Una superviviente del 7-0: “Cuando salimos vi los cuerpos. Un hombre muerto al volante, coches como el apocalipsis, chocados, quemados"
El sábado por la mañana temprano unos 6.000 individuos provenientes de Gaza entraron por unas 60 aberturas de la valla de seguridad que separa Israel de Gaza, y los que no, lo hicieron volando en parapente o por el mar.
Simultáneamente fueron lanzados más de 3.000 proyectiles desde el enclave palestino, sonaron las alarmas en gran parte del país. “Parecía un error”, dijo Ester Ben, habitante de Tel Aviv. “Eran las seis y algo de la mañana de un sábado, no tenía sentido una sirena a esa hora, en ese día... Yo dudé si despertar a mi hijo para ir al refugio, de tanto que me parecía rarísimo que sonaran sirenas”.
Momentos después de que la valla de seguridad –considerada por el Ejército israelí como una barrera infranqueable– fuera invadida, los terroristas de la unidad de élite de Hamás Nukba, desactivaron los sistemas defensivos de las bases y puestos militares en la frontera o cerca de ella y las asaltaron. Los soldados que estaban allí se vieron inmediatamente superados en número, y también las fuerzas auxiliares y de rescate que llegaron para ayudarlos. Algunos murieron después de quedarse sin munición. Otros lucharon durante largas horas mientras pedían refuerzos. Otros estaban desarmados, como las soldados observadoras, y las mataron con facilidad o se las llevaron a Gaza.
En el sábado de la fiesta de Simjat torá, la valla fronteriza estaba escasamente vigilada, con tres batallones de infantería y un batallón blindado.
Los sábados y los días festivos judíos, el Ejército reducía habitualmente sus fuerzas en la zona fronteriza de Gaza, enviando a menudo a muchos de libranza a sus casas. Además, a los comandantes se les permite invitar a sus familias a pasar las fiestas judías en bases cercanas a la frontera, y por eso muchos civiles estaban en las bases durante el ataque.
“Ese día, Hamás nos obligó a defender las bases, con lo que no pudimos salir a ayudar a la gente de los kibutzim y alrededores”, se lamenta O. un soldado. “Ese fue otro de los acontecimientos lamentables de ese día que explica un poco por qué el Ejército no estaba ahí. Aunque no lo explica todo y habrá que investigar hasta el final qué nos pasó”. En el primer día de la guerra murieron 285 soldados y decenas fueron secuestrados.
Al mismo tiempo los habitantes de más y más comunidades fronterizas denuncian infiltraciones y nadie entendía cabalmente qué estaba pasando.
El festival de música Nova, cerca del kibutz Re'im, detuvo la música cuando sonaron las sirenas. Algunos de los miles de participantes se marcharon inmediatamente. Otros se quedaron en el lugar, desconcertados, o atrapados en los atascos a la salida del festival, que es justo por donde llegaron los terroristas.
Durante las horas siguientes, al menos 347 israelíes fueron asesinados en ese lugar. A tiros cerca de las pistas de baile y alrededor del bar, en el aparcamiento, en el camping, en los campos circundantes y en las carreteras por las que conducían para intentar escapar. Muchos trataron de encontrar refugio en los arbustos, dentro de refrigeradores y en los baños portátiles.
Al mismo tiempo, comenzó a circular un vídeo de una camioneta conduciendo por la ciudad de Sderot. En ese momento muchos se dieron cuenta de que las sirenas que no paraban de sonar eran solo el preludio de un ataque generalizado y cruel. Se contaron seis camionetas con decenas de terroristas de Nukba. Mataron a todo el que vieron.
Tres solicitantes de asilo fueron tiroteados, también un motociclista, un taxista y gente que pasaba. Un comando disparó un RPG contra un coche, otro tiroteó a ancianos cuyo vehículo se había averiado. Un padre recibió un disparo mientras iba con un cochecito de bebé. Los residentes se encerraron en sus casas.
Los terroristas tenían como objetivo la comisaría. Los combates por el control de la comisaría no cesaron hasta cerca de la medianoche, cuando se dio la orden de destruir el edificio con los comandos de Hamás todavía dentro. Se sacaron del edificio 26 cadáveres de terroristas. Cincuenta y dos policías, soldados y civiles israelíes murieron en las calles de la ciudad. Los cuerpos quedaron tirados en el suelo durante horas.
A primera hora de la mañana del sábado, entre rumores y poca información confirmada, empezaron a acumularse noticias sobre la materialización de una de las mayores pesadillas de los israelíes: gente secuestrada y llevada a Gaza desde sus camas.
Empezaron a publicarse vídeos en las redes sociales de los secuestros. Algunos de los familiares de los tomados como rehenes también se enteraron de esta manera. Como le sucedió a Ricardo Grichener, primo de Omer Weinkert, secuestrado en Nova, y a su familia. Hamás también publicó en redes sociales vídeos de Omer siendo transportado en una camioneta y golpeado en la esplada repetidamente. Durante horas, los secuestros continuaron sin que ninguna fuerza los detuviera.
Galia Sofer vivía en el kibutz Mefalsim, pegadito a la frontera con Gaza. Ese día estuvo encerrada con su marido y dos hijas pequeñas, sin electricidad la mayor parte del tiempo, durante 14 horas. Entreteniendo a las niñas para que no hicieran ruido mientras oían, sin entender realmente, qué pasaba en la puerta de su casa. “No sabíamos nada de lo que pasaba afuera, pero oíamos ruidos diferentes a los de otras veces”, rememoró. “Ametralladoras. Ruidos atronadores. Prohibimos a las niñas hacer ruido, porque estaban enloquecidas, y yo estaba muerta de miedo”.
Pasaron horas y horas escuchando y no viendo. E imaginando, pero no sabiendo. “Salíamos unos instantes para ver las informaciones de los grupos de WhatsApp, de los papás, de las mamás, de los jóvenes, pero no había nada realmente informativo. Decían que había terroristas de uniforme israelí, eso sí”.
Cuando fueron rescatados por el Ejército, siguieron el consejo de los vecinos en sus mensajes y les dijeron a las niñas que miraran para arriba. “Cuando salimos los vi, los cuerpos, no reconocí a nadie, vi un soldado muerto, o tal vez no era un soldado, un coche chocado con una bicicleta sobre él, un hombre muerto al volante, vehículos como el apocalipsis, chocados, quemados, disparados. Los cuerpos los vi en la entrada del kibutz, muchos”.
Yarden y Shiri Bibas, residentes del kibutz Nir Oz, se escondieron en casa con sus hijos, Ariel, de cuatro años, y Kfir, de nueve meses. Cuando Yarden decidió salir a intentar enfrentarse a los atacantes fue tomado como rehén. Más tarde, militantes de otra organización llegaron y secuestraron a Shiri y a sus hijos pequeños. Unas dos horas después, una imagen de Shiri, Ariel y Kfir rodeados de terroristas se compartió en las redes sociales, seguida de un video: Shiri, con expresión horrorizada e indefensa, intenta proteger a sus hijos y los envuelve en una manta. Un terrorista dice: "Cúbrela", luego le pone una mano en el hombro y se la lleva.
El 7 de octubre, 253 personas fueron secuestradas y llevadas a Gaza. Decenas de ellas fueron llevadas una vez muertas. Otras decenas murieron después de ser secuestradas. Kfir Bibas era el rehén más joven y Hamás afirma que fue asesinado. Arye Zalmanovich, de 86 años, que fue asesinado en cautiverio, era el de mayor edad. 97 rehenes siguen allí.
El 8 de octubre, a la 1:30 de la madrugada, un camión que transportaba 20 cadáveres llegó a la base militar de Shura en Ramle, el primero de cientos de camiones de ese tipo.
En los días siguientes, la magnitud del horror se hizo evidente: más de 800 civiles y extranjeros habían sido asesinados, más de 300 miembros de las fuerzas de seguridad y rescate habían muerto en batallas por las bases militares y las comunidades, mujeres y hombres habían sido agredidos sexualmente, golpeados y asesinados delante de sus seres queridos, sus casas ardían.
Entonces se produjo el mayor llamamiento a filas de los reservistas en años y comenzó la ofensiva total en la Franja de Gaza con la crisis humanitaria en el enclave sin precedente en su historia. Hasta ahora poco más de un centenar de rehenes han sido devueltos a Israel, la gran mayoría como parte del acuerdo de rehenes de noviembre.
La sociedad israelí, más dolorida y dividida que nunca, enfrenta el recuerdo del 7 de octubre con las heridas bien abiertas y muy lejos de sanar.