¿Podremos rescatar nuestro sistema educativo?
Del Ministerio de Educación depende la enseñanza del 84,6% de los alumnos de preescolar, el 89,8% de primaria y el 89,4% de secundaria. El resto estudia en el sistema privado. Los datos forman parte de una reciente valoración de la Contraloría General de la República sobre los servicios educativos del MEP “de cara al futuro”. Bastan para comprender la importancia de lo que hagan o dejen de hacer, y cómo, sus 87.500 funcionarios, de los cuales aproximadamente 61.000 cumplen tareas docentes.
Ninguno puede eludir sus responsabilidades individuales: en última instancia, la educación se asienta en interacciones personales. Sin embargo, el funcionamiento del sistema depende, en esencia, del liderazgo y gestión de sus jerarcas y del gobierno que integran. Los resultados, hasta ahora, son lamentables, por decir lo menos.
Repaso algunos elementos. La tasa neta de escolaridad en primaria pasó de cerca del 98% en el período 2010-2011 a 93,6% el año pasado. Según el más reciente informe, somos el país latinoamericano que más desmejoró su desempeño en las pruebas internacionales PISA en matemáticas, lectura y ciencias. La inversión global en educación cayó del 7,07% del producto interno bruto en el 2017 al 5,41% en el 2023, y será más baja al cierre del actual.
Fueron eliminadas las pruebas estandarizadas para evaluar resultados y aún no existe un mecanismo sustituto adecuado. Desde el 2019 no se realizan concursos docentes y los registros de elegibles tienen años de retraso. No se ha aplicado el Marco Nacional sobre carreras de educación, emitido en el 2021. El programa de informática educativa fue desarticulado al romperse el contrato con la Fundación Omar Dengo. Lo último en este ámbito: más de 40.000 computadoras destinadas a estudiantes de bajos recursos ni siquiera han salido de sus cajas.
Por supuesto, no todos los problemas de la educación se remiten a este gobierno. Hay causas estructurales, rezagos desatendidos y coyunturas traumáticas, como la pandemia y la huelga, que golpearon al sistema. Pero la falta de rumbo, el ímpetu destructivo, el rechazo a rendir cuentas y la impericia extrema no tienen precedentes y han acelerado el deterioro.
El impulso de la educación es la política social más universal, eficaz y justa. ¿Será posible rescatarla antes de que sea demasiado tarde?
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Eduardo Ulibarri es periodista y analista.