es la denuncia que puso en los tribunales contra sus torturadores de Via Laietana. Apoyado por la fiscalía de Memoria Democrática, se ve en la necesidad moral acabar con la impunidad de los crímenes del franquismo, y de sus actores, pues aun viven unos cuantos. Sin embargo, su querella ha sido archivada y el recurso de apelación permanece pendiente de respuesta.

Para esta entrevista, Carles Vallejo me recibe en el gran edificio de Comisiones Obreras en Via Laietana. Antes de la guerra, el edificio fue la sede de la CNT. Cuando murió Durruti, visitando el frente de Madrid, trajeron aquí su cadáver y en el desfile de su entierro las clases trabajadoras de Barcelona reventaron la Via Laietana. Es una calle dura, por arriba y por abajo.

Durante la dictadura, el edificio se convirtió en la sede del Centro Nacional Sindicalista, el famoso sindicato vertical. Todo el entrismo, todos los rojos infiltrados que estaban organizando los sindicatos clandestinos, entraron por esa puerta de Via Laietana. Hoy, este edificio es propiedad del Ministerio de Trabajo y lo ha cedido para su uso a Comisiones. Carles Vallejo sale a buscarme al vestíbulo. En su despacho, hay un póster del Guernica enmarcado, y carteles de reivindicativos de Pere Díez Gil y Guinovart. Afuera, está lloviendo a cántaros.

Fíjate que creía que José Mallorquí era tu padrino.

Era su hijo. Mallorquí le dijo a mi padre: ¡Pon a mi hijo de padrino! Yo me llamo José Carlos por su hijo, José Carlos. José Carlos Mallorquí.

¿Cómo se hicieron amigos tu padre y el creador del Coyote?

Es que es curioso, es una historia que no se ha contado. Resulta que, en Barcelona, se formó una colonia, digamos que del exilio interior, de gente de Madrid. Al acabar la guerra, habían estado en las cárceles, o en los campos de concentración, y no podían volver a Madrid. Se reagruparon aquí y establecieron unas redes de ayuda mutua. Celebraban reuniones en las distintas casas, se juntaban los fines de semana para comer una paella y charlar... Este recuerdo infantil lo tengo metido en la cabeza. Y por allí andaba José Mallorquí. Estaba también la familia de Alonso, que ahora es diputado de Tarragona por los Comuns. Su padre y su abuelo eran de esta colonia de madrileños.

¿Quién más había?

Encarna Sánchez.

¿La locutora famosa?

Sí, sí, la de Encarna de Noche. Luego se volvió muy de derechas, acabó en la COPE; pero al principio era progre. Muchos venían de las cárceles, de que el franquismo no les reconociera las carreras, ni los títulos... Y organizaron esa red de solidaridad para salir adelante. Al final, lograron un cierto estatus... La experiencia de la guerra, tan jóvenes, fue para ellos un aprendizaje de gestión. Aprendieron a organizar grupos, colectivos, a montar una logística... Conocimientos de guerra, que luego aplicaron a crear negocios, empresas...

¿En la colonia, era todo ámbito PCE?

¡Qué va! Había de todo; pero algunos eran del Partido Comunista, sí. Se conocían desde las Juventudes Socialistas Unificadas. Fue cuando Carrillo, siendo el secretario general de las juventudes socialistas, se unificó con las juventudes comunistas. En Madrid, tuvieron un peso enorme. Sobre todo, con la guerra, se forjaron relaciones humanas muy potentes. Después del desastre, los supervivientes se buscaron por todas partes.

Durante la guerra, tu padre, Juan José Vallejo, había sido comandante del Quinto Regimiento. En su caso, ¿por qué eligió venir a Barcelona?

Bueno, mi padre era comandante del batallón Joven Guardia, organizado por las Juventudes Socialistas Unificadas, y que dependía del Quinto Regimiento, la milicia ligada al Partido Comunista. Había una canción muy famosa: con el Quinto, Quinto, Quinto..., con el Quinto Regimiento... Mi padre vino a Barcelona porque lanzó una moneda al aire. Al salir de la cárcel, se jugó a cara o cruz si irse a Bilbao o a Barcelona, y le salió Barcelona. Y aquí, intentando rehacer su vida, conectó con esta colonia.

¿Cómo que no tuvo que irse de España?

Algunos, como mi padre, a pesar de que estuvo condenado a muerte, pudieron gestionar avales para demostrar que no estaban manchados de sangre... Salió un edicto, tengo una copia guardada, que decía que quienes no estuviesen manchados de sangre se entregaran y que eso se les tendría en cuenta; pero luego fusilaron a mucha gente que se lo creyó. Mi padre fue una persona recta, no cometió las animaladas que hicieron algunos descontrolados. Antes de la guerra había trabajado en una zapatería en Madrid, en una tienda. Los dueños de la zapatería le dieron esos avales que decían que sí, que había sido republicano, que había sido comandante del Ejército Popular, pero que no era un criminal. En plena guerra, durante un permiso, viajó a su pueblo, a Huerta de Valdecarábanos, en Toledo, vestido de uniforme, para parar las animaladas que se estaban haciendo. Cuando fui a conocer el lugar, aún en vida de mi padre, la gente de allí me lo explicaba. También le avaló su familia política, por parte de su hermana, que era gente de negocios y de derechas. 

¿En qué año llegó a Barcelona?

En 1943. Cuando perdieron la guerra, en el 39, mi padre estaba en el Ejército del Centro, a él le pilló en la zona de Extremadura. Allí cayeron y entregaron las armas. Entonces, lo llevaron a la cárcel. Luego me explicó que también estuvo en el campo de concentración de Rota. Les hacían llevar la arena de un lado a otro de la playa. Ese era el trabajo forzado. Mover la arena, una labor inútil. Lo hacían para humillarles. Y luego, se lo llevaron a la cárcel de Sevilla.

¿Salió de la cárcel por los avales?

No, se movió para conseguir los avales cuando salió del presidio. Logró escapar porque estaban muy organizados dentro de la cárcel. Clandestinamente, claro. Es muy propio de la cultura comunista eso de estar organizados hasta en el infierno. Hasta en los campos de exterminio nazis estaban organizados. En este caso, tenían gente metida en la cárcel de Sevilla, en las oficinas, y falsificaron una orden de salida en libertad. Habían hecho un tampón con una patata cortada por la mitad, y le grabaron el sello de la salida de libertad, y lo imprimieron en un papel en blanco. Tengo un papel en blanco de la cárcel, que conservó siempre mi padre. Lo rellenaron con su nombre, en vez del de otro, que el pobrecito se quedó; pero corría menos riesgo. Todas estas historias, estas memorias, las he escuchado desde niño y se me han quedado grabadas.

¿En qué parte de Madrid vivía?

En Chamberí. Se vino del pueblo con su madre y con su hermana. Su padre no estaba, porque mi abuela era madre soltera. No se habían casado, y además mi abuelo las dejó. Bueno, antes de instalarse en Madrid, estuvieron un tiempo en Toledo capital. Allí, eran vecinos, puerta con puerta, de Julián Besteiro, que estaba de catedrático. Julián Besteiro fue el padrino de mi padre. Era un matrimonio sin hijos, y le tomaron al niño un cariño tremendo. Se lo querían quedar y todo. Pero después perdieron el contacto.

Mi padre se sentía muy unido a su familia. En la guerra, cuando se incorporó al Quinto Regimiento, que estaba en el patio de un colegio religioso, que había sido requisado, en la calle Francos Rodríguez, mi padre fue de los primeros en irse al frente del Guadarrama. Un día, Dolores Ibárruri, la Pasionaria, le llamó y le ofreció viajar a Frunze, en Moscú, para formarse en la academia militar del Ejército Rojo. Pero mi padre le dijo que no, porque su madre era muy mayor, y no quería dejarla sola. Aunque estuviera en el frente, quería estar cerca. Y Dolores le dijo: Haces muy bien. Mi abuela era muy especial. No tenía una gran posición social, pero hablaba muy bien y, cuando se lo hacían notar, respondía: Yo, aunque lleve lana, no soy borrego.

Antes de la guerra, tu padre estuvo en la organización de la Olimpiada Popular de Barcelona.

Él se había implicado en el deporte popular y fue presidente de la Unión Deportiva Cultural Obrera de Castilla, aunque luego no fue muy deportista; pero, bueno, era alto y fuerte. La gente joven que había entrado en el Partido Comunista, como mi padre, quería cambiar la organización. Cuando llegaron, en los años 30, el Partido Comunista era un grupo sectario, fuera de la realidad, muy ideologizado. La generación de mi padre quería abrir el partido a la gente joven. Empezaron a ir a las salas de fiesta, a hacer proselitismo a las puertas de las fábricas y también a impulsar el deporte para sacar a los obreros de las tabernas. Organizaban carreras... Todo eso. Así es cómo nació la idea de crear la comisión universal de la Olimpiada Popular de Barcelona.

Mi padre era uno de sus organizadores, desde Madrid. Era la respuesta a los Juegos Olímpicos en el Berlín de la Alemania nazi. Él siempre recordaba cómo viajó a Barcelona, y estuvo en una reunión con Lluís Companys para hablar de la preparación de la Olimpiada Popular. Pero se canceló. Tenía que inaugurarse el 18 de julio, y ese día estalló la guerra. Estaban ya en Barcelona los delegados extranjeros, había delegaciones de todo el mundo. Muchos se volvieron a sus países, y algunos de los que se quedaron fueron los primeros extranjeros que estuvieron en las Brigadas Internacionales.

En los años 30, el Partido Comunista era un grupo sectario, la generación de mi padre quería abrirlo a la gente joven

¿Se quedaron a combatir?

Se quedaron a combatir, y alguno ya murió en Barcelona en las primeras refriegas del 19 de julio. De alguna manera, puede decirse que el origen de las Brigadas Internacionales está en la Olimpiada Popular. Muchos comités olímpicos prefirieron venir a Barcelona en vez de ir a Berlín. En Estados Unidos, el comité olímpico se dividió.

En plena guerra, tu padre incautó el Real Madrid.

Formaba parte de su implicación en el deporte. Después de los primeros meses en el frente del Guadarrama, a mi padre le tocó hacerse cargo del Real Madrid. Lo incautaron y lo llamaron Madrid Fútbol Club, para que dejara de ser real. Además de los asuntos deportivos, mi padre llevaba los temas de cultura tradicional. En la Olimpiada Popular también organizaron conciertos. Pau Casals tenía que actuar en el acto inaugural; pero, como no se celebró, tocó en el Palau de la Generalitat, y les dijo a los que estaban: Será la última vez que estemos juntos. Mi padre tenía mucha amistad con Agapito Marazuela, el folclorista, intérprete de dulzaina. Le invitó también a tocar en la Olimpiada Popular.

Y la incautación le convierte en presidente del club.

Solo fue unos meses presidente del Madrid Fútbol Club, lo dejó porque tenía que volver al frente. Le relevó en el cargo el comandante Ortega, que había estado un tiempo al frente de la Dirección General de Seguridad, la famosa DGS, y que lo fusilaron en Alicante al terminar la guerra. Este fue el último presidente del Madrid de la República.

Hasta hubo un encuentro Real Madrid-Unión Soviética.

Esto formaba parte de la operación de agitación y propaganda, la agitprop, de la defensa de Madrid. Tenían que levantar la moral del pueblo y crear un un clima de euforia. Pasaban cine soviético, como El acorazado Potemkin. También utilizaron el campo del Real Madrid para hacer instrucción con los milicianos.

Cuando llega a Barcelona, ¿le espera alguien aquí?

Mi padre buscaba el anonimato. Por eso dudó entre Barcelona y Bilbao, porque eran las dos grandes ciudades industriales donde podía ser más anónimo. Pero, en Barcelona, tenía un amigo, Mariano Calderón, se habían conocido en la guerra, y también estuvieron juntos en la cárcel. Fue teniente de caballería del ejército de la República y, al terminar la guerra, lo condenaron a trabajos forzados. Acabaría siendo mi tío, el hermano de mi madre. No conocía a nadie más en Barcelona.

¿Tu tío también era del partido?

No, era de la CNT. Lo que demuestra que realmente había una relación de solidaridad mutua. Mi tío se convirtió en su primer apoyo en Barcelona.

Tu familia materna es toda del barrio del Poblenou.

Mi madre nació en Murcia, pero con seis meses la trajeron a Barcelona. Mi abuelo era de la zona de la Manga del Mar Menor, de Los Alcázares, que yo no sé si son murcianos o cartageneros. Esa rama de mi familia forma parte de la emigración de murcianos de los años 20, que venían a trabajar a las obras del Metro. Antes, mi abuelo y mi bisabuelo tuvieron unas minas, pero les estafaron. Habían comprado una veta, que después resultó un engaño y no tenía mineral, y se arruinaron. Entonces se vinieron a trabajar al puerto de Barcelona. Mi abuelo era portuario de los que controlaban la carga y descarga de los barcos, y era socialista, de la UGT, pero tras la guerra, lo depuraron y lo expulsaron del puerto. Y, su hijo, mi tío, era de la CNT, yo creo, que ya influido por todo el ambiente anarcosindicalista del Poblenou. Al principio, vivían en la calle Sant Joan de Malta. Un recuerdo muy potente de mi madre eran los bombardeos durante la guerra.

En el Poblenou cayeron mucha bombas.

Muchísimas, muchísimas. Como ya era zona de fábricas, se concentró ahí mucha industria de guerra. Pero no sólo bombardeaban objetivos militares, también se bombardeaba a la población civil. Es la primera vez en la historia que se hace un bombardeo de cuadrícula sobre una ciudad. La mayoría de los aviones eran de la Aviazione Legionaria italiana. En tu barrio, en Sant Adrià, también bombardearon mucho. Estaba la central eléctrica.

En Sant Adrià se han restaurado los refugios antiaéreos de la guerra y ahora se pueden visitar, van colegios, hay exposiciones...

Ahí tenéis un caso muy bueno. ¿Conoces la historia del perro que se llamaba Trotski? Oía los aviones antes de que llegaran y ladraba para avisar a la gente, todo el mundo corría al refugio. Y los niños, cuando caía una bomba en el campo de patatas, corrían a cogerlas porque ya salían cocidas.

¿Qué te contaba tu madre de los bombardeos?

Hablaba mucho de la bomba que cayó al lado de su casa. Explicaba cómo unas gallinas cayeron en su balcón, disparadas por el bombazo. Y hablaba también del cansancio de la gente al final. De gente mayor que ya no iba a los refugios. Decían: Si me ha de caer, que me caiga...

¿Cómo es la Barcelona a la que llega tu padre?

Cuando mi padre y mi madre se casan, se quedan en el Poblenou, en el piso de la calle Espronceda, número 191. Hay una historia muy potente en este edificio. Los días que siguieron a la entrada de las tropas franquistas en Barcelona, la gente empezó a ir desesperada a los depósitos de comida. Había muchos depósitos con alimentos y con sacos de harina, y nadie lo sabía. Resulta que en los bajos de Espronceda, 191, también había un depósito de alimentos. Se formaron tales avalanchas de gente, que hasta murieron niños porque en los tumultos se les caían los sacos encima. Hace poco estuve con la nieta de Juan Negrín, el último presidente de Gobierno republicano, ya en la guerra. La nieta se llama Carmen Negrín, y me contó que habían previsto que Barcelona pudiera resistir seis meses, y que todos esos depósitos de alimentos que aparecieron en la ciudad los habían dispuesto con la esperanza de que Barcelona aguantara hasta que estallase la guerra en Europa, pues se veía inminente. Resistir es vencer, decía Negrín. Su expectativa era que, si algunas ciudades españolas resistían hasta que empezara la guerra contra el nazismo, España podía ser considerada como uno de los países aliados.

¿Y tú a qué edad empezaste a hablar con tu padre de todo esto?

Pues muy joven. Pero, sobre todo, era escucharles hablar. Mi padre y sus amigos se reunían en unas casas, era como una urbanización, que tenían en Marianao, en Sant Boi. De hecho, José Mallorquí fue quien animó a mi padre a comprar la casa del parque de Marianao, que tú has visto. Pero la antigua... Tu madre estuvo.

Lo recuerdo de muy pequeño.

Bueno, Mallorquí fue el primero que compró allí una casita con jardín, y le dijo a mi padre: Oye, que eso está muy bien... Así que la compró por Mallorquí, y Mallorquí estuvo yendo durante un tiempo hasta que se fue a Madrid.

Tu padre aparece en una novela del Coyote.

Sacaba a sus amigos. Mi padre me contaba que, una vez, Mallorquí le dijo: Lo siento, Vallejo, te he tenido que matar. Porque resulta que uno de los personajes se llamaba Vallejo. Siempre estaba de fondo, en sus novelas, la lucha por la libertad; pero, claro, situada en América. Era una manera de decir lo que pensaba sin ser censurado.

Estas eran las historias que oías de crío.

Sí, los domingos era típico hacer la paella y, luego, mantenían la gran tertulia en la mesa, y explicaban estas cosas, y yo me metía debajo de la mesa a escuchar.

¿Te daba miedo lo que decían?

Hablaban sobre todo de la guerra, pero no me daba miedo. Al contrario, me interesaba.

¿Y no te decían: Lo que oyes no lo cuentes por ahí?

Ya estaba implícito. Puede que alguna vez me lo dijeran, pero aprendías... Es una cosa que solo lo ha vivido la gente donde había transmisión familiar; porque, lo habitual, era el silencio y no hablar delante de los niños. Enseguida fui consciente de que había cosas que se podían decir en según qué círculos, dentro de casa, y que el exterior era un mundo hostil, diferente, que tú eras un tipo extraño y que no podías explicar las cosas que sentías. También fui testigo de cómo escuchaban Radio Pirenaica. Esto te da una sensación de esconderte, de que no hay que hablar alto.

Enseguida fui consciente de que había cosas que se podían decir en según qué círculos

Porque tu padre y aquella gente seguían en la clandestinidad.

Sobre todo, estaban en temas de socorro y de esconder a la gente. Algunas personas veían a dormir a mi casa, y yo no sabía quiénes eran y no me lo decían. Pero no estaban en el activismo, sobre todo porque ya estaban fichados. Aunque otros sí formaron parte de la organización clandestina.

Recuerdo los viajes a Checoslovaquia de tu padre. Traía regalos. Era representante de comercio, pero yo pensaba que era un agente secreto.

Consiguió aquel trabajo gracias a la ayuda mutua entre ellos. Fue cuando fracasó la fábrica de tejidos que tenía. Fue de mal en peor. La fábrica acabó dentro de casa. Abajo, en un patio.

Es cierto, estaba en tu casa, había una galería y se bajaban unas escaleras que llevaban a un taller.

Ese fue el último recurso de supervivencia. Hoy sería imposible. No solo porque hacía ruido y molestaba a los vecinos, es que los trabajadores entraban por nuestra casa para ir a trabajar. Al principio, la fábrica estaba en La Escocesa. Hoy, es un centro artístico. Después, se trasladó a unos bajos de la calle Espronceda, en la esquina, y luego a la calle Pere IV, delante de la iglesia. Hasta que la fábrica acabó dentro de nuestra casa.

¿Qué fabricaba?

Ese fue el drama. Hacían recubrimiento para tejidos elásticos. Recubrían con hilo el caucho de los bañadores, y el problema es que no le concedían los cupos del caucho, porque eran solo para los afectos al régimen. La gran corrupción del franquismo. Lo mismo pasaba con los cupos de importación, solo se los daban a los suyos. Con el hundimiento de la empresa, le pidió ayuda a un amigo suyo, de la guerra, que también había sido de las Juventudes Socialistas Unificadas, Artemio Precioso.

¡Artemio Precioso! ¿Sabes la historia del padre?

De su padre no sé nada.

Su padre también se llamaba Artemio Precioso, y escribía novelas galantes, que salían en colecciones populares. Además, era editor. Fundó La Novela de Hoy. Todo esto es en los años 20. En el libro La edad de plata (1902-1939), del sabio doctor José-Carlos Mainer, este período de la literatura española está muy bien contado. Mainer fue el primero que lo hizo. Los José Carlos estáis todos muy bien. Resulta que, entonces, había un escritor bohemio, un hampón, Alfonso Vidal y Planas, que mató de un tiro a Luis Antón del Olmet, otro escritor, que vivía del periodismo canalla, del sindicato del crimen. Se lo cargó en el vestíbulo del teatro Eslava, en Madrid, por celos. Delante de todo el mundo. Pues bien, Artemio Precioso, padre, se convirtió en el protector de Vidal y Planas, y luchó por su indulto, y le entrevistaba en todos los prólogos a las novelas que le publicaba en su editorial. Hasta consiguió que anunciase una marca de de café, y Vidal y Planas decía: Yo me puse muy nervioso porque tomo café tal. 

¿El amigo de mi padre era hijo de ese editor? Su hijo también también hizo grandes cosas. Artemio Precioso fue uno de los fundadores de Greenpeace. Cuando le conoció mi padre, era un estudiante universitario, luego se incorporó a la guerra y estuvo en el frente, y luego se fue al exilio, a Rusia, y enseguida se trasladó a Checoslovaquia. Se hizo economista, catedrático de Economía en la Universidad de Praga, y creo que allí se casó con una actriz. Luego vino, todavía con dictadura, en el año 69. Y andaba por aquí. Entonces, se hizo representante de unas importaciones de cosas de Checoslovaquia, y le ofreció a mi padre ser el representante, aquí, en Catalunya, de artículos de cristal de Bohemia y de objetos de madera, y eso le salvó económicamente durante sus últimos años.

¿Y no realizaba ninguna labor política aprovechando esos viajes?

Es que en esos viajes había fondos de importación y exportación que iban al partido, claro. Pero era más un soporte económico. En aquella época, fue cuando se abrió la importación y exportación con los países del Este. Pero no funcionaban con dinero, sino con equilibrio, balanza de pagos. Yo importo tanto de allí, pero tú has de venderme lo equivalente allá, en realidad era como un sistema de trueque.

Mi familia volvió impresionada del entierro de tu padre. Contaba que la gente levantaba el puño y le cantaron la Internacional.

Es que fue uno de los primeros casos en que se pudo hacer eso. Estaba recién muerto Franco. Pero resultó complicado, porque nosotros nos negamos a que el ataúd llevara una cruz. Entonces, todos los ataúdes tenían crucifijo. Mis hermanas y yo insistimos muchísimo, estábamos dispuestos a arrancarlo de la caja si era necesario. Al final, los de la funeraria trajeron un ataúd sin nada, pero con los agujeros de la cruz abiertos, y una mancha con la forma de la cruz, de haber estado pegada. Le pusimos encima la bandera del PSUC. También tuvimos follón para imprimir el recordatorio, que era un poema de Blas de Otero, en vez de una cosa religiosa. Decía: Si me muero, que sepan que he vivido / luchando por la vida y por la paz...

La ceremonia no fue en una iglesia.

Fue en la cooperativa Pau i Justícia. Pero habló el cura de la parroquia del barrio. Habló muchísima gente. Aquel párroco, también. Era el cura de la iglesia del Sagrat Cor, de allí, de Pere IV. Vivíamos ese momento de complicidades con un sector de la Iglesia, de curas progres, y en el entierro el cura intervino como otro participante más. Mi padre había sido muy unitario, muy dialogante, y se respondió a esto en su funeral.

¿Pau i Justícia es donde está ahora el teatro Sala Beckett?

Ahí mismo. Cuando murió, mi padre era presidente de Pau i Justícia. Era una cooperativa de consumo, creada históricamente por los vecinos. Antes de la guerra había muchas, como La Flor de Maig. El Poblenou estaba lleno de cooperativas obreras. Se dedicaba a la alimentación, pero también desempeñaban una función cultural. Tenían biblioteca, escuela, formación de adultos, billar..., como un ateneo popular o una casa del pueblo.

Muchas se las quedó luego Falange.

Todas, aunque algunas se salvaron porque ponían a una persona del régimen como testaferro, pero funcionaban con el espíritu antiguo. En Pau i Justícia se ofreció como presidente un falangista de Poblenou, que era de de los pocos, digamos, presentables. Mi padre fue presidente durante sus últimos años de vida. Era cuando la gente antifranquista empezaba a entrar en asociaciones culturales de todo tipo, a crear asociaciones de vecinos, a entrar en los colegios profesionales. Así que mi padre montó una candidatura de renovación para hacerse con la presidencia. Yo creo que parte de la tensión, de los esfuerzos para intentar salvar la cooperativa, que estaba muy mal económicamente, porque incluso algunos empleados de toda la vida eran unos corruptos, se llevaban género, la situación con que se encontró le provocó muchísima tensión. Sufrió mucho. Y. al poco, murió de un ictus. Se acababa de jubilar. Disfrutó muy poco de la jubilación.

No hemos hablado del señor Paco.

Ay, sí, Francisco. Venía de Castellón y era del Servicio de Inteligencia Militar de la guerra, del SIM. Fue chófer del gobernador civil de Castellón. Tenía una historia interesante. Digamos que secreta. O sea, que muchas cosas no las ha explicado, y es una lástima. Al final su mujer, se puso muy mala, tuvo unos años finales traumáticos. Se pasaba horas y horas escuchando Radio Pirenaica cuando ya había dejado de existir. Sufría un trauma terrible, porque fue enfermera en el hospital de guerra de Castellón, de Benicasim. Era enfermera de las Brigadas Internacionales y vio muchos muertos. Todo eso le salió al final en forma de demencia.

José Carlos, ¿y tú cómo entraste en el activismo?

Sobre todo era el poso de la transmisión familiar. De pequeño, a mis hermanas mayores, Rosario y Núria, y a mí nos habían llevado a la escuela italiana, porque mi padre no quería que nos educasen en una escuela franquista. La escuela italiana no era tan cara como la francesa, que es donde iban los hijos de la burguesía liberal de Barcelona, como Narcís Serra y Maragall. A mí, esto me llevó a un conflicto entre dos mundos. Fue muy introvertida mi infancia, porque yo vivía en un mundo separado de los vecinos al ir a la escuela italiana, y luego la historia familiar también me aislaba de los demás. Así fue hasta que llegué al instituto. Nosotros estrenamos el Juan de Austria, el instituto de la Verneda. Allí vi a Franco, porque vino a la inauguración, y nos hicieron formar. Lo bueno era que entraba una generación nueva de profesorado, que eran jóvenes y no eran franquistas. A algunos profesores se les notaba mucho. Al de literatura se le notaba, y al de francés, también.

Entré en el activismo sobre todo por el poso de la transmisión familiar

¿Fue en el bachillerato donde empezaste a moverte?

No. Entré en el activismo en los esplais de jóvenes y de los boy scouts, y también estuve en la Comisión Obrera del barrio, del Poblenou. Y luego, cuando fui a estudiar a la escuela industrial, entré en el Sindicato Democrático de Estudiantes.

¿Y tu padre se enteró de que estabas militando en tiempo real?

No, en tiempo real, no. No lo sabía nadie de mi familia 

¿Quién te contactó?

A mí me dio el ingreso Andreu Claret, que vino a dar una charla al esplai que teníamos los scouts en el Clot. Primero, estuve en Sant Pere Claver, y después estuve en la iglesia del Clot, donde hicimos cosas de la hostia. Allí, los jóvenes del grupo de scouts, el cau, hicimos por primera vez en España La lndagación, la obra teatral de Peter Weiss sobre el juicio a los responsables del campo de exterminio de Auschwitz.

¿Fuiste actor aficionado?

No, no, no, era una lectura dramatizada, en la sala de actos de la parroquia. Vinieron nuestros padres y algunos amigos. Y también allí pasamos Noche y niebla, la película de Alain Resnais, que entonces era clandestina, y que va sobre el Holocausto. Además, conseguimos contactos para obtener libros prohibidos por la censura. Nos hicimos amigos de uno de la distribuidora Les Punxes, Joan Lau, y él fue quien nos pasó La indagación. A partir de entonces, empezamos a mantener reuniones clandestinas. Era en los locales que hay junto a unas escaleras de piedra que suben por el lado de la iglesia del Clot, que son como barracas..., aquellas barracas.

Y cuando te contactó Andreu Claret, ¿conocía tu historia familiar?

No. Sólo sabían de nosotros que éramos jóvenes implicados. Es lo clásico. No llegabas tú a ellos, eran ellos los que venían a buscarte. Es un poco como la masonería. Pero yo tenía muchas ganas. Andreu Claret vino a darnos una charla sobre Rumanía. Imagínate. Había ido a Rumanía en un viaje clandestino del partido. Así me captó. Él era el responsable de nuestra organización. Y cuando entré en la SEAT, fue él quien me pasó los contactos clandestinos.

¿A la SEAT fuiste para montar Comisiones Obreras?

No, no, ya había gente. Primero estuve seis meses como hibernado, hasta que me hicieron fijo. Y entonces, a partir de ahí, ya me hice responsable de la organización de Comisiones Obreras, porque yo podía moverme libremente entre los talleres. Entré de traductor de italiano. Me ocupaba de todo el material de Fiat.

¿Te metió el partido en la SEAT?

No iba así. Yo contesté a un anuncio que salió en La Vanguardia. Querían un traductor de italiano, y me presenté sin ningún enchufe. Necesitaba este trabajo, porque en casa no estábamos muy bien económicamente. Mi padre había fracasado en los últimos años con lo de la fábrica. Fue mi madre la que leyó el anuncio, y me lo dijo. Me cogieron y supuso un cierto alivio para casa.

¿Cuánto tiempo estuviste en SEAT hasta que caíste?

Un año. La vida de la militancia era muy corta. Los jóvenes apostábamos por un cambio de chip. Queríamos sacar a la gente de lo estrictamente clandestino; pero, sin que eso nos llevara a tener una actividad pública o abiertamente reivindicativa. Manteniendo siempre clandestinas las estructuras de propaganda de la organización. Y a la vez, como trabajadores, nos metíamos en el jurado de empresa, nos presentábamos a las elecciones de la fábrica. Organizábamos plataformas reivindicativas sin mostrar nuestra militancia. Como no eran tontos, se daban cuenta de qué íbamos. Decían: Estos, seguro que están organizados. Y entonces, te ponían seguimiento.

¿Te seguían por la calle?

Y también hurgaron en los cajones de mi despacho, y en el armario. Entonces no lo supe. Me enteré después, ya en democracia, cuando accedí a los documentos de mi juicio y a los informes policiales.

¿Sabes quiénes eran?

¡Claro! Salen los nombres. Por eso pude poner la querella, porque en el acta del proceso y en los documentos, en las actas policiales, salen los nombres de todos los que me siguieron. 

¿Estuvieron siguiéndote un año entero?

No, sólo poco antes de detenerme. Cuando ya consideraron que hacía cosas sospechosas. A mí, se me vio mucho el palmito porque me movía demasiado. Estaba poco en la mesa y siempre estaba hablando con gente.

¿Qué edad tenías cuando te detuvieron?

Entré a trabajar con 19 años, en el 69, y a finales diciembre del 70 me detuvieron. Fue cuando el juicio de Burgos. Era un consejo de guerra contra 16 personas acusadas de pertenecer a ETA, y para seis de ellas se pedía penas de muerte. Las acusaban de cometer tres asesinatos. Se montó una campaña internacional contras las penas de muerte. Fue tan grande la campaña, que se logró conmutarlas. A mí, me detuvieron saliendo de casa con el macuto lleno de octavillas, con la poesía que había escrito Alberti contra las penas de muerte. 

El poema está escrito a máquina en un folio, y fechado en Roma, el 9 de diciembre de 1970. Empieza así: “Si los condenas a muerte / si los matas / ellos serán los seis clavos / de tu caja”. Y acaba así: “Pero los mates o no / tu muerte ya está cercana. / Ya estás muerto, muerto, muerto. / Ya en la tapa / de tu ataúd hay seis clavos / que la clavan / que para siempre la clavan”. ¿Dónde habíais impreso esas octavillas?

Eso no se sabía. En un ciclostil, que había en un piso. Llegaba a través de la organización clandestina. Sí que lo sabía. De hecho, la segunda vez que me detuvieron, iba con octavillas del día siguiente, y eso fue jodido, porque quería decir que yo estaba en la organización. Es que salían del día siguiente, no del día anterior, no. Pero teníamos una buena estructura, sobre todo apoyada por por la estructura clandestina del PSUC. Isidor Boix era el responsable. Se montó una estructura capilar de cojones, muy buena. Estaban muy acojonados porque veían que se distribuía la propaganda dentro de la fábrica de una forma muy capilar y con noticias frescas. Que había mucha rapidez entre el momento en que llegaba la información sobre una huelga, se hacía la octavilla y se distribuía. Había muchas estafetas y, a la noche, quedábamos en diferentes sitios, y venían con un dos caballos, y recogían las octavillas para llevarlas a los barrios, Sant Adrià, Badalona, Bellvitge, Cornellà...., y al día siguiente se entraban en la fábrica. Igual entraban treinta personas con paquetes escondidos.

¿Tu familia se enteró en el mismo momento de tu detención? Fue delante de tu casa.

Mi familia se enteró porque la vecina de abajo se dio cuenta. Lo oyó porque fue muy violento, empezaron apegarme dentro en el coche. Y rápidamente lo supo toda la escalera. Había comunicación. Los vecinos formaban comunidades de gente que se ayudaba, que mantenía una relación estrecha.

¿Cuánto tardaste en dar noticias?

No pude dar noticias hasta el final. Estuve incomunicado veinte días en la comisaría. Me torturaron cada día sin parar. De hecho, mi familia fue a Via Laietana a verme, pero no se lo permitieron. A mitad de mi detención, les dieron mi ropa, y eso fue jodido. Eso lo vivieron mis hermanas pequeñas, Bel y Loles. Porque la ropa estaba llena de manchas de sangre. Imagínate, para mis padres. Esa ropa tenían que lavarla. Y sin derecho a buscar un abogado, ni nada. No era una detención, fue un secuestro.

Tu padre reviviría su pasado. Sabía perfectamente lo que te estaban haciendo.

Muy terrible. Fue un trauma muy fuerte para mi padre. Yo había entrado en la militancia por los valores y la memoria familiar; pero, desde fuera, no a través de él, porque sabía el significado que tenía todo esto. También entré llevado por una inconsciencia juvenil. Una mezcla de conciencia política e inconsciencia adolescente.

¿Sabía a lo que te exponías?

Sabía que había detenciones, sabía lo que sucedía. Pero piensas que igual a ti no te tocará. Admiraba a la gente mayor y con hijos que se implicaba en estas cosas; porque en mis circunstancias era más libre, pero esa gente se jugaba la familia.

¿Te fuiste al exilio mientras estabas en espera de juicio?

Primero pasé seis meses en la cárcel Modelo, hasta que me dieron la libertad condicional. Y luego volví un mes a la fábrica. Me readmitieron por una cosa muy rara. Salió una sentencia del tribunal que decía que, si no estabas condenado, tenían que readmitirte. Y yo no estaba condenado porque todavía no me habían hecho el juicio. Pero, al mes, volvieron a despedirme.

¿Qué hacías en la fábrica esos días? Ya estabas fichado.

Pues estar allí sin mucho más. No me movía del despacho. Atado a la mesa hasta que me despidieron otra vez. Así y todo, fuera de la fábrica, seguí en la organización clandestina. Prácticamente ya no volví a casa a dormir. Pero fui tan tonto que iba a dormir al despacho de mi padre, que estaba en la otra esquina, muy cerca. Ahí fue donde me detuvieron la segunda vez, a los pocos meses.

¿Fue como la primera vez?

La segunda vez fueron solo tres días. La suerte es que ya no había estado de excepción. Lo jodido de la primera detención es que se había declarado el estado de excepción a raíz del proceso de Burgos. Podían hacer conmigo lo que quisieran. El éxito mundial de que al final no condenaran a muerte a los presos hizo que la policía se cabreara y se cebara con nosotros. Nos torturaron salvajemente para vengarse. La Brigada Político Social estaba cabreadísima porque no les habían aplicado la pena de muerte a los acusados. Y se ensañaron conmigo y con todos los que pillaron por allí. 

¿Entonces te exilias?

La alternativa era seguir clandestino, pero suponía un costo enorme para la organización. Ya teníamos a dos de la SEAT clandestinos, y había que conseguir pisos, pagar dineros, mantener sueldos. Así que se prefirió que me fuera al exilio, a París.

¿Dónde recalaste en París?

Me sacaron muy organizadamente. Fui a casa de un catalán, exiliado de la República. Muy majo, muy familiar. Estuve un tiempo en su casa hasta que me espabilé por mi cuenta. Entonces conocí a Pere Fages, el productor de cine. Vivía exiliado también. Lo fueron a detener y cuando vio a la policía se escapó corriendo. Y eso que estaba muy gordo. Pere Fages me facilitó un piso de una amiga suya, francesa, que era montadora de cine. En el centro de París, un sitio cojonudo, al lado del teatro del Châtelet, a orillas del Sena. Allí fue donde conocí a Marcos Ana, el poeta. En París estuve un año entero. Todo el 72.

Y a continuación, te vas a Italia.

Sí, me voy a Italia, y ahí pido asilo político y me lo dan. En Italia, me quedo hasta el 76. Entonces, con el primer indulto, me vuelvo para España. Yo vengo aquí en junio de 1976.

¿Fue fácil obtener el asilo? 

Bueno, para conseguirlo tenías que ir a un campo de refugiados. Pero yo pasé solo un día, porque tuve facilidades a través del sindicato de policía, que se acababa de fundar en Italia. Era un sindicato muy combativo, de polis progres. Y me lo pusieron muy fácil. El campo de refugiados estaba en Trieste, en lo alto de la montaña. ¿Pero quién estaba refugiado allí? Yo era el único que pedía asilo político como rojo. Porque la mayoría eran refugiados de Yugoslavia, de Checoslovaquia, de Rusia. Gente del Este, claro, porque Trieste era frontera con el Telón de Acero, y el campo estaba lleno de gente que había escapado de todo esto. O sea, que me encontré allí rodeado de refugiados del otro lado. Aún existe ese campo de refugiados. Ahora alberga a gente que huye de las guerras, de Ucrania, de Siria... También de Albania. Hoy, cuando veo la situación en que se encuentran, realmente me duele, porque yo tuve facilidades para conseguir asilo político

Me duele la situación en que hoy se encuentran los refugiados

Con el asilo político, vuelves a ser legal.

Sí, mi legalización la tuve en Italia, al convertirme en exiliado político. Lo que pasa es que mi pasaporte siempre había estado vigente, porque guardaba un pasaporte viejo, que nadie me había encontrado. En Francia estuve todo el año con aquel pasaporte viejo, por eso no pedí asilo político ni nada. De hecho, estando en Francia, una vez volví a España para ver clandestinamente a la familia.

¿En Roma, conociste a Alberti ?

Sí, sí, en Roma, porque el primer año de Italia, el 73, lo pasé en Roma.

¿Y le contaste que te detuvieron llevando poemas suyos?

No se me ocurrió decírselo. Porque la verdad es que era un poco divo. Yo era un obrerete, y me movía en el mundillo de los exiliados; pero Alberti sólo se relacionaba con los intelectuales. Me impactó mucho más su mujer, Teresa León. Con esa imagen, su cabello tan blanco, preciosa. Me acuerdo de cómo estaba con nosotros, cómo conversaba. Estuve en el piso que tenían en el Trastévere, que era precioso. Y también conocí mucho, porque fue antes amiga mía, a su novia romana, que era una catalana, Beatriz Amposta. 

¿Los presentaste tú?

No. Frecuentábamos los mismos círculos de Roma y, bueno, un día la conoció Alberti. Era un gran seductor. Ella era mucho más joven que él, guapísima, Beatriz, aún vive. Cuando él se vino a España, ella se quedó en Roma. No quiso salir. Era hija del director de Radio España en Barcelona. Era muy famoso, yo me acuerdo de haberlo escuchado, Ramón Amposta.

Cuando vuelves del exilio, te conviertes en compañero de armas de Joaquín Sabina.

Tuve que hacer la mili. A pesar de los indultos, y de las amnistías que hubo, yo seguía siendo prófugo, porque no me había presentado a hacer el servicio militar. Así que me encontré con dos opciones. O seguir prófugo, y para eso mejor hubiera tenido que quedarme en el extranjero, o hacer la mili. Me tocó Mallorca. Y resulta que uno de los que estaban conmigo se encontraba en la misma situación. Le pasaba lo mismo, pero venía del exilio de Londres. Se llamaba Joaquín Sabina.

¿También por política?

Sí. Cuando estaba en la Universidad de Granada, le persiguieron por ser del Sindicato Democrático y del partido. Con el agravante de que su padre era el comisario de policía de Úbeda. Y su hermano era de la Brigada Político Social. Cuando su padre se enteró de que iban a detenerlo, fue a la Brigada Político Social y les dijo que quería ser él quien detuviese a su hijo. Y así tuvo que irse al exilio.

Y establecisteis amistad.

Bueno, claro, nos reconocimos por la afinidad, la militancia y porque de esas cosas te das cuenta. Ya era el 76, de hecho, vivimos la legalización del PCE estando en la mili.

¿Ya era cantante?

Sí, yo iba a verle cantar en bares y en cafés de allí, de Palma. 

¿Cómo acabas siendo su padrino de bodas?

En Mallorca, un grupo de catalanes que estábamos en la mili alquilamos un piso, y le dije a Joaquín Sabina que se viniera con nosotros, porque quedaba libre una habitación. El piso lo usábamos para dormir fuera del cuartel, y cada uno tenía que buscarse la vida para conseguir el pase pernocta, que era lo que te permitía dormir fuera del cuartel. Pero tenías que demostrar que vivías en Palma con tu familia. Yo dije que mis hermanas vivían allí, aunque era mentira. Tuve que presentar papeles y todo. Entonces, para obtener el pernocta, a Sabina no se le ocurrió otra cosa que casarse con su novia de entonces, que era de Barcelona, y va y me pide que le haga de padrino de bodas. Y acabamos todos en una iglesia de Palma. En la boda, conocí a su padre, con su pinta de comisario con bigotillo. Hace unos años, fui a un concierto que daba, me parece que era en Palamós, y me recordó una cosa que yo no me la creo. Me dice: Tú eras de los pocos que creía en mí como cantante ¿Yo? ¿En serio? ¿En serio? Creo que no, porque en aquella época él cantaba bastante mal.

¿Le dijiste que cantaba mal?

Bueno, ha mejorado mucho. Supongo que ha hecho clases de entonación y de esas cosas. En aquella época, no había trabajado la voz.

Y, José Carlos, ahora, después de tantos años, cada vez que pasas por Via Laietana, sabiendo que está ahí la comisaría, la eterna Jefatura de Policía, ¿qué haces? ¿La evitas?

Al principio, me provocaba una reacción traumática y evitaba pasar por delante; porque fueron veinte días bajo torturas. Pero, más tarde, se abrió una sede del sindicato en la plaza Urquinaona y ya me veía obligado a pasar cerca, y ahora, estando la sede de Comisiones Obreras en Via Laietana, pues digamos que he tenido que sobreponerme. Me han creado un trauma.

¿Qué tipo de trauma?

Un trauma de ausencia espacial, y es uno de los motivos de mi necesidad de ir al lugar donde sucedió todo, el lugar del delito, para reubicarme, para poder volver a situarme. En mi querella pedía una prospección, porque yo estoy desubicado. Y de la segunda detención tengo una amnesia. Tengo que volver al lugar donde estaban las salas de interrogatorio y los sótanos, que resulta que parece ser que no son sótanos, que son planta baja, pero yo tengo el recuerdo de sótanos. La mejor imagen que tengo de cómo era aquello no es mía, sino que la he obtenido a través de la novela de Ignacio Martínez de Pisón, El día de mañana, te la aconsejo porque está muy bien contextualizada, y lo que dice de Via Laietana es un retrato muy bueno. Es la obra con la que me siento más identificado.

¿Crees que ese sitio debería seguir siendo una comisaría?

Al contrario, lo que planteamos es que se vaya de allí la policía. Todavía hay gente que procura evitarla. Somos una anomalía en los países democráticos, porque donde estuvo la Gestapo, en Lyon, o en las oficinas de París, son ahora espacios de memoria. Y donde estuvo la Stasi, en Berlín, es un centro de interpretación. Lo que es inverosímil es que un hoyo de dolor como fue Via Laietana siga siendo una dependencia policial. Es lo que les planteamos, que ha de salir la policía por su propio bien, porque, mientras esté allí, la sombra de la dictadura se proyectará sobre ellos. No les criticamos, no estamos haciendo equiparaciones. Al contrario, lo decimos para liberarles de ese estigma, porque también es bueno para ellos. Además, logísticamente ya no tiene sentido ese espacio. Ya no es operativo policialmente. No es practicable. Mejor sería que se convirtiera en un centro de interpretación contra la tortura.

Es inverosímil que un hoyo de dolor como fue Via Laietana siga siendo una dependencia policial

¿Tu querella por tus torturas en Via Laietana, cómo va?

La presentamos en 2022 a raíz de la nueva Ley de Memoria Democrática. Creíamos que con la creación de la Fiscalía de Memoria Democrática, que la lleva la fiscal Dolores Delgado, llegaba la oportunidad de poner fin a la impunidad de los crímenes del franquismo, y presentamos la querella. Pero la jueza de instrucción de aquí, de Barcelona, que me tocó por sorteo, digamos que es evidentemente del ala conservadora, y ha hecho un trabajo muy cuidadoso para desestimar la querella, se acogió a la amnistía del 77. Hemos puesto un recurso de apelación ante la Audiencia Provincial, que sigue pendiente de respuesta. Ahora se presentará otra querella, y además sigue pendiente el recurso de apelación de los hermanos Ferrándiz. [Tras esta conversación, la Audiencia de Barcelona confirmó el archivo de la querella de estos hermanos]. A los dos hermanos Ferrándiz, que son un hermano y una hermana, y eran militantes de Joven Guardia Roja, los torturaron durante casi un mes en Vía Laietana. Y eso que eran menores, no pasaban de los 17 años.

¿Aún sigues celebrando la muerte de Franco?

El próximo 20 de noviembre inauguramos una exposición en la Modelo. La organizamos la Associació Catalana de Persones Ex-preses Polítiques del Franquisme, con apoyos varios, y se llama Generaciones TOP, no porque seamos el top, sino por la siglas del Tribunal de Orden Público. Es un poco la generación de los años 60 y 70 y, ya te digo, la inauguramos el 20N dando una copa de cava y con la lectura del poema de Brossa dedicado a la muerte de Franco. Ese donde le insulta tanto. Espero que la exposición esté un par o tres de meses en la Modelo, y digamos que el asunto es que encerraremos en celdas a los torturadores y a los jueces del Tribunal de Orden Publico, bueno, serán sus fotos, y también habrá un busto de Franco, aquel de Madrid, que nos presta el escultor. Y en el otro lado, estarán los activistas. Porque queremos explicar que no cayó el franquismo por el propio desgaste de la dictadura, sino que se había tejido una presión social y política de la militancia, con un gran sentido cívico, pues estaban implicados el movimiento obrero, las asociaciones de vecinos, los movimientos gays, feministas, también parte de la Iglesia... Era el activismo de quienes fuimos sucesores de la generación de la guerra.

¿Te sigues sintiendo comunista?

Bueno, en el sentido por el cual yo me impliqué, sí.